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Santiago Gatica

Se fue 2015 y China creció por debajo del 7% luego de muchos años. Si bien semejante tasa sigue siendo envidiable, es un síntoma más de su nueva etapa de crecimiento. El 2016 comienza con novedades. El cierre de 2015 dejó bien claro que China ya está viviendo la "nueva normalidad". Menores tasas de crecimiento a cambio de un avance más lento pero más seguro, atendiendo a aspectos medioambientales y sociales antes dejados de lado: de la fábrica del mundo a un crecimiento más enfocado en servicios y el consumo interno de una clase media que no para de crecer. Hace unas semanas los líderes chinos anunciaron los titulares del plan quinquenal 2016 2020 (resabio de la economía planificada). Para lograr el objetivo de duplicar el PIB per capita del 2010 al 2020 China debe crecer por encima de 6,5% anual. ¿Podrá lograrlo? El renminbi (yuan) ha sido una de las monedas más estables en los últimos años, pero recientemente hemos visto como el Peoples Bank of China la devaluó como muestra de la paulatina liberalización del tipo de cambio. La semana pasada fijó el cambio en 6,5314 yuanes por dólar (el más alto desde abril de 2011) y el China Daily (vocero de la políticas oficiales) anunció que la moneda podría depreciarse hasta un 15% este año. La devaluación fue seguramente motivada por las menores perspectivas de crecimiento y una caída en las exportaciones. Pero toda devaluación en la segunda potencial mundial tiene inevitables repercusiones. Este año será clave para medir sus verdaderas consecuencias. A mediados del 2015 la bolsa de Shanghai sufrió un desplome que repercutió en las principales bolsas del mundo. ¿Cuál fue la reacción del gobierno desde Beijing? Más intervencionismo, incluyendo medidas como la prohibición de venta de acciones a los principales accionistas del mercado. Pero la turbulencia aún no cesó y 2016 comenzó con un anuncio del China Daily sobre nuevas reglas a ser dictadas por el gobierno. La llegada de Xi Jinping a la Presidencia china en marzo de 2013 trajo consigo la promoción del "sueño chino", no solo como reflejo del progreso económico (Deng Xiaoping ya decía que "hacerse rico es glorioso"), sino también buscando generar la identidad de un país que permite el desarrollo integral de sus ciudadanos. Casi tres años después, las impostergables reformas sociales están comenzando. Empecemos por la flexibilización de la tradicional política del hijo único, necesidad impuesta por el rápido envejecimiento de la población que alteró una pirámide social carente de adecuada seguridad social. Ahora las parejas chinas pueden tener dos hijos, privilegio antes reservado para pocos. Además, este nuevo año trajo el anuncio de una preforma al sistema del hukou, otro resabio de la época maoísta para controlar la migración interna. El hukou es lo más cercano a un pasaporte interno de la ciudad a la que cada ciudadano pertenece, donde solamente allí el ciudadano puede gozar de derechos tales como educación o salud pública. Si alguien vive en una ciudad diferente a la de su hukou, no tendrá acceso a tales beneficios. Pero esto está por cambiar. El gobierno acaba de anunciar la flexibilización de los requisitos para la obtención de un nuevo hukou. Si bien dichos requisitos (por ejemplo, contrato de trabajo o de arrendamiento por un plazo determinado) aún serán difíciles de cumplir por la mayoría de los migrantes que recién llegan a las grandes ciudades, es un primer gran paso para muchos chinos que son tratados como extranjeros en su propia tierra. También es vital para el objetivo oficial de continuar aumentando la tasa de urbanización que ya llega a 55%. La legitimidad del Partido Comunista Chino radica hoy en el progreso económico, respaldo ante el fantasma de las penurias sufridas hace pocas décadas que todavía siguen frescas en la memoria colectiva. Por años el rápido crecimiento chino fue el argumento más invocado para defender su modelo: que la democracia no es una condición para el progreso económico, que los mercados son imprescindibles pero también lo es la guía o el control estatal para promover los sectores más prometedores, etc. Sin embargo, las voces que aducen el agotamiento del modelo si no se realiza una reforma política en el corto plazo ya no se escuchan solo afuera, sino también dentro de China. Personajes como Wu Jinglian, Yang Xiaokai y Yao Yang plantean que la corrupción y la brecha entre ricos y pobres son inherentes a un sistema como el chino que sin mayor apertura política difícilmente las podrá combatir. El gobierno lo sabe y por eso Xi Jinping lanzó una feroz campaña anticorrupción. Si bien Singapur es invocado como ejemplo de una exitosa lucha anticorrupción sin aflojar el control político, la escala de China lo torna difícilmente comparable. Veremos si el 2016 trae alguna novedad. Gran Muralla China. Foto: Google Santiago Gatica
Quien haya lidiado con contrapartes chinas sabe que negociar con ellos no es solo un desafío, sino todo un arte. No basta con los típicos consejos de protocolo. Conocer las profundas diferencias y estilos que nos separan es imprescindible. Regalos, tarjetas, cenas, reglas de protocolo y afines. Todos elementos que ayudan a tener la oportunidad de ganarse un lugar en la mesa de negociación. Pero esto no es suficiente: el bagaje de la "cultura milenaria china" (frase trillada pero no por eso menos acertada) hace imprescindible buscar acortar las distancias. Nunca es bueno realizar generalizaciones, pero seguramente se encuentran con algunas de las características aquí descritas. Casi la mitad de la población china aún vive en zonas rurales. Si bien la urbanización va en aumento, gran parte de la población fue educada o proviene de familias de raíz agraria, donde el respeto a los valores provenientes del confucionismo y el taoísmo como la cooperación, colectivismo, armonía y respeto a las jerarquías, son esenciales. El tradicional lenguaje pictográfico, por el cual los niños chinos memorizan miles de caracteres (imágenes) que representan conceptos, hace que su pensamiento sea principalmente holístico. Es decir, los chinos suelen pensar las negociaciones como un todo, yendo de adelante para atrás y de un punto a otro sin tener siempre un orden claro, sin dividir las discusiones complejas en cuestiones menores como hacemos nosotros. Nada esta aceptado hasta que todo está aceptado. No debe sorprender que pretendan reabrir puntos que se creían ya acordados. Asimismo, a veces todavía queda cierta desconfianza hacia los extranjeros. El período comprendido entre los comienzos de los siglos XIX y XX todavía se conoce como el "siglo de la humillación" ante Occidente. Esto se refleja en cierto cinismo hacia la regla de derecho, novel concepto de pocas décadas en China, donde aún priman muchas veces los vínculos interpersonales por sobre los contratos escritos. Primero cultivar la relación, luego los negocios. Lo primero a tener en cuenta para negociar es el tan sonado guanxi, que si bien podría traducirse como "conexiones personales", no es exactamente lo mismo. El guanxi es más complejo y podría concebirse como el capital social de un individuo, basado en la reciprocidad. Pero esta reciprocidad no significa que una concesión a una parte china traerá una concesión equivalente como respuesta inmediata. Ellos lo miran en el largo plazo, por eso las concesiones deben ser manejadas con cautela. Para empezar, es importante enviar representantes de igual jerarquía que las autoridades chinas que se van a cortejar. Otro aspecto fundamental es el mianzi, la posición que ocupa alguien en su red social, que puede ser traducido como "cara". Hacer que un chino pierda "cara" al tratarlo de una forma inapropiada o ponerlo en una situación vergonzosa, incluso sin intención de llevarlo a ese extremo, es mucho grave que en Occidente y puede ser una causal de quiebre en las negociaciones. Por su parte, los intermediarios chinos juegan un papel más relevante que aquí. Buscar un vínculo personal que introduzca al extranjero ante la parte china es fundamental para ganarse su confianza. El intermediario será también el encargado de interpretar las actitudes y respuestas de los chinos que pasan desapercibidas a los ojos de un común occidental. Por ejemplo, los chinos evitan decir "no" de frente, para guardar las formas y no perder "cara", optando por expresiones como "no parece mal", "parece relativamente bien" o similares que hay que saber interpretar. El intermediario es útil incluso para resolver disputas y malentendidos entre los negociantes. La negociación de los precios suele ser ardua. El ahorro adquiere una nota más trascendente en el gigante asiático, donde un ciudadano chino promedio ahorra cuatro veces más que uno estadounidense. Muchas veces los precios base o las primeras contraofertas chinas son irrisorias, lo que a nuestros ojos puede llegar a ser ofensivo pero para ellos no lo es: el tradicional regateo es un hábito cotidiano. Nuestra agresividad suele aumentar con el uso común de las dilaciones y el silencio por parte de los chinos, haciendo gala de su probada resistencia. Sugerencia: en vez de desistir, pregunten por el fundamento de la suma ofrecida, especificaciones, conceptos, etc. a efectos de llegar a la pretensión real. Si llegaste a China para negociar, prepárate bien, ármate de paciencia y ten en cuenta un último consejo: en lugar de decirle a la parte china tu fecha de partida, dile que estarás allí todo el tiempo que sea necesario, para que el tic tac del reloj no sea usado en tu contra. Empresas y gobierno chino están centrando la mirada en áreas menos exploradas. Santiago Gatica - Abogado
Así llaman las propias autoridades chinas a la actual etapa del desarrollo del gigante asiático. Adiós a las famosas "tasas chinas", bienvenida la búsqueda de un modelo estable y sustentable. Hoy China vive una etapa de transición que también comienza a influir en el panorama geopolítico global y plantea desafíos a Occidente. La vida en el Reino Medio va a una velocidad que por aquí no imaginamos. Tras haber vivido y trabajado en Beijing y regresado a Uruguay hace poco más de un año, tuve la posibilidad de volver a China por un par de semanas. Increíble: edificios que al partir eran meros agujeros en la tierra hoy son emblemas de cemento y vidrio, líneas de subte que se estaban construyendo hoy operan al máximo, etc. Pero el ánimo también ha cambiado. Abogados, empresarios, funcionarios públicos y autoridades chinas (incluyendo al Embajador chino en Uruguay, Sr. Yan Banghua, en el desayuno de ADM hace unas semanas), todos coinciden en que China está llegando al fin de un modelo de crecimiento y entrando rápidamente en otro. Atrás quedó la mera mano de obra barata y exportación de manufacturas (el Made in China, la fábrica del mundo, o China Inc., como le gusta decir a los estadounidenses), apoyada en la recepción de una exorbitante inversión extranjera que transfirió el know-how y la tecnología necesaria para avanzar. Hoy esto se ha trasladado a los países que recuerdan a la China de los años sesenta y setenta: Myanmar, Camboya, Laos, etc. China se tendrá que acostumbrar a un crecimiento más lento pero más seguro y sustentable, además de hacer las paces con el Sr. Medio Ambiente, que se ha sentido descuidado en las últimas décadas y le ha pasado factura (basta con respirar el aire de Beijing para saberlo). En la actualidad, China es un país en plena urbanización con una clase media de dimensiones impensadas que sigue creciendo. Tras la crisis de 2008, la disminución en las exportaciones fue suplida por la demanda interna, y la tendencia seguirá. Hoy China es el hogar de empresas que están saliendo a competir al mundo (o a comprar parte del mundo) no solo en los sectores tradicionales que recibieron la primera oleada de capitales chinos como petróleo, minería, etc., sino también en IT, infraestructura, energía nuclear y renovable, agrobusiness, etc. En 2014, la inversión china en el mundo superó por primera vez a la inversión extranjera en China. Esta es la "nueva normalidad". Con respecto a la Latinoamérica, China es el primer o segundo socio comercial de gran parte de nuestros países y la inversión seguirá creciendo. El financiamiento chino en la región ya supera al del FMI y el BID en conjunto. Los rimbombantes acuerdos firmados, las promesas realizadas y la repartija de dinero por parte del Primer Ministro chino Li Keqiang durante su gira por Brasil, Colombia, Perú y Chile no hacen más que confirmar la tendencia (basta como ejemplo el anuncio del tren que irá de una costa oceánica a la otra). Pero hasta aquí, no muchas cosas nuevas. Lo novedoso (aunque no sorprendente) es el papel que va asumiendo China a nivel global, aún cuando diga no querer hacerlo. El cambio de tono o la mayor asertividad en las relaciones con sus vecinos está generando runrún, máxime cuando dichos vecinos tienen a un hermano mayor (Estados Unidos) cubriéndoles las espaldas (léase: Japón, Filipinas, etc.). La creación del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura ha sumado a importantes actores occidentales y seguramente se convertirá en protagonista. China está también volviendo a sus raíces de la mano de las anunciadas Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda. Sin embargo, China conoce bien sus limitaciones y no pierde oportunidad de incluirse dentro de la categoría de "país en desarrollo". Si bien a nivel macro su economía es la más grande del mundo, su PIB per cápita sigue teniendo niveles muy bajos. Si bien millones y millones de personas han salido de la pobreza, resta aún mucho trabajo en este sentido. Y aunque la inversión militar va en aumento, bien saben que no pueden arriesgarse a medirse con la superpotencia. China está jugando hasta donde sabe que puede jugar (por el bien de todos, esperemos que no hayan errores de cálculos y se entre en una dinámica inesperada). Desde principios del siglo XVII la brecha entre las rentas occidentales y la china no hizo más que agrandarse. ¿Cuáles fueron las instituciones que causaron esta brecha? La literatura en la materia es vasta, pero es posible sostener que ha sido principalmente el respeto a la propiedad privada, la regla de derecho, y la vida social y ética del trabajo, sustentada en la moralidad cristiana, que le dio un respaldo moral al capitalismo. El crecimiento sustentado en estos pilares derivó en los avances científicos, médicos, etc. que llevaron a la supremacía de Occidente. Pero, ¿está Occidente perdiendo estos valores? La historia demuestra que toda civilización esta destinada a perder su hegemonía y las actuales amenazas para la civilización occidental son varias. A nivel económico, así como la economía japonesa superó a la británica en el año 1963, a partir de la década de los setenta la brecha entre la renta china y las rentas occidentales se ha comenzado a acortar. A nivel ético y moral, mucho se ha perdido y el relativismo hace de las suyas en el Viejo Continente. El Consenso de Washington se debilita y la crisis del 2008 mostró lo peor del sistema. Parece que se hubiera perdido la confianza en nosotros mismos. Pero Occidente aún ofrece el mejor "paquete" de instituciones (democracia - capitalismo consumo) que gran parte del mundo se dedica a importar. Hay que mantener la fe en Occidente, las herramientas para hacer frente a los desafíos están disponibles. La pérdida de las raíces es nuestra principal amenaza. Mientras tanto, el crecimiento de China no se detendrá. Mejor dicho, por el bien de la economía global esperemos que no lo haga. Y en ese escenario China consumirá más, invertirá más e innovará más. Por tanto, jugará un mayor rol a nivel global en el mundo multipolar que se avecina. Ante todo este movimiento económico y geopolítico, ¿cómo va a posicionarse Uruguay? O mejor dicho, ¿cómo puede posicionarse Uruguay para no perder el tren? Y si el tren es chino, no baja de 300 km/h. Sería una lástima tener que subirse a uno más lento. (*) Abogado, con experiencia profesional en el Sudeste Asiático. China vive una etapa de transición hacia un modelo estable y sustentable. Foto: Archivo Santiago Gatica - Columnista invitado*
Dice el refrán que "el Mediterráneo es el océano del pasado, el Atlántico es el océano del presente y el Pacífico es el océano del futuro". Nuestro país deberá atender esta realidad y sin descuidar su condición de enclave atlántico, posicionarse de la mejor manera hacia el oeste. Hoy el Océano Pacífico, cuya superficie es mayor a toda la tierra firme de este planeta, es el centro del comercio global. A partir de la década de los setenta el comercio a lo largo de dicho océano sobrepasó al comercio canalizado por el Atlántico. Lógicamente, la voracidad importadora y exportadora de China contribuyó en gran manera a este crecimiento en los últimos años, pero el incremento de la región comenzó hace décadas. El liderazgo norteamericano en el Pacífico y su focalización en dicha área viene también desde largo tiempo atrás. Ya el visionario William Henry Seward, Secretario de Estado de Abraham Lincoln allá por mediados del siglo XIX, se sintió atraído por la potencialidad de dicho océano y comenzó a delinear la política que a la postre llevaría a Estados Unidos a comandar estas aguas (compra de Alaska, la instalación de la base de Pearl Harbor en Hawaii, el renacimiento de Japón como centro de crecimiento en Asia luego de la segunda guerra mundial, etc.). No obstante, el panorama ha cambiado. Mientras que en la última década EE.UU. creció un promedio de 1,6% y Europa 1,7%, Latinoamérica lo hizo al 5,9%, el este asiático al 5,4% y el sudeste asiático al 5,9%. Hoy en día la APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation) nuclea a países que representan la mitad del comercio mundial y, por ejemplo, el Estrecho de Malacca es una de las rutas comerciales más transitadas del planeta, cuya posición estratégica queda de manifiesto al descubrir que durante los últimos 600 años supo estar en manos chinas, portuguesas, holandesas, británicas, japonesas y actualmente malayas. La región Asia-Pacífico presenta hoy importantes desafíos, no solo de naturaleza económica. El ascenso chino y en particular la actitud adoptada ante ciertas cuestiones limítrofes ha herido sensibilidades y generado rispideces a lo largo y ancho de la región asiática (disputa por las islas Senkaku/Diaoyou con Japón, disputa por las islas Spartly, Paracel y Scarborough con Filipinas y Vietnam, etc.). A estas cuestiones se le suman las inestabilidades políticas observadas en lugares como Tailandia y Hong Kong, además de la reaccionaria Corea del Norte. China está adoptando una política de incentivos (gasoductos, ferrocarriles, inversión, etc.) y castigos (ejemplo: boicot de los consumidores a los productos japoneses ante el reclamo de las islas Senkaku/Diaoyou, restricciones a las importaciones de bananas filipinas ante la disputas territoriales, etc.). Al favorecer la interdependencia económica en la región, China pretende desincentivar las reacciones de los restantes países ante las potenciales represalias económicas. Algunos entendidos dicen que, salvando las distancias, no sería más que una versión moderna del antiguo sistema de estados tributarios. Asimismo, si bien China es la potencia comercial del Pacífico, Estados Unidos sigue siendo la potencia militar que asegura la paz y el respeto a las normas de dicho océano. Pero China (junto a otros países emergentes, justo es decir) difiere respecto de la aplicación de ciertas normas contenidas en la Convención sobre el Derecho del Mar de la ONU, en cuya creación el gigante asiático no participó (a pesar de haberla luego ratificado). En virtud de lo expuesto, expertos en política internacional se han cuestionado si el ascenso económico chino representará para Estados Unidos el mismo desafío que representó el ascenso alemán para el Reino Unido a principios del siglo XX y desembocó en la guerra más cruenta conocida por el hombre. Por ejemplo, Henry Kissinger en su libro "On China" se planteó esta cuestión, pero se inclinó fundamentalmente por la negativa. Lo cierto es que ambos gigantes se necesitan, y no pueden darse el lujo de enlentecer el comercio y la inversión que los vincula y alimenta. La política del "pivot" adoptada por Obama parece confirmar esta posición: el Pacífico es suficientemente grande y hay espacio para ambas potencias. El ascenso de uno no es en detrimento del otro, pero para asegurar su posición Estados Unidos requiere de una importante presencia militar y el respaldo a socios como Japón y Filipinas que hoy recurren a su apoyo ante ciertas "agresiones". Si bien Asia es la esfera natural de influencia de China pero quien controla las aguas es Estados Unidos, la realidad es que hoy la legitimidad de muchos gobiernos asiáticos (incluyendo el de China) se basa principalmente en el crecimiento de sus economías (es decir, la posibilidad de asegurar un mayor bienestar a sus poblaciones). Para ello la paz es un bien preciado a cuidar. Hitos como la Carta del Atlántico o instituciones como lo OTAN que aseguraron la paz y el comercio en el Atlántico brillan por su ausencia en el Pacífico ante similares desafíos. Sin embargo, interesantes avances se están buscando en materia de integración económica, lo que representaría un primer paso en este sentido. El acuerdo más avanzado y ambicioso al día de la fecha es el TPP (Trans-Pacific Partnership). Liderado por Estados Unidos y Japón, incluye a países como Australia, Canadá, Chile, México, Singapur, etc., pero no comprende a China. Lo sigue el RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership) formado únicamente por países asiáticos (entre ellos China, lógicamente) y por último se encuentra el lejano sueño del FTAAP (Free-Trade Area of the Asia-Pacific), que incluye tanto a Estados Unidos como China. La necesidad de paz y estabilidad en Asia para asegurar el necesario crecimiento de sus economías puede llevar a aprender lecciones del pasado y derivar en acuerdos del estilo de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero que llevó en 1951 a que Francia y Alemania se sentaran en la misma mesa a pesar del fresco recuerdo de la segunda guerra mundial y derivó a la postre en lo que hoy es la Unión Europea. Latinoamérica se ha integrado nuevamente al engranaje comercial del Pacífico, tal como lo hizo hace más de 400 años cuando la plata boliviana era transportada desde México hacia las Filipinas, para luego ser intercambiada en China por bienes como porcelana, seda, té, etc. No es novedad que China ya sea uno de los mayores —sino el mayor— socio comercial de las principales economías sudamericanas (en el caso de Uruguay las estadísticas de 2014 confirmaron nuevamente a China en la primera posición). La inversión extranjera directa proveniente de China hacia la región también crece día a día, sin siquiera computar en los cálculos la importante inversión china indirecta que se canaliza a través de paraísos fiscales como las islas BVI (British Virgin Islands) o Caymán. En los últimos años China ha prometido más préstamos a Latinoamérica que el Banco Mundial, el BIB y Ex-Im Bank de Estados Unidos juntos. Ante este escenario, y sin descuidar nuestra estratégica posición en el Atlántico sur, debemos "acercarnos" aun más al centro del comercio global que hoy es el Pacífico, sin que esto signifique profundizar únicamente las relaciones con China. La participación de Uruguay como país observador en la Alianza del Pacífico promovida por Chile, Colombia, México y Perú es un primer paso a través del cual luego poder pensar en el otro lado del océano. Sin perjuicio de los desafíos económicos y políticos que Asia-Pacífico presenta y la distancia que nos separa, hoy dicha región es la que mayores oportunidades nos ofrece. (*) Abogado, con experiencia profesional en China. Malacca es una de las rutas de mayor comercio mundial. Foto: Archivo El País SANTIAGO GATICA | COLUMNISTA INVITADO
La República Popular China se ha posicionado como el principal socio comercial uruguayo desde hace ya dos años. Pero esto no es novedad a nivel regional: China también se ha convertido en el principal socio comercial de Brasil, Perú y Chile, así como uno de los principales socios de los restantes países latinoamericanos con los que mantiene relaciones (no olvidemos que al día de hoy países como Paraguay, Guatemala y Panamá aun reconocen a Taiwán como la República de China, lo que inhibe sus relaciones diplomáticas y económicas con la República Popular China bajo la política de “una sola China”).

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