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Análisis: La evolución del dólar desde la "banda de flotación" a hoy, ¿hacia dónde va en Uruguay y el mundo?

Análisis de Carlos Saccone, gerente de Inversiones en Banca Persona de HSBC.

Carlos Saccone, gerente de Inversiones en Banca Persona de HSBC

En Uruguay durante la década de 1990, existía la “banda de flotación” con un rango de depreciación preanunciado, podríamos decir que “hija de la tablita” de la década anterior. En aquella época, el dólar debía cotizar cada día con cierto máximo y cierto mínimo, y si perforaba dichos umbrales la autoridad monetaria intervendría en el mercado comprando o vendiendo para forzar que la “cotización” permaneciera dentro de la banda. Esto pasaba relativamente desapercibido con estabilidad económica.

Pero claro, si la inestabilidad crece y el público comienza a demandar dólares, la presión compradora perforaría el “techo” de la cotización lo que obligaría al Banco Central (BCU) a vender sus dólares para mantener el precio dentro de la “banda”.

En el año 2002 la presión compradora producto primero de la devaluación en Brasil y luego de la crisis en Argentina hizo que la demanda fuera tal que el BCU tuviera que dejar flotar libremente la moneda para que llegara a su verdadero valor de mercado, lo que rápidamente se convirtió en una abrupta apreciación del dólar (depreciación del peso). Esto no fue eterno, el propio mercado moderó el salto y se mantuvo en 2002, 2003 y ya en la primera mitad de 2004, una vez lograda la estabilidad, el valor del dólar comenzó a retroceder.

Además de estabilizarse la situación regional, a nivel mundial se vivió un boom de precios en los commodities producto de la apertura en China que volvió a nuestros productos exportables más caros, lo que llevó a que ingresaran más dólares al país lo que implicó una apreciación de nuestra moneda. Era todavía una situación de tasas de interés relativamente altas en Estados Unidos.

A fines del año 2007 una crisis inédita azotó el sistema financiero de EE.UU. y el mundo desarrollado. Esto llevó a que se bajaran drásticamente las tasas de política monetaria a 0% durante varios años y que incluso la propia Reserva Federal (Fed, el banco central estadounidense) interviniera en el mercado de bonos para mantener también las tasas de mercado en niveles mínimos, con el objetivo de reactivar la economía. Esta combinación post 2007 de estabilidad político-económica, precios de materias primas subiendo, y tasas en dólares en 0% profundizó la apreciación de nuestra moneda, la que alcanzó su mínimo de este siglo en mayo de 2013 (en términos nominales y reales ), hace exactamente 10 años.

En aquel momento Ben Bernanke anunció que estaban evaluando empezar a desmantelar el programa de recompras de bonos en el mercado. La reacción no se hizo esperar y, anticipando un mayor atractivo en los títulos libres de riesgo emitidos por el Tesoro de los EE.UU., la cotización del dólar comenzó a ganar terreno nuevamente. Por otra parte, a fines de 2015 comenzó el ciclo anterior de lentos aumentos en la tasa de interés llevándola a su máximo en julio de 2019, de 2,5%.

La historia reciente es más conocida, ante la emergencia provocada por la pandemia, la Fed volvió a bajar en marzo de 2020 a 0% su tasa de interés y la mantuvo así hasta principios del año pasado.

Aquí me gustaría destacar dos puntos. El primero es que la tasa bajó a 0% y el dólar subió de precio. Esto fue así porque el dólar es (¿era?) considerado el “activo refugio” por excelencia o sea el lugar donde resguardarse financieramente en ocasión de situaciones inesperadas y de alto riesgo para el desarrollo económico. También había sucedido lo mismo a fines de 2007-2008. Operando el dólar como refugio, no funciona la teoría que dice que los flujos se dirigen donde la remuneración por interés sea mayor.

Pero, además hay un segundo punto que no debería pasar desapercibido. La emisión de dinero (de dólares) en el mercado ha sido mayor. Ya en 2008 se hablaba de un efecto inflación producto de la gran cantidad de dólares emitidos. La realidad es que nunca ocurrió en aquel momento y hasta la revista The Economist y otras prestigiosas publicaciones se preguntaban si era que estábamos ante la “muerte de la inflación”.

La cantidad de dinero circulante aumentó 50% en 2007-2009, pero se multiplicó por 5 durante 2020-2022, y ahora sí hemos visto en los EE.UU. un aumento de la inflación como no se veía desde 1980. También es cierto que ha vuelto a bajar marginalmente, pero si uno evalúa la situación económica en EE.UU. no luce como un momento donde pueda reducirse drásticamente la cantidad de dinero, sin que haya efectos colaterales más graves.

Como en cualquier mercado, en el mercado de divisas las cantidades importan. El fabuloso aumento en la cantidad de dólares circulando está vinculado a su proceso de debilitamiento a nivel global (¡incluido Uruguay!), especialmente en un contexto en el cual la moneda china, lenta pero decididamente, va ganando terreno.

Si bien todavía el dólar es la “moneda del mundo”, la que tiene mayor actividad en el comercio internacional, la más operada contra otras monedas, la preferida por los bancos centrales para mantener sus reservas, la preferida como moneda de referencia para inversores individuales e institucionales, esta preferencia ha comenzado a caer. Se encuentran cada vez más artículos de opinión especializada e investigación con respecto al “proceso de desdolarización global” que ya ha comenzado.

Otra particularidad de la actualidad, síntoma de este proceso, es que el mercado no ha reaccionado en términos de cotizaciones a la suba de tasas de interés en los EE.UU.. Tampoco a eventos potencialmente disparadores de “aversión al riesgo global” como lo es la guerra.

Pensemos que en un año la Fed aumentó su tasa de interés de 0% a 5%. Sin embargo el dólar ha bajado en el mercado local. Tampoco es cierto que se deba a las acciones de política monetaria implementadas a nivel local. Sólo hay que mirar gráficas del dólar en Brasil y el dólar en Uruguay: prácticamente replicamos en nuestro mercado doméstico lo que sucede allí.

El dólar en Uruguay acompaña una tendencia que existe en muchos de los mercados emergentes “sanos”. Y sí, la existencia de un mercado no asegura que la cotización sea “de equilibrio” de forma permanente. ¿Pero es que alguien quiere volver a la época de la banda de flotación o a la tablita?

Con acierto el Banco Central se ha embarcado también en un proceso de desdolarización de la economía uruguaya, incluso adelantándose a lo que se está viendo a nivel global.

La iniciativa de “desdolarización” y reducción de la inflación como prioridades han sido notorias desde el inicio de la gestión actual. Días atrás Andrea Barón, economista del propio BCU, comentaba que el 50% de las empresas facturaban en 2016 al menos una parte de sus ventas en el mercado doméstico en dólares, una práctica que debería ser considerada como mínimo exótica dado que, entre otros inconvenientes, como estrategia de cobertura ha demostrado no ser útil.

La iniciativa acerca de la (re)construcción de una “moneda de calidad” en el Uruguay debe ser política de Estado para este y los sucesivos gobiernos, especialmente en un momento en el cual, tal vez no a fin de este año ni el próximo, pero sí seguramente en la próxima década tendremos un mundo mucho más equilibrado que el de los últimos 50 en cuanto a “poder” e influencia del dólar.

No estamos diciendo que el dólar vaya a desaparecer como moneda de referencia, sino que su predominancia y casi exclusividad pasará a ser compartida. Lo que existe en la actualidad son señales del inicio de un proceso, que seguramente transcurra a lo largo de años o incluso alguna década.

Por último podemos abandonar aquella la idea que el dólar “siempre sube” en Uruguay y pensarlo dos veces antes de comprar dólares con cada peso que nos sobra, o facturar en dólares si mi operativa es en el mercado local. Los que vivimos y tenemos nuestra actividad en Uruguay tenemos que pensar mucho más en pesos, por nuestro propio interés.

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