LOLA HUETE MACHADO, EL PAÍS DE MADRID
Muchos misioneros católicos viven en lugares remotos lidiando con la pobreza extrema; con la falta de infraestructuras, de sanidad, de educación, hasta de Estado. Así es la vida cotidiana de los javerianos de Madina, al norte de Sierra Leona, la zona más pobre del país más pobre del mundo.
Sucedió en 2000, en esa guerra civil que duró una década (de 1991 a 2002), cuando los guerrilleros del Frente Revolucionario Unido (RUF) le tuvieron secuestrado en Madina, en las mismas dependencias de la misión que él, el javeriano Franco Manganello, había construido tiempo atrás y que los rebeldes habían convertido en cuartel general. "Padre, tengo una intranquilidad aquí dentro que me remuerde…", le dijo Baibure, uno de los jefes, en un instante de las largas horas muertas en que lo vigilaba
- ¿Qué has hecho? ¿Has matado? ¿Has…?
- Sí, bueno… He cortado manos, muchas.
- ¿Muchas? ¿Cuántas? ¿Diez, doce…?
- No, más.
- ¿Más? ¿Veinte, treinta? ¿Cuántas?
- Doscientas o trescientas -dice el otro. El religioso lo mira y calla.
La guerra, los secuestros y la violencia fueron noticia mundial y reciente. "Baibure anda ahora por ahí. Alguna vez me llama por teléfono porque quiere ayuda para una fábrica", recuerda hoy Manganello -la mitad de sus 69 años en Sierra Leona- sentado en el comedor espartano de la misión de Kambia.
Hoy hay 26 javerianos en este país del África occidental, fundado en el siglo XVIII para y por esclavos liberados. "Y nuestra labor no es esa tópica de bautizar negritos", dice el sacerdote de Madina, el español José María "Chema" Caballero, de 46 años, tres lustros aquí y mucha experiencia en pobreza, violencia, reinserción… "De hecho, creo que yo he conseguido más conversiones al Real Madrid que al catolicismo", bromea.
El proyecto de rehabilitación de niños soldados que abrió la orden en St. Michael, cerca de Freetown, tuvo gran repercusión internacional. Cerró en 2002. Con éxito. Ahí están muchos de ellos trabajando, con familia. Uno es Alfa, al volante del jeep que transporta a esta periodista a Madina, para demostrarlo. Ahora tiene una hija y gana 42 dólares. "El mejor sueldo de la zona", se ríe Caballero. Es vital para el traslado entre la capital Freetown y Madina. Son 180 kilómetros en pésimo estado que se recorren en seis horas. Las mejores casas, las pocas no construidas de hojalata, están semiderruidas. Todas huellas de ataques, bombazos de morteros, asesinatos a manos de adolescentes arma en mano, música a tope y gritos guerreros.
Los días y las noches en la sede de los javerianos en Madina comienzan y terminan también con sonidos. El de una campana que no es tal, sino una llanta de coche a la que Medo o Bakarr, alguno de los llamados "mision boys", golpean con fuerza con un hierro, y el del encendido, seco y estruendoso, de un generador eléctrico. Uno llama a los católicos a misa puntual a las 6.30. El otro se enciende para poder celebrarla. Porque no hay luz; pero no sólo aquí, en la zona más pobre del país más pobre del mundo, sino en todo el territorio nacional: ni un solo metro de tendido eléctrico que pueda alumbrar a sus seis millones de habitantes, el 75% de ellos menores de 18 años; 41 de esperanza de vida; un PIB por habitante de 220 dólares.
A las 7.00, el "father", como todos conocen aquí a Chema, atraviesa el patio de la misión vestido de blanco, Biblia en mano y sigiloso. Su compañero de orden, el italiano Bruno Menici, de 49 años, y los demás fieles se acomodan ya en los bancos del pequeño templo, circular, con sacristía y cuartos anexos, levantado en 1987, y donde años después fusilaban a gusto los guerrilleros.
Un rato antes de la llamada católica matutina a la oración en Madina han sonado los cánticos de la mezquita, aquí al lado mismo. Madina sigue siendo zona musulmana mayoritaria (en todo África, los católicos son un 15%), pero los distintos credos conviven en paz hasta en la misma familia. No fue ése un aspecto importante en la guerra, opina Bruno. Tampoco la etnia, dice Chema. Y eso facilita la reconciliación. La religión aún aquí es conexión, no ruptura. Aún.
No siempre todo es destrucción. Lo afirma el hermano Bruno, enfermero; el que lleva las cuentas y se encarga de lo relacionado con la sanidad. "No es verdad que las cosas no mejoren. No. Poco a poco se avanza". También Chema, encargado de educación y proyectos: "El de los niños soldados era más agradecido: podías ver resultados en pocos años. Pero este otro en el que andamos es a largo plazo: dar educación a las clases más bajas; romper la endogamia del poder; crear líderes formados de la etnia de la zona, los limba, tradicionalmente discriminados frente a los mende y temne; conseguir llevarles a la universidad", sea en Freetown o incluso Europa. Se trata de hacer y hacer. "Aunque el éxito de todo esto no lo verán mis ojos".
Terminada la misa, Madina -dos calles cruzadas (una principal al estilo Lejano Oeste), un mercado cubierto y el resto desperdigado a su alrededor- se despereza poco a poco. Se va haciendo la luz; se aclaran los tonos del verde y se afinan los contornos de la vegetación; se consolidan la humedad y el calor; se despliegan los tenderetes y abre el surtidor de gasolina que casi nunca tiene, pero que antes llegaba en botellas y ahora traen en cisterna… Y se ve a las mujeres que barren los porches o preparan comida en los calderos sobre la tierra, mientras cientos de niños surgen de las cabañas de barro y paja vestidos con los uniformes de colores, cual fichas de un juego: azul y rosa, colegio católico; verde, wesleyano; marrón, musulmán; blanco, público…
La misión da trabajo al 25% de sus 3.000 habitantes, ya sea en las obras, en el campo o en las escuelas; forma y contrata a maestros (150 en este momento) de infantil a secundaria; organiza cooperativas de agricultores; anima y financia proyectos de adolescentes para abrir negocios, como el bolichito de John Papa en el centro del pueblo, el único para tomar una cerveza que Bruno siempre pide fría y siempre recibe tibia porque el generador apenas funciona unas horas.
Los javerianos reparten e intercambian de todo en un trueque infinito de tareas y productos; escuchan problemas de mujeres y fomentan iniciativas de igualdad; visitan las escuelas para comprobar que todo marcha y a los enfermos para vigilar su estado; recetan medicamentos a esa mujer con malaria, al niño con afección pulmonar, al anciano con la presión hiperalta, y dan consejo al que se lo pide. También evangelizan: "Pero aquí eso no es prioritario. La educación y la salud, sí; lo demás, si llega, bienvenido sea".
Momento del desayuno. Chema deja la vestimenta religiosa, recupera sus tradicionales pantalones de faena con tela de estampado local y se sienta en el comedor. Las comidas son sagradas: momento de encuentro entre los misioneros. Es la comida momento del balance interno o del boletín informativo externo, para las visitas. Así, últimas noticias: es la primera vez en esta esquina del mundo que se produce la transición política de un partido a otro sin incidentes (las elecciones del pasado septiembre las ganó el APC y el presidente Ernest Bai Koroma); que parece mejor este gobierno (al menos, los generadores en Freetown funcionan las 24 horas y hay dos ministros limba); que ahora el problema es también el cambio climático, pues no llueve como antaño, y el saco de arroz cuesta ya lo que el salario de un maestro; que aquí en Madina, de momento, no falta de comer, pero sí lo demás: higiene, normas, médicos, escuelas, educación sexual… Y en lo general, que no hay vocaciones religiosas en Europa, pero sí en Latinoamérica e India. "Tres novicios tenemos en Italia", dice Bruno. "Uno en España", puntualiza Chema. O lo local: en Madina están sólo ellos dos y no dan abasto.
A mediodía, todo es abrasador ya en esta esquina pegada a Guinea Conakry, rodeada de ríos de ensueño, baobabs que son pura alucinación; parques naturales donde, a pesar del nombre del país, nunca hubo leones, pero sí muchas serpientes, rinocerontes enanos, monos, felinos y elefantes, y aldeas ocultas entre la espesura de la selva que de vez en cuando los vecinos queman para evitar que engulla los cultivos y los caminos.
Para los dos religiosos, Chema y Bruno, todo es un ir y venir de actividades. Mientras Chema visita alguna de las 52 escuelas católicas, Bruno supervisa la construcción de las nuevas dependencias de la misión: más habitaciones, un nuevo patio y un consultorio médico. "Así podremos invitar a profesionales a que ayuden y alojarles con cierta comodidad, porque si no, no se quedan". Mientras uno acude a la llamada de la localidad musulmana de Kukuna donde quieren poner en marcha un proyecto agrícola femenino, el otro revisa el estado de las semillas de prueba plantadas en el terreno: "A ver si conseguimos tomates, berenjenas, pimientos, la patata española…". Además, hoy hay baile en el Town Hall y toca pago de salarios a los maestros: un centenar espera a la sombra, como puede, para recibir los 50.000 leones en efectivo de los 100.000 que cobran (33 dólares): "El resto lo paga la comunidad, en dinero o especie, en comida o leña". Así cada día.
El generador de la misión de Madina se volverá a encender por la noche para proyectar una película en el salón de actos, siempre abarrotado, y para la cena. Silencio total a las 21.30. Noche cerrada. Sólo queda en lo alto la luminosidad de las estrellas. Y a pie de tierra, las candelas encendidas en los tenderetes 24 horas donde muchos pasan la vida entera. Chema y Bruno, algún vecino y alguna visita colocan la silla en la puerta y se sientan a comentar o callan. Pero el más silencioso de todos es siempre el guarda nocturno, un ex jefe de los rebeldes del RUF que lleva consigo su machete. Para un no iniciado, verle ahí arma en mano asusta e inspira: la imaginación se puebla de nuevo de tragedias. Pero no, los únicos sonidos son de tambores y cantos a lo lejos, las voces y risas cercanas de los mision boys, las de los javerianos que repasan lo pendiente y lo hecho. Y en la memoria, el comentario del hermano Manganello, en Kambia: "Cuando llegué aquí, un padre me dio una muy buena indicación. Me dijo: `Aquí en Sierra Leona, ¿cuánto crees tú que son dos por dos?`. Le fui a contestar y él se adelantó: `No. La respuesta es: depende…`. `¿Depende de qué?`, seguí yo. `Depende. Si me amas es mucho; si no, no es nada".
Diez escenas cotidianas en un país olvidado
1. LA BIENVENIDA DE SIEMPRE
"Hey, man of God, aleluya!". El grito se alza limpio sobre el sonido atronador de motos y poda-poda (ómnibus) destartalados, hacinados de viajeros. Una innovación sobre esa música habitual, repetitiva, monocorde, que suena a cada paso que dan los javerianos, el coro de "father, father", en cuanto aparecen por las escuelas o aldeas.
2. GUÍA A LOS ESCOLARES
Bruno, sonriente, siempre parlanchín, amable y positivo, el modelo entregado de creyente que consigue hacer dudar a los que no lo son, que surge por el camino de la guardería sujetando de la mano al menos a doce niños vestidos con uniformes bien rosas. Un gran éxito de escolarización: 180 menores de seis años. Sobre todo, en niñas.
3. ORGANIZANDO EL FÚTBOL
Chema, presidiendo el campeonato de los juegos de la escuela secundaria en el campo de fútbol. Cuatro equipos, cuatro colores. Para no herir a ninguno, ese día viste su camisa arco iris. Y todos contentos.
4. LLEGAR, FUNDAR, MARCHAR
Natalio Paganelli, superior de la orden, italiano pero mexicano de corazón, define la acción de los javerianos con el "vas, fundas y te marchas". Inician y desarrollan proyectos que luego dejan a cargo de otros. Ejemplos: las parroquias que pasan aquí a manos de curas locales; el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, de Lunsar, en manos de las misioneras clarisas (con 2.150 niñas escolarizadas), o el hospital que gestionan allí los hermanos de San Juan de Dios. Se duele Natalio de un handicap tremendo: "Somos blancos y extranjeros, los ricos. Tú puedes, yo no puedo. Es una relación contaminada". Pero el rostro se le ilumina luego al hablar de los 150 bautizados en dos años.
5. MADRE Y ARTESANA
Fahmata, hermosa y joven, con su niño de meses a cuestas y su hatillo repleto de pulseras multicolores. Teje gorros y faldas. Planea construirse su propia casa. Aquí, muchas mujeres tienen hijos antes del matrimonio. Son fértiles, lo que es un valor añadido. Pero ella no quiere marido. En la misión le compran la mercancía. Luego, la ONG Dyes las vende en España.
6. TODO SE APRENDE
Bolo, el cocinero de la misión en Madina, cuya sonrisa crece cuando alabas su mano para la comida: le enviaron a Lunsar para aprender platos españoles e italianos. Lo controla todo: de la tortilla española al cocido o la pasta primorosa.
7. MI MUNDO, UN JUGUETE
Los niños están por todos lados. Entre ellos, el pequeño Yellow. Corre a agarrar los coches de juguete que alguien trajo del otro lado del mundo.
8. A OSCURAS, PARA LLAMAR
La figura solitaria de todo visitante occidental bajo el baobab gigantesco y seco pegado a la misión: es la "central de telecomunicaciones", el punto exacto donde el celular tiene cobertura. Por la noche hay que caminar hacia ahí a ciegas, con el pavor y la sorpresa que produce la capacidad perdida de moverse en la oscuridad.
9. ESCOLARIZAR A LOS GITANOS
Sidi es fulah, un gitano africano. Y tiene interés por los contactos que la misión representa. Chema busca una vía para entrar en su comunidad y poder escolarizar a los más pequeños. Viven nómadas, en familias que conforman el padre y sus mujeres, en chozas dispersas en la selva.
10. LA CLÍNICA MÓVIL
El nuevo proyecto se llama clínica móvil. Bruno y su ayudante, Richard Kargbo, se trasladan los jueves a la aldea de Malikía y usan la vieja iglesia como consultorio. Han contratado una enfermera: "Contar con ella es vital para que las mujeres confíen". Al llegar, el panorama es desolador. Decenas de madres con niños (pechos con mastitis, rostros quemados, la malaria y la diarrea que los tumba y los mata), ancianos con la tensión alta. Richard les da primero una larga charla sobre cuidados, higiene, alimentación. Regresan por la noche, exhaustos.