Cada 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, una fecha que busca generar conciencia sobre la importancia de cuidar el bienestar emocional y derribar los prejuicios que aún rodean a los trastornos mentales.
En Uruguay, se estima que 600.000 personas sufren depresión, y que el 80% —unas 480.000— desconocen que la padecen. Además, según datos del Ministerio de Salud Pública (MSP), en 2024 la tasa de intentos de autoeliminación fue de 161,74 por cada 100.000 habitantes, cifra que aumentó respecto al año anterior, lo que pone en evidencia la necesidad de fortalecer la prevención y el acceso a tratamientos efectivos.
En este contexto, la formación de profesionales especializados resulta clave para enfrentar los desafíos actuales de la salud mental. La Facultad de Psicología de la Universidad de Montevideo (UM) surgió hace algunos años con una carrera de grado que apuesta a una formación innovadora y basada en evidencia. Hoy amplía su propuesta académica con la Maestría en Terapias Contextuales y Contemporáneas. Su objetivo es formar terapeutas que comprendan los procesos que sostienen el cambio psicológico y puedan intervenir con flexibilidad y precisión en problemáticas de salud mental diversas, incluyendo situaciones de mayor vulnerabilidad o riesgo.
La decana de la Facultad de Psicología de la UM, doctora en psicología María José Soler, reflexionó sobre la importancia de hablar sobre la salud mental sin tabúes y sobre cómo esta maestría busca fortalecer la prevención y el tratamiento de esta problemática nacional desde una mirada integral y actualizada.
Cambio cultural
—En los últimos años, la salud mental ha cobrado una visibilidad inédita en Uruguay y en el mundo. ¿Cómo se vive este momento dentro del campo de la psicología y cuáles son los principales desafíos en la formación de nuevos profesionales?
— La salud mental dejó de ser un tema tabú y pasó a ocupar un lugar central en la conversación pública. Cada vez se habla más del bienestar emocional, del impacto del estrés y de la necesidad de cuidar los vínculos. Eso refleja un cambio cultural importante, una sociedad que empieza a mirar la salud mental no solo desde la enfermedad, sino también desde la prevención y el acompañamiento.
Pero este avance también plantea nuevos desafíos. Visibilizar el tema no alcanza si no se traduce en profesionales preparados, recursos adecuados y espacios de formación que permitan responder a la complejidad de lo que hoy se vive en la clínica. Las problemáticas actuales son más diversas y urgentes, y requieren una mirada que combine ciencia, práctica y humanidad.
—Uruguay tiene una de las tasas de suicidio más altas de la región. Desde su experiencia, ¿qué factores están detrás de estas cifras?
—Cuando hablamos de suicidio, es importante recordar que nunca hay una sola causa. Intervienen factores sociales, económicos, familiares, culturales e individuales. Lo que vemos en la práctica clínica es que detrás de cada cifra hay una persona atravesada por un sufrimiento enorme, familias que cargan con la pérdida y comunidades que muchas veces no saben cómo responder.
Entre los factores encontramos la depresión y otros problemas de salud mental no tratados, duelos, desempleo o conflictos interpersonales, la soledad, la falta de sentido, el acceso a medios letales y el estigma para pedir ayuda. En la clínica, lo que más aparece es la desesperanza, a veces disfrazada de enojo o“cansancio” o de sentir que uno es una carga o inadecuado. En las familias, el impacto es profundo: miedo a decir lo incorrecto, culpa, agotamiento. Y, sin embargo, hablar de esto con rigor salva vidas, porque reduce el estigma, permite detectar señales y habilita intervenciones tempranas.
En Uruguay solemos asociar el suicidio con los adultos mayores, pero hoy también impacta en adolescentes y, en menor medida, en niños. Ahí el desafío se multiplica, porque hablamos de personas en desarrollo, que todavía no cuentan con todos los recursos emocionales para afrontar lo que viven. Y sin embargo, en consulta aparecen cada vez más chicos con ideas de desesperanza, familias angustiadas, escuelas que no saben cómo acompañar. Hablar de esto sin tabúes, ponerlo en palabras, es un primer paso indispensable para poder cuidar.
Capacitación a la vanguardia
—¿Qué vacíos existen hoy en la formación de psicólogos para abordar las distintas problemáticas de salud mental?
—La formación en Uruguay es sólida, pero ha estado muy volcada a lo teórico. Muchos psicólogos jóvenes me cuentan que, cuando reciben un caso de riesgo, sienten miedo o inseguridad porque nunca tuvieron la oportunidad de entrenar protocolos específicos de intervención. Y esa diferencia se nota: un terapeuta formado sabe cómo contener, cómo armar una red de apoyo, cómo ayudar a la persona a encontrar alternativas y, sobre todo, conocer cuáles son los protocolos de acción adecuados.
En nuestro país contamos con guías de práctica clínica elaboradas por el MSP, pero todavía sucede que muchos profesionales recién egresados las desconocen o no saben cómo aplicarlas. El resultado es que, ante una situación de riesgo, algunos se paralizan o improvisan. Y en este terreno, improvisar puede costar muy caro. En salud mental, la buena voluntad no alcanza: necesitamos formación específica. Un terapeuta entrenado sabe evaluar el riesgo con herramientas estandarizadas, diseñar un plan de seguridad, reducir el acceso a medios letales, involucrar a la familia y asegurar la continuidad del cuidado. Todo eso es lo que recomiendan las guías internacionales, así como la Guía de Práctica Clínica del MSP del 2024. Tener esas competencias salva tiempo… y salva vidas.
—¿Cómo surge la idea, en la Universidad de Montevideo, de crear una maestría en terapias contextuales y contemporáneas?
—Surge de observar la realidad del país y escuchar a los psicólogos que trabajan en el terreno. Vimos una necesidad clara: contar con formación clínica avanzada, con base científica, que brinde herramientas aplicables en la práctica cotidiana. La Maestría de la Facultad de Psicología de la UM, busca dar justamente ese salto: no es un posgrado pensado solo para transmitir teoría, sino para entrenar competencias clínicas que se puedan usar desde el primer día en la consulta.
Lo que la distingue es su diseño. Ofrece dos trayectos diferenciados, uno para adultos y otro para niños y adolescentes, porque son realidades y desafíos muy distintos. Además, combina el aprendizaje de modelos contemporáneos con espacios de supervisión clínica en vivo, seminarios con docentes nacionales e internacionales y un fuerte énfasis en la práctica acompañada. Pero más allá de este diseño innovador, que es compatible con la vida laboral, lo que la hace realmente única es que brinda una formación sólida y sistemática en terapias contextuales y contemporáneas, modelos que hasta ahora solo podían estudiarse en cursos aislados o fuera del país.
En la UM nos propusimos a que los estudiantes no solo conozcan lo que dicen las guías y protocolos, sino que aprendan cómo llevarlos a la clínica en escenarios reales, con apoyo cercano y retroalimentación constante. Ese es el valor agregado que en la Universidad de Montevideo queremos dar: formar terapeutas preparados, seguros y con herramientas concretas para responder a las necesidades actuales de la salud mental en Uruguay.
Modelos terapéuticos incluidos
—La Terapia Dialéctico Conductual (DBT) es reconocida mundialmente por su efectividad en prevención del suicidio. ¿Por qué fue importante incluirla en esta maestría?
—DBT ocupa un lugar central porque es uno de los modelos con mayor evidencia para reducir intentos de suicidio y conductas autolesivas. En Uruguay, donde el suicidio es la primera causa de muerte en la franja de 15 a 19 años, formar terapeutas en este enfoque era una urgencia.
En nuestro país existen maestrías y programas universitarios que incluyen herramientas de DBT dentro de su currícula, pero no una formación completa y sólida en el modelo. Esta Maestría integra DBT de manera rigurosa, con práctica clínica supervisada y la profundidad necesaria para trabajar en contextos de alto riesgo.
—Además de DBT, la maestría incluye otros modelos terapéuticos. ¿Cómo se articulan?
—La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) es otro de los pilares de la maestría. No lo enseñamos como un conjunto de técnicas, sino como un marco clínico que atraviesa toda la formación. ACT nos invita a trabajar con la flexibilidad psicológica, con los valores y con la capacidad de sostener una vida con sentido incluso en medio de dificultades. Esa mirada es fundamental porque nos recuerda que la psicoterapia no puede quedarse solo en atender el síntoma: tiene que ayudar a construir proyectos vitales y formas de estar en el mundo más plenas.
A partir de esta base, los estudiantes también entran en contacto con la Psicoterapia Analítica Funcional (FAP), un enfoque que pone el acento en el vínculo terapéutico como contexto de cambio, utilizando las interacciones en sesión como oportunidades para modelar nuevas formas de relacionarse.
Además, se introducen los principios de la Terapia Focalizada en la Emoción (EFT), que ofrece recursos muy valiosos para acceder, explorar y transformar la experiencia emocional en la clínica, favoreciendo procesos de regulación y conexión auténtica.
No se trata de acumular técnicas. Se trata de poner el foco en la persona y en el proceso de cambio. Contar hoy con una maestría universitaria que enseñe estos abordajes en Uruguay —no solo en el plano teórico, sino también en la práctica clínica supervisada— es algo verdaderamente revolucionario para nuestro país.
Mirada al futuro
—Si esta maestría logra su objetivo, ¿cómo imagina la salud mental en Uruguay dentro de 10 años?
—Nuestro sueño, como equipo de la Facultad de Psicología de la UM, es que, en unos años, sea natural que una persona en crisis pueda acceder a un psicólogo entrenado en protocolos basados en evidencia, que sepa cómo evaluar, intervenir y acompañar, sin improvisar. Eso significaría que logramos ampliar el acceso a una atención de calidad y que el país dio un paso adelante en salud mental.
Nos gustaría que los graduados de la Maestría en Terapias Contextuales y Contemporáneas de la UM se conviertan en referentes en sus comunidades: profesionales capaces de acompañar casos complejos, de trabajar con familias, de construir redes con escuelas y servicios de salud. Porque la atención en salud mental no se agota en el consultorio; tiene un impacto directo en la vida de las personas sus familias y en la cohesión social.
Como universidad, sentimos la responsabilidad de contribuir con esta formación. Uruguay tiene condiciones únicas para transformarse en un referente regional: un sistema universitario consolidado y una tradición fuerte de compromiso social. Esta maestría busca sumar a esa trayectoria, ofreciendo un espacio que combine ciencia, práctica y humanidad. Si logramos eso, dentro de 10 años podríamos estar hablando de un país con una red de psicólogos mejor preparados y, en consecuencia, de comunidades más cuidadas.