"No confundir chicharrón con electricidad”. Un viejo dicho cuya explicación nunca supe, pero que se aplica a lo que está pasando con esto del feminismo.
No me refiero al papelón que se mandó el fulano pelado que dirigía el football español. Una ordinariez que podría haberse solucionado sin armar tanto alboroto. En los viejos tiempos, un buen cachetazo y la expulsión por no ser un caballero habría concluido el asunto (y permitido a España festejar su victoria que, al fin y al cabo, era lo trascendente).
Pero aquí quiero referirme a otro evento de feminismo, éste manifiestamente “correcto” según los cánones en boga.
Nada menos que el “Coordinador Residente de las Naciones Unidas” ha sentenciado que nuestro país no es una “Democracia Paritaria”.
¿Democracia “Paritaria”?
He visto pegarle a la Democracia muchos aditivos, algunos con fundamento, como Democracia Constitucional, o Democracia Liberal, y también algunos truchos, como “Democracia Popular” o “Democracia Social”, pero “Paritaria”, ¿qué sería eso?
Pues según le parece al señor Coordinador, el Uruguay está “muy rezagado” en esto del feminismo, especialmente en “promover acciones que garanticen la representación igualitaria en diferentes espacios de decisión” (Búsqueda 7/9/23).
Estoy totalmente de acuerdo en evitar o quitar impedimentos que signifiquen discriminaciones formales contra un sexo, (cualquiera de los dos).
Pero lo que se está queriendo imponer como políticamente correcto es otra cosa: no es remover obstáculos, sino imponerlos, para emparejar a la fuerza. Como, por ejemplo, forzar por ley las cuotas políticas o, como se exige ahora, la paridad. Eso vulnera directamente el derecho a la libertad.
Este feminismo es violatorio del principio de igualdad, consagrado, además, por nuestra Constitución.
La Democracia -como se sabe- funciona sobre un eje que tiene dos polos, la libertad y la igualdad. Polos en continua tensión: a mayor libertad habrá menos igualdad y viceversa, sobre todo desde que el contenido de ambos polos ha ido cambiando con los siglos (la libertad ya no será sólo negativa y la igualdad no se contentará con la formalidad jurídica).
Esto no quiere decir que ese equilibrio deba ser intocable: podrá inclinarse, por ejemplo, en favor de la igualdad (y esa ha sido la tendencia contemporánea), pero siempre que haya razones válidas (filosófica y jurídicamente) para justificar la pérdida consiguiente de libertad.
¿Cuáles serían esos valores y motivos que justifiquen la “paridad democrática”?
Lo que se sostiene (por quienes argumentan seriamente) es que la paridad está basada en la concepción contemporánea del derecho individual de la mujer a ser igual. ¿En qué? Pues, en todo. El feminismo habría pasado a ser un derecho individual.
Suena fuerte ¿no?
Ahora bien, ¿qué es un “derecho individual”?
El sentido común indica que no puede ser simplemente el fruto de un deseo, una mera manifestación de voluntad (ejercida a través del poder). Para que algo sea proclamado “derecho” debe empezar por tener un asidero en la realidad. Propiamente dicho, los derechos se reconocen, no se inventan. Además, todo derecho debe existir en un orden general, que implica compartir con otros derechos y estar, todos ellos, ordenados a un bien común: ningún derecho se justifica por sí solo, o sectorialmente. Por último, todo derecho implica una obligación espejo: para que aquél exista, éste debe de ser viable (y razonable). Yo no tengo el derecho a ser lindo por la sencilla razón que nadie me puede satisfacer.
Ninguno de esos requisitos se da en el caso de crear una Democracia “paritaria”.
El Señor de la ONU dice que “desde un punto de vista ético se debería tener un reparto del poder mucho más parecido al reparto de la sociedad”, pero no explica por qué, ni lo fundamenta, (de paso habría que preguntarle ¿por qué no hacer extensivo el principio, al poder económico y al sindical? por ejemplo).
En cambio, se extiende el Coordinador en una serie de argumentos de otra índole, todos truchos: la democracia paritaria sería “pilar fundamental para lograr ser un país desarrollado”, “lograría un mayor crecimiento económico”, “más estabilidad económica” y “traería un beneficio global de US$ 12 billones....” Macanas.
No hay que confundir (ni dejarse confundir). El afán por la paridad feminista está basado (cuando es genuino) en una concepción acerca de la libertad personal como valor máximo e independiente, amén de las argumentaciones simplistas que menosprecian la maternidad -nada más sublime- y el manejo, nada menos, que del hogar familiar, “empresa” básica en toda sociedad.
Imponer la paridad de sexos -selectivamente, porque no se le preconiza para ámbitos como el Poder Judicial o el Ministerio Público- es antidemocrático. Forzar paridades (o cuotas), no está justificado, ni en el derecho natural, ni en el bien común y tampoco es una buena receta para mejorar los procesos de selección política. Pero, por encima de todo esto, vulnera el derecho a la libertad, tanto de elegibles, como de electores.
Por eso está prohibido por la Constitución.
Que, gracias a Dios, no confunde chicharrón con electricidad.