En febrero de 2004 viajé a Finlandia invitado por la empresa Botnia para recorrer sus plantas de procesamiento de celulosa. Estuve allí casi una semana integrando una delegación con periodistas de medios nacionales, otros colegas de los departamentos de Paysandú y Río Negro, y hasta un enviado del diario El Día de Gualeguaychú, Entre Ríos, ciudad de la que surgen los mayores cuestionamientos a la instalación de las papeleras. Con los periodistas viajaron también dos vecinos de la ciudad de Fray Bentos, escogidos entre los integrantes de las asambleas públicas que formaron los pobladores de esa ciudad para informarse del impacto de la construcción de las fabricas de celulosa.
La recorrida incluyó dos de las cinco plantas ubicadas en territorio finlandés: las de Joutseno y Aanekoski. La primera se encuentra sobre el lago Saimaa y ha trabajado en procesamiento de pulpa de celulosa durante los últimos cien años y, según los testimonios, ha mejorado ostensiblemente el tratamiento de sus emisiones. La biodiversidad en el lago está plenamente presente y las truchas que allí se pescan son de los platos más recomendados de Escandinavia.
La planta de Aanekoski cuenta con un sistema propio —más bien una planta dentro de la planta— de tratamiento y eliminación de efluentes, lo que en términos concretos implica que si un observador se para enfrente del establecimiento industrial apreciará dos enormes chimeneas lanzando al cielo columnas de humo gris, muy espesas, de aspecto realmente intimidatorio, pero no se percibe ningún olor desagradable en el ambiente. Es que los desechos son tratados internamente de forma tal que no contaminan la atmósfera.
Hablando con trabajadores que integran el sindicato de la empresa y con vecinos de las poblaciones aledañas éstos reconocieron que, al menos en Aanekoski, años atrás se percibían olores desagradables procedentes de las plantas que invadían la ciudad pero que, poco a poco, el avance tecnológico permitió purificar esas emisiones.