La contracara de un extremo político no es el extremo opuesto, sino el centro. El polo opuesto a la ultraderecha que representa Jair Bolsonaro no está en la ultraizquierda, sino en la centroderecha que expresa Angela Merkel.
En el mismo puñado de días en que, aclamada por su inteligencia y equilibrio, deja el poder la líder alemana que batió los récords de elecciones ganadas que tenían Adenauer y Helmut Kohl, las redes suspenden al presidente de Brasil por la difusión irresponsable de mensajes obtusos que podrían ocasionar muertes en masa, y una investigación del Senado recomienda procesarlo por “crímenes contra la humanidad” por su desempeño frente a la pandemia.
Nada más en las antípodas que Merkel y Bolsonaro. Ella es científica y él es anti-ciencia. Su doctorado en Química Cuántica le permitió ser la primera gobernante en entender y explicar con claridad meridiana cómo se desarrollaría la pandemia en el mundo, mientras Bolsonaro difundía teorías conspirativas delirantes.
Angela Merkel se caracterizó por reivindicar y defender el centro contra dos enemigos: el extremismo de izquierda y derecha, y el neopopulismo de los demagogos que proliferan por izquierda y por derecha. Bolsonaro representa el extremismo y la demagogia exacerbada.
Todos los legisladores de centroderecha y centroizquierda la saludaron con admiración y respeto en el Bundestag, en el mismo puñado de horas en que al presidente brasileño le gritaban “asesino serial” en la sesión del Senado que aprobó elevar un informe lapidario a la Corte Suprema, el Fiscal General y la Corte Penal Internacional de La Haya, acusándolo de crímenes contra la humanidad por lo que hizo durante la pandemia.
Pocas horas antes, las redes sociales lo suspendían por haber difundido un mensaje insinuando que las vacunas propalan el Sida. Ya lo habían suspendido meses antes, por alentar las aglomeraciones.
Y paralelamente, el juez supremo Alexandre de Moraes ponía en marcha una investigación sobre la presunta producción en gran escala de información falsa, con base de operaciones en el mismísimo Palacio del Planalto.
Lo que no hace falta investigar porque siempre estuvo a la vista, es que Bolsonaro atravesó la pandemia a contramano de lo que recomendaba la inmensa mayoría de las organizaciones científicas y médicas del mundo. De manera explícita, el presidente saboteó las políticas sanitarias destinadas a reducir lo máximo posible el número de muertes por coronavirus.
Ante la mirada de su país y el mundo, Bolsonaro negó la gravedad del COVID-19; promovió la hidroxicloroquina como medicamento que cura la infección y boicoteó el distanciamiento social de todas las maneras disponibles, mientras decapitaba el Ministerio de Salud en la instancia que lo hace la cartera imprescindible.
En estos días, cuando Bolsonaro apareció en las redes relacionando la doble vacunación con el SIDA, muchos millones de brasileños habrán sentido lo que sintieron los ecuatorianos cuando, en 1996, veían todos los días a su presidente bailando y haciendo el ridículo en televisión. Mientras las protestas paralizaban Ecuador, Abdalá Bucarán cantaba y bailoteaba en programas de entretenimiento. Ante esas actuaciones patéticas, se generalizó la sensación de vergüenza ajena y se abrió paso en el Congreso la destitución del presidente por “incapacidad mental para gobernar”. Y más allá de las dudas que dejó el procedimiento parlamentario, estaba claro que Bucaram era psicológicamente inadecuado para ejercer la presidencia.
Que Bolsonaro haya repetido tantas veces las actitudes y declaraciones que justificaron la acusación de crímenes contra la humanidad, confirma dos rasgos psicológicos: su cociente intelectual es bajísimo y sobre su conducta gravitan pulsiones oscuras.
La suma da como resultado una gestión gubernamental cuya mayor dificultad fue el presidente. Y no se puede descartar que termine de manera similar al vergonzoso final que tuvo el mandato del ecuatoriano Abdalá Bucaram.
La científica inteligente y centrista que gobernó Alemania se retiró del poder aclamada, mientras el exacerbado enemigo de la ciencia y la moderación que gobierna Brasil, ve multiplicarse a su alrededor los dedos acusadores que señalan sus pulsiones oscuras, su negligencia y sus desequilibrios.