El tiempo de oro de las lanchas y lanchones del puerto de Montevideo tuvo por décadas una fulgurante y dominante actividad que se prolongó hasta cuando se inauguró el nuevo puerto en 1909 con sus espectaculares muelles de hormigón. A partir de entonces y a medida que se fue consolidando la cultura de atracar los barcos a muelle, aquella actividad comenzó a reducirse progresivamente pues iban desapareciendo las operaciones de carga y descarga con los barcos fondeados y en su defecto la actividad se trasladaba a tierra directamente con los barcos atracados y utilizándose las flamantes grúas eléctricas. En realidad cambió la modalidad operativa de estas lanchas, pues siguieron trabajando amarradas en la otra banda del barco atracado. El hábito de amarrar los barcos a muelle no vendría sino años más tarde de inaugurado el puerto y la autoridad debió emitir un decreto porque pocos aceptaban aumentar los gastos por uso de muelle y de grúas pero había que solventar el costo del nuevo y lujoso puerto, y la ANP necesitaba dinero. Pero aquellos tiempos previos a la obra portuaria fueron de intensa actividad aprovechando la hermosa y amplia bahía de Montevideo sin igual en toda la costa Atlántica. Era un fondeadero seguro, donde las grandes lanchas iban con las cargas de exportación, se amarraban a una de las bandas del casco y allí trasegan 800 o mil toneladas y a su vez recibían las cargas de importación, fueran materias primas o pianos.
VIAJEROS. Para el embarque y desembarque de los viajeros se disponía de lanchas grandes, rápidas y cerradas, y los propios remolcadores. Miles de inmigrantes desembarcaron en Montevideo en esas lanchas porque el gran movimiento de pasajeros recién vendría a partir del año 1919, luego de finalizar la primera guerra mundial, Fue así que miles de uruguayos comenzaron a viajar a Europa principalmente a Francia y algo menos a España e Italia. Para la carga y descarga de productos y mercaderías se llevaban los estibadores a las naves y se utilizaban los pescantes de a bordo, todos ellos a vapor y todo funcionaba a la perfección. Evidentemente no importaba el tiempo y los barcos solían quedar en puerto días, excepto los transatlánticos. Como en todos los puertos del mundo, en Montevideo a partir del 1860 se habían establecido algunas empresas de remolque y lanchaje que con inversión y no pocos esfuerzos desarrollaron una intensa actividad comercial apoyando y dando seguridad los barcos de ultramar a la vez que daban empleo y vida a una comunidad de marinos y trabajadores mayormente italianos, españoles y croatas. Al principio esta gente trabajadora eran desertores de los barcos mercantes al ser sorprendidos por las bondades climáticas de nuestro país y las facilidades para sobrellevar una vida sin problemas a diferencia de sus países centroeuropeos y la aceptabilidad social. Algunas de aquellas empresas fueron las de Lussich, Magnano, Mann George, Smiths, Fernández Pares, Guarino, pero había otras no menos conocidas. Sin duda cuando los barcos fueron obligados a tomar muelle, aumentó la ocupación de los remolcadores y de las lanchas de pasajeros, tanto a la llegada como a la salida de la nave. Con todas estas actividades nacieron también las reparaciones navales y aun la construcción naviera a lo largo del litoral uruguayo como el Astillero Carmelo, Fray Bentos, Paysandú y Salto. A su influencia dieron origen en Montevideo a prestigiosos talleres navales y diques como el Dique Cibils, hoy de la Armada, junto con el Dique Mauá, y varaderos incluso el de la ANP al final de la calle Sarandí donde se construyeron hermosas y poderosas lanchas de carga. Todos ellos fueron hombres de trabajo, incansables, confiables que también como tripulantes participaron en la actividad del cabotaje. Hombres rudos y sacrificados que formaron hogar en Uruguay y dieron educación a sus hijos.