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De Punta del Este a Montevideo, cómo viven los empresarios argentinos que "cruzaron el charco"

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Punta del Este desde el aire. Foto: Ricardo Figueredo

DE UNA ORILLA A LA OTRA

La cantidad de argentinos con pretensiones de residir en Uruguay sigue en aumento; hoy, unos 90.000 argentinos tienen propiedades en Uruguay, informó en agosto El País.

“Gracias, Uruguay”, tuiteó Marcos Galperin en marzo, el día en que le confirmaron los dos turnos de vacunación. Vive hace casi dos años en Montevideo. “Uruguay es un país que no da sorpresas, sobre todo para alguien que viene de la Argentina”, describió en julio Gustavo Grobocopatel, que se radicó en 2020 en Colonia del Sacramento. “Se puede trabajar a largo plazo sin que te estén cambiando y manejando los precios; eso es muy positivo”, valoró Alejandro Bulgheroni, que se instaló hace más tiempo.

Es fácil adivinar lo que esconden estos elogios de empresarios: una mirada de reojo hacia una Argentina que les parece inviable. Nunca lo van a decir así. Lo demuestran, como planteaba Milton Friedman, votando con los pies: con mudanzas o inversiones al otro lado del Río de la Plata.

La cantidad de argentinos con pretensiones de residir en Uruguay sigue en aumento. Hubo al respecto un punto de inflexión en los últimos dos años, al que contribuyeron tres razones que parten de lo mismo: el fracaso del proyecto de Macri, el regreso del kirchnerismo al poder y el aumento en la carga tributaria, que empezó con la multiplicación por diez de la alícuota de Bienes Personales y terminó en el impuesto a la riqueza.

El interés por emigrar se constató ni bien asumió Alberto Fernández. Nunca fueron, desde entonces, tan relevantes para el establishment los contactos de Carlos Enciso, embajador uruguayo en el país, y José Reyes, abogado de buena relación con Lacalle Pou, ambos decisivos para iniciar los trámites.

Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, los requerimientos para mudarse, que habían sido de 2.042 en 2019, se triplicaron en 2020 a 6.811 y ya estaban en 3.500 en los primeros cinco meses de este año. Además, un análisis de la Dirección Nacional del Registro a la Propiedad, que realizó un cruzamiento de datos, reveló que unos 90.000 argentinos tienen propiedades en Uruguay, informó en agosto El País. 

El director de Turismo de Maldonado, Martín Laventure, estimó que entre 30.000 y 40.000 estarían ubicadas en ese departamento. Y del resto, otros tantos están en Colonia y menos en Canelones y en Rocha.

Hoy, lo primero que motiva estos movimientos es la enorme diferencia en la carga fiscal entre ambas naciones. Haciendo bien las cuentas, que deben incluir una duplicación de costos, porque Uruguay es un país caro y en general los instalados allá siguen viajando con frecuencia a Buenos Aires, donde tienen todavía amigos, parientes y propiedades, el ahorro patrimonial puede ser de hasta del 40% en dólares.

En Uruguay, a diferencia de lo que pasa en Argentina, nadie tributa por los activos que tenga fuera del país. Y la tasa del Impuesto al Patrimonio es baja, porque se prefiere gravar la renta del negocio que efectivamente se hace y no cargar sobre los activos. El contraste se percibe también en Ganancias, que es del 35% en la Argentina y del 12% en Uruguay (llamado impuesto a la renta por ganancias de capital).

Pero los empresarios no atribuyen el cambio de domicilio sólo a razones tributarias. Dicen que también han pensado en la seguridad personal y en la institucionalidad. “A mí no me convenció Lacalle Pou, me convenció Mujica: vi que este país tiene una alternancia racional y que no cambian todo permanentemente”, cuenta uno que se fue hace varios meses.

El gobierno de Lacalle Pou hace gala de estas radicaciones. En un reciente spot institucional dirigido en inglés a inversores incluye como ejemplo a dos empresas de origen argentino. Encabezada por la leyenda Made in Uruguay, Invest in Uruguay, Visit Uruguay, Live in Uruguay, la pieza enumera: “Nuestro sistema empresarial en tecnología de la información tiene más de 30 años. Hoy, grandes empresas como Mercado Libre, Globant, BASF o Nestlé nos han elegido para instalar sus fábricas”.

¿Quiénes son los empresarios?

La lista de argentinos con presencia en Uruguay es grande. Podría agregarse a Martín Migoya y Guibert Englebienne (Globant), Sebastián Bagó, Facundo Frávega, Pedro Aguirre Saravia, Claudio Porcel (Balanz), Gianfranco Macri, Eduardo Costantini, Cristiano Rattazzi, Carlos Miguens, Ricardo y Eduardo Grüneisen (Yenny - El Ateneo), Germán Neuss, Facundo Garretón, Ezequiel Carvallo, Federico Tomasevich (Puente), Martín Eurnekian (Aeropuertos), Marcelo, Carlos y Daniel Sielecki (Elea-Phoenix), Santiago Soldati, Eduardo Escasany y Manuel Antelo.

“Uruguay da confianza”, acaba de describir Francisco de Narváez, quien promete triplicar sus inversiones con la cadena Ta-Ta. “Soy un gran promotor de vivir acá, pero no sólo de vivir, sino de invertir”, había dicho el año pasado Antelo, al abrir en la ruta Interbalnearia una sucursal de Car One. Radicado allá desde 2013, el ex líder de Renault vendió en enero el 51% de su participación en Car One Argentina.

La nueva comunidad de argentinos les dio impulso a varios sectores. Por lo pronto, al inmobiliario. “Las mejores casas de Carrasco ya se vendieron, no se consiguen”, dijo un inversor que se instaló hace pocos meses. También se llenaron las aulas del International College, fundado en 2017 en Punta del Este, que ya tiene unos 600 alumnos. El argentino Daniel Reta, uno de sus dueños, le dijo en agosto a radio Cadena 3 que más de la mitad de esos escolares eran argentinos y que la otra parte se repartía entre uruguayos, norteamericanos y europeos.

“En el 2020 tuvimos un incremento de 200 alumnos durante ese año. De esos, más de 100 eran argentinos. La diferencia es que antes venían por un par de años y se iban; estos ya no, estos vienen y se quedan. Se quedan por la situación económica lamentable que están viviendo ustedes allá. Es gente joven, ¡eh! Gente que está en el orden de los 40 o 45 años que decide hacer un cambio. Estamos en agosto y hemos tenido ya 150 consultas telefónicas para el año que viene, de las cuales hay 30 pagadas y confirmadas, que se vienen de la Argentina para acá. Pensamos que va a ser algo parecido al año pasado”, dijo Reta, quien agregó que la afluencia los había obligado a ampliar antes de tiempo la capacidad del colegio.

La migración trastocó algo del ritmo de vida de Punta del Este, que cobró un movimiento que no tenía fuera de temporada. Los argentinos que viajan por negocios pueden constatarlo cada vez que, al atardecer, desde jets que toman en el aeropuerto de San Fernando por 500 dólares el pasaje, ante la escasez de vuelos regulares, se aprestan a aterrizar: lo que en inviernos anteriores era una ciudad apagada, ahora tiene al menos un 20% de luces encendidas por edificio. La mejor de las noticias para otro sector expuesto a los vaivenes de la pandemia, el gastronómico. El restaurante La Huella, en José Ignacio, vendió hace dos sábados 400 cubiertos, una cifra sin precedente para esta época del año.

Manejado por los empresarios locales Martín Pittaluga, Gustavo Barbero y Guzmán Artagaveytia, La Huella es un habitual punto de encuentro de argentinos. Tanto, que hasta quedó involucrado en dos controversias típicamente rioplatenses. La más resonante fue en mayo, cuando Pittaluga, ex concejal del Frente Amplio, publicó un tuit contra Netanyahu por el conflicto entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza y recibió una dura respuesta de Galperin.

La otra había sido meses antes, cuando los dueños del restaurante y grupos conservacionistas se opusieron a actividades acuáticas que muchos de los nuevos vecinos hacían en la Laguna Garzón, ideal para principiantes de kitesurf por su escasa profundidad, pero también hábitat natural de aves que se espantan con los paracaídas. Pittaluga es un empresario progresista, pero su obsesión por lo agreste no terminaba de convencer a quienes creyeron ver en el argumento razones menos ambientales: los socios gastronómicos regentean también el exclusivo balneario La Caracola, sobre la misma laguna.

En la discusión tuvo que intervenir el Ministerio de Medio Ambiente uruguayo, que delimitó la zona de kitesurf y la cantidad de personas que podían hacerlo en simultáneo (60) por considerar el área una de las 17 protegidas de Uruguay. Con unos cuantos enemistados, llegó a oírse en el atardecer del Este una frase que, argentinos al fin, fue perdiendo con los meses vigor y cumplimiento: “No voy más a La Huella”. Alguno fantaseó incluso con pedir la intercesión de Lacalle Pou, habitual surfer de las playas de La Paloma y Punta del Diablo.

El tiempo aquietó las tensiones. Porque el lugar invita a eso. Es exactamente lo que estos empresarios le agradecen a Uruguay. Todo empieza, dicen, en el cumplimiento de las normas. Otra enorme diferencia con la Argentina. El mejor ejemplo parece la ley 19.889, promulgada en julio del año pasado, que incluye dos artículos que serían de imposible aplicación de este lado del río: el 7°, referido a las relaciones laborales, que garantiza el derecho “de la dirección de la empresa a entrar en local pese a medida sindical” y “a trabajar de no huelguistas en caso de huelga del sindicato”, y el 11°, que prohíbe los “piquetes que impidan la libre circulación en espacios públicos o privados de uso público”.

Uruguay es para todos ellos la pintura de un anhelo frustrado: el de una Argentina propensa a la creación de riqueza que, por razones inexplicables, los viene expulsando lentamente.

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