Por Fernando Belhot (*)
El wealth management en inglés, o “gestión de patrimonio” en español, es un servicio que ofrece asesoramiento financiero y planificación integral a individuos con cierto nivel de patrimonio. Aunque tradicionalmente se asocia a personas con grandes recursos, cada vez es más utilizado por quienes inician su vida profesional o empresarial y desean proyectar su futuro con orden y visión.
En esencia, abarca la orientación sobre inversiones, planificación fiscal, retiro y herencia, con el objetivo de hacer crecer, proteger y administrar eficientemente los recursos a lo largo del tiempo.
Una de las estrategias clave en la gestión patrimonial es la diversificación de inversiones.
¿Por qué es tan importante?
1. Reducción del riesgo: al distribuir el capital en distintos activos o sectores, se mitiga el impacto que podría provocar un bajo rendimiento individual sobre el portafolio general.
Por ejemplo, si se invierte únicamente en acciones, estas podrían verse afectadas en contextos de inflación y tasas de interés elevadas, condiciones que tienden a favorecer a otros instrumentos, como los bonos.
2. Maximización de rendimientos: los distintos activos reaccionan de forma dispar ante las mismas condiciones de mercado. Diversificar permite capturar oportunidades en sectores que están en ascenso, incluso si otros atraviesan caídas.
Por ejemplo, un portafolio con acciones de sectores en declive, pero también con participación en rubros en crecimiento, logra equilibrar el desempeño general y amortiguar pérdidas.
3. Amortiguación de la volatilidad: en contextos de alta inestabilidad, contar con una cartera variada contribuye a suavizar los vaivenes del mercado, ya que no todos los activos se ven afectados de igual forma ante los mismos eventos.
4. Acceso a distintas oportunidades de crecimiento: implica diversificar no solo por tipo de activo, sino también por región geográfica, industria o etapa del ciclo económico, ampliando así las fuentes de rentabilidad.
Diversificar no es una fórmula mágica, pero sí una práctica inteligente para quienes entienden que cuidar el patrimonio implica mirar más allá del corto plazo.
A esto se suma la planificación fiscal, que permite estructurar las finanzas personales con eficiencia, reduciendo la carga tributaria y conservando más valor dentro del patrimonio. El uso estratégico de deducciones, exenciones o ingresos menos gravados puede marcar una gran diferencia. Un diseño fiscal acertado preserva activos claves, como la tierra, que de lo contrario podrían terminar enajenándose para cubrir impuestos, debilitando el capital familiar.
También hay formas de anticipar el retiro, tanto por edad como por circunstancias inesperadas. Algunas coberturas permiten organizar salidas graduales o definitivas del mundo laboral, sin sobresaltos, y al mismo tiempo brindan protección para quienes siguen adelante.
Gestionar un patrimonio no se trata solo de números. Es una forma de cuidar lo construido, proyectar tranquilidad para el futuro y asegurar que lo que hoy se valora pueda continuar generando valor también mañana.
(*) Es doctor en Derecho y Ciencias Sociales, especializado en Fiscalidad Internacional.