LA MECA | JAVIER OTAZU/EFE
La peregrinación a La Meca, el "Hach" ya no es aquella aventura plagada de peligros que antaño un viajero emprendía durante meses o años de su vida; ahora, con la aviación, está casi al alcance de cualquiera. Muchas cosas han cambiado en un siglo.
Hace solo cien años, la peregrinación, el viaje musulmán por antonomasia que comienza hoy, era cosa de unos pocos miles de personas, ya que la inestabilidad política en toda la zona era tal que no animaba a los viajeros a emprender una empresa en la que se jugaban la fortuna y la vida.
Los aventureros europeos que en el siglo XIX penetraron en La Meca disfrazados de peregrinos musulmanes, el primero de ellos un español, el catalán Domingo Badía (en el año 1807), habían atravesado desiertos y montañas antes de llegar a lomo de camello, con grandes caravanas donde gran cantidad de hombres y bestias perecía en el camino.
Hoy en día, la aviación, y antes el transporte marítimo y el ferrocarril, han puesto La Meca al alcance de todo el mundo, hasta el punto de que Arabia Saudita ha impuesto desde 1988 cuotas de peregrinos por país —a razón de un peregrino por cada mil habitantes— para impedir la invasión de la ciudad por un número incontrolable de fieles.
Solo este año se esperan dos millones y medio de peregrinos, de los que millón y medio son de fuera de la Península Arábiga.
MINISTERIO. Arabia Saudí tiene un "Ministerio del Hach" para canalizar la cantidad ingente de problemas que genera toda esta cantidad de peregrinos en un tiempo tan corto: son cinco días centrales de ritos, que normalmente los peregrinos alargan hasta veinte días para hacer "turismo religioso" y visitar la tumba del Profeta Mahoma en Medina.
Si antes los peregrinos llegaban en caravanas de camellos y acampaban en sus "jaimas" en los alrededores de la Gran Mezquita de La Meca, ahora las mejores cadenas de hoteles —con habitaciones desde 700 a 1.500 dólares la noche— han levantado torres frente al santuario de La Meca, donde se encuentra la Kaaba o piedra negra.
La ciudad de La Meca está ahora atravesada por varias autopistas de cuatro carriles por dirección, que atraviesan montañas por medio de sofisticados túneles. También el sacrificio del carnero con el que un peregrino debe concluir sus deberes ya no debe hacerse físicamente, sino que puede pagarle al estado saudita para que modernos mataderos se encarguen del degüello y despiece del animal.
CONSTANTE. Pero, aparte de la religión, hay algo que sigue siendo constante entonces y ahora, y es la preocupación por los problemas sanitarios.
En 1884, el erudito español Juan de Dios de Rada pintaba así los problemas causados por los sacrificios colectivos: "Si el Día del Sacrificio cae en una estación cálida y húmeda, de modo que el río de sangre no se seca y no se han enterrado los montones de despojos y de intestinos de los animales, todas aquellas inmundicias entran en putrefacción y producen multitud de enfermedades, sobre todo fiebres perniciosas, desarrollándose además el germen colérico, importado por los peregrinos de la India".
Hoy en día se acabaron los "ríos de sangre", pero también de Asia llegan otros riesgos sanitarios, como es la gripe aviar, que este año ha hecho que numerosas personas salgan a las calles de La Meca con mascarillas protectoras en la cara.
Turismo puramente religioso
En La Meca no abundan las diversiones ni el entretenimiento. No hay cines, ni bulevares por los que pasear, ni espectáculos de teatro o música, ni restaurantes si exceptuamos los pequeños puestos de pollos asados o de pinchitos de carne.
No se parece a ninguna ciudad turística del mundo. Aquí nadie viene a divertirse o a hacer descubrimientos culturales o paisajísticos en el pedregal que rodea La Meca. La única actividad que se ofrece a los peregrinos son charlas religiosas en los hoteles.
Aquí los viajeros lo tienen claro: han venido a visitar la Kaaba, la Piedra Negra, símbolo y centro del Islam, la plataforma cúbica cubierta con un paño negro de seda hacia la que una quinta parte del mundo se orienta para rezar, enterrar a sus muertos o matar a sus animales.
La mezquita que alberga la Kaaba está estos días ocupada por miles de peregrinos, que pasan horas y horas en su extensísima sala de columnas en actitud absorta, rezando o durmiendo, mientras esperan alguna de las cinco plegarias preceptivas en el Islam.
Desde la Kaaba, en el centro de un inmenso patio limitado por 110 arcos en dos pisos superpuestos, llega un murmullo sobrecogedor: son los peregrinos que incansablemente dan la vuelta siete veces a la Kaaba en dirección contraria al reloj, en uno de los ritos previos a la peregrinación, mientras salmodian a Alá.
Por cada una de las vueltas, se cierra para el peregrino una de las siete puertas del infierno.
Por eso nadie parecía tener calor en el mediodía de ayer en el que se superaron los 35 grados bajo el sol: sólo se siente el fervor y la fe, las miradas resueltas de peregrinos que empujan y pisan sin siquiera darse cuenta.
Después de la circunvalación, los peregrinos beben del pozo de Zamzam, no tanto porque tengan sed, sino porque su agua es supuestamente santa, pues el pozo lo creó nada menos que el arcángel Gabriel con un golpe de su cayado.
El lugar es sagrado porque es el que transitó, o más bien por el que vagó con desesperación Agar, la segunda mujer de Abraham, junto a su hijo Ismael en busca de agua, hasta que la encontró en Zamzam. EF