Como era de esperarse, la primera señal de cómo será el nuevo gobierno provino de la Cancillería. Ese primer mensaje fue claro. Claro en su ambigüedad.
Uruguay no reconocerá a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela; tampoco lo hará (como sí lo hizo el gobierno de Lacalle Pou) con Edmundo González Urrutia, el candidato cuya victoria fue arrebatada por el régimen chavista.
El gobierno frentista formaliza así su nunca resuelta contradicción interna respecto a como afrontar dictaduras que son, presuntamente, de izquierda. Con un agravante: si en 2019 los frentistas podían forzar algún resquicio para darle legitimidad a lo que ya era una dictadura, ahora es imposible hacerlo. Las cosas pasaron de ser obvias a ser descaradas.
La absurda línea del medio que adoptó el gobierno solo se explica por esa interna. Hay gente que hace rato no compra al régimen chavista, pero también hay quienes expresan una fanática adhesión. Les es indiferente que viole derechos humanos, encarcele a sus adversarios y desprecie libertades y derechos esenciales. Eso que reclamaban para sí en tiempos de dictadura acá, no vale si es la de Maduro.
Al trazar su política exterior, en lugar de ser coherentes con los intereses y convicciones democráticas de este país, el nuevo gobierno debe cuidar ese frágil equilibrio entre dos posturas que no tienen un solo punto de contacto.
Ante el abrupto y dramático cambio de reglas que enfrenta el mundo en estos días, el primer reflejo del nuevo canciller parecería ser el de alinearse con Brasil. Lo que haga Lula estará bien. Pero ante tamaña incertidumbre, la postura más lógica debería ser la de cierta cautela, mucha autonomía y buenos reflejos. No se puede seguir a ciegas la estrategia de nuestros vecinos, que responde a otros intereses y coyunturas.
Lula siempre se mostró favorable a Rusia (y distante de Ucrania) y contrario a Israel. Uruguay sin embargo, cuestionó el intento ruso de conquistar Ucrania y se alineó con Occidente. Como correspondía.
Ahora, las cosas cambiaron. Estados Unidos decidió no ser el líder de Occidente. Trump apoya a Putin y culpa al agredido, al que se defiende con uñas y dientes de un salvaje intento de conquista. Quiere la paz, dice Trump, pero en realidad busca que Zelensky se rinda y entregue su país a Rusia.
Europa toma cautelosa distancia de Trump y apoya a Ucrania. En Argentina, el mismo Milei que recibió a Zelensky de brazos abiertos, ahora se abstiene en la ONU de votar una condena a Rusia y se alinea con las otras dictaduras que están con Putin.
Ante estos peculiares alineamientos, ¿qué hará Lula, a quien desde acá se mira con atención? Si es coherente, quedará sin haberlo buscado, como un aliado de Trump.
En Uruguay, una parte de la izquierda está con los rusos. Como Putin dijo que invadía Ucrania para liberarla de los neonazis, esta izquierda se creyó el cuento y lo apoyó. Hay, sí, grupos de ultraderecha en Ucrania, pero son incluso más chicos que algunos partidos de la Europa democrática. El fascista, por convicción y por influencia de las lecturas que escogió como libros de cabecera es... Putin.
Los dogmáticos preferían al ultraderechista de Putin porque se oponía al “imperialismo” y ahora terminan aliados a Trump. Cuánta ironía.
El problema es cómo se traduce esto en una política exterior que vaya más allá de un grupo de militantes y que exprese todo el sentir uruguayo.
La otra pregunta es qué posición asumirá Uruguay respecto a Israel y la agresión sufrida por el grupo terrorista Hamás. Justo antes de asumir este gobierno, hubo una marcha a favor de los palestinos aunque de hecho terminó siendo a favor de Hamás, que no es lo mismo.
El exministro y dirigente socialista José Díaz, lamentó que hubiera notorias ausencias frentistas. Faltaron en forma deliberada; no estaban de acuerdo con la convocatoria. Otra vez el Frente muestra diferencias irreconciliables en un tema sensible. ¿Qué hará la cancillería?
Es innegable que la guerra la inició Hamás con la masacre de población civil israelí y la toma de rehenes. Es innegable que Hamás eligió el campo de batalla. Quiso pelearla en Gaza, desde donde lanzan sus misiles, esconden a los rehenes y protegen a sus terroristas en los tan mentados túneles pero usan a la población civil como escudo. ¿Otra vez, como con Rusia, habrá que declarar vencedor al agresor para lograr la “paz”?
En este contexto, hasta la política comercial se complica. Uruguay necesita seguir su trabajoso camino de abrir más mercados. La calidad de vida de su gente se juega en esa estrategia, pese a que al Frente (como partido) nunca le gustó esto de hacer acuerdos.
Ahora la estrategia se vuelve más urgente, en la medida que Trump apuesta a un radical proteccionismo y sube aranceles a socios muy cercanos. El proteccionismo se puso de moda y eso nunca es bueno para Uruguay.