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No hay tiento que no se corte

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Jorge Curi murió el 8 de agosto, un día después de cumplirse 38 años del estreno de su espectáculo más aclamado, “El herrero y la muerte”, que tuvo su primera función en el Teatro Circular el 7 de agosto de 1981.

Estamos hablando de un inmenso artista uruguayo, una personalidad ineludible en la consolidación creativa y estética de nuestro teatro independiente.

Nunca traté a Curi en forma personal, como sí lo hice con otros teatristas legendarios como Jaime Yavitz, Taco Larreta y Júver Salcedo. Sin embargo, debo decir que la obra de Curi ejerció en mí esa influencia mágica que, cuando vemos un espectáculo, nos hace pensar “yo quiero estar ahí, yo quiero hacer teatro”. Sus creaciones antológicas en el Teatro Circular, pero también con El Galpón, la Comedia Nacional, como regisseur de ópera y en el Teatro Victoria, que gestionó en la última etapa de su vida, influyeron sin duda en muchos de nosotros, porque subieron el estándar de calidad artística y capacidad de conmover y emocionar al público.

Si bien tuvimos la desventaja de crecer bajo una dictadura que censuró, encarceló o mandó al exilio a muchos grandes artistas e intelectuales, no es menos cierto que de los que se salvaron y permanecieron en el país, recibimos valiosas enseñanzas.

El teatro independiente dio durante la dictadura imponentes lecciones de rebeldía republicana. El período de apertura que se inició con el triunfo del No en el plebiscito de 1980 tuvo en el Teatro Circular un epicentro de resistencia cultural de primera entidad.

Esto fue especialmente significativo con “El herrero y la Muerte”. La obra recuperaba una vieja tradición del circo criollo de los hermanos Podestá y se basaba en un capítulo de Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, pero jugaba en forma muy creativa con las referencias intertextuales, al punto que terminaba con una cita del Martín Fierro de José Hernández (Curi contó que fue incorporada por el querido Walter Reyno): “no hay tiento que no se corte, ni tiempo que no se acabe”.

Contradictoriamente al significado angustiante de esos versos (el gaucho Miseria, aún aferrado a una negociada inmortalidad, admitía que la muerte sería inevitable) el público estallaba en aplausos, porque en esa época, los versos del poeta argentino ameritaban una interpretación inversa: el tiento que habría de cortarse, el tiempo que habría de finalizar, serían los de la represión y la falta de libertad. Y el hecho de aferrarse obstinadamente al árbol que garantizaba la inmortalidad era un símbolo de la resistencia popular a los desmanes del totalitarismo.

Puede decirse que esa cita final de “El herrero y la Muerte” fue un frase icónica contra la dictadura, como lo fue dos años más tarde la proclama que redactaron Enrique Tarigo y Gonzalo Aguirre, declamada en el Obelisco por otro teatrista fudamental: el actor Alberto Candeau.

Cómo olvidar también otra exitosa puesta de Curi, “Esperando la carroza” de Jacobo Langsner. O “Doñarramona”, la pieza en que Víctor Manuel Leites adaptó libremente una novela de José Pedro Bellán. Quienes estudiamos a fondo este texto fundamental de la dramaturgia uruguaya y recordamos la puesta de Curi, seguimos evocando la genialidad con que el director resolvió escénicamente el sutil pasaje que iba desde una inocente fiesta de cumpleaños, con música y baile, a la cruenta violación a una mujer indefensa.

Asistir a una puesta en escena de Curi era siempre aprender el arte de la dirección teatral. Recomiendo al lector buscar en Youtube el video que le dedicó el Instituto Nacional de Artes Escénicas, en 2010, dentro del ciclo A escena con los maestros, donde el director narra con su característica sencillez cómo fueron sus inicios y su trayectoria, profundamente comprometida con la realidad política y social de su tiempo.

En el mismo momento de su fallecimiento, muere después de una terrible enfermedad el entrañable músico y artista plástico Claudio Taddei. La difusión mediática que se dio a esa tragedia realmente contrastó con la pobre divulgación de la muerte de Curi. Googleo el tema y me encuentro con obituarios de veinte líneas, asépticos, tal vez con la sola excepción de una crónica de María Rosa Carbajal en La República.

Hubiera sido, más que deseable, imprescindible, una repercusión semejante en todos los medios. Se extraña el aporte conceptual de críticos que nutrieron a mi generación, como Jorge Abbondanza y Roger Mirza. La liviandad con que muchas veces se comenta lo que antes se analizaba, la ajenidad con que se informa sobre lo que antes se instruía, son muestras indudables del deterioro cultural que nos aqueja.

Recordar a Jorge Curi como merece, es reivindicar la calidad del arte, más allá de intereses políticos o ideológicos y más allá también de las modas frívolas que están sustituyendo en forma creciente la jerarquía de los grandes proyectos estéticos.

Al maestro, nuestro recuerdo emocionado.

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