ENTREVISTA
El economista argentino habló de su trayectoria, de Cristina Fernández, Alberto Fernández y Mauricio Macri, de política económica y de algunas de las trabas que impiden el desarrollo de Argentina.
Las múltiples tentaciones que azotan a los hombres públicos de la Argentina no han impedido que Alfonso de Prat Gay Hope actuara como un profesional en cuya trayectoria se destacan cinco virtudes raras: moderación, decencia, elegancia, brillo intelectual y capacidad pedagógica.
Nacido en 1965 en Buenos Aires, la histérica ciudad donde, en el tiempo sin tiempo que transcurre en su oficina de Cañitas, recibió a El País, Prat Gay se graduó como economista en 1988 con los máximos honores académicos, obtuvo una maestría de la Universidad de Pensilvania en 1994, trabajó en algunos de los puestos más destacados del J.P. Morgan, fue mano derecha de Amalita Fortabat y creó la exempresa de asesoramiento financiero Tilton Capital, cuyo nombre evocaba la célebre casa de descanso de John Maynard Keynes.
Además, fue presidente del Banco Central durante las presidencias de Eduardo Duhalde y de Néstor Kirchner, diputado de la Nación por la Coalición Cívica de Elisa Carrió, y ministro de Hacienda y Finanzas de Mauricio Macri.
Hoy, activo tanto en la arena profesional como en la política, tiene mucho que decir respecto al destino argentino. De eso, y de algunos de los problemas fundamentales de la economía, conversó con El País.
-¿Por qué cree que la estabilidad política y el modo en que Uruguay dirime sus controversias generan tanta admiración en la Argentina?
-En algún punto, nosotros envidiamos la vocación de diálogo de Uruguay. Fijate que el mismo día en que se retiró Sanguinetti, también se retiró Mujica. Y a pesar de que fueron rivales toda la vida, no se despidieron como enemigos y lo hicieron con un gran abrazo.
En Argentina, da la impresión de que hay otra frecuencia, y parecería que la competencia política solo pudiera ser un espacio de enemistad. Entonces, no hay lugar para el diálogo y tenés un impedimento muy grande para avanzar como sociedad.
La propia idea de la alternancia democrática, si le agregás esta dimensión tan potente de animosidad, te pone un freno: tenés que arrancar de cero desde el momento en que el que viene desprecia lo que hizo el anterior.
En Uruguay no veo que se presuma que lo que hizo el gobierno que no me gustaba sea todo malo, y que lo que va a hacer el gobierno que me gusta será todo bueno. Por el contrario, es un ejemplo de construcción, porque la sociedad y la dirigencia política han intentado trazar su propio recorrido. En cambio, en Argentina hemos intentado implantar experiencias ajenas que no funcionaron.
-¿A qué atribuye el hecho de que la mala praxis del gobierno de Alberto Fernández haya sido tan impresionante?
-A su concepción ideológica, porque este es un gobierno de Cristina Kirchner, con lo cual es lógico que pase lo que está pasando. Ese es el populismo económico. Y a eso agregale un muy mal equipo de gestión, aparte del modo en que Alberto Fernández, producto de las tensiones de la coalición, armó los equipos de los ministerios, loteándolos.
-No es excusa que no haya tenido la libertad que hubiera deseado para actuar y designar funcionarios, ¿verdad?
-Obvio que no es excusa: sos el presidente de la Nación. Lo podrías haber pensado cuando te designaron por Twitter en un video, ¿no? (risas).
-¿Por qué Argentina no ha logrado encontrar un equilibrio duradero entre libertad y justicia social?
-Excelente pregunta. Lamentablemente, a lo largo de la historia esos han sido valores antagónicos. No ha habido un gobierno verdaderamente socialdemócrata que pusiera los dos valores en el mismo pedestal. Parecería que el que apuesta por la libertad y la producción estuviera en contra de la distribución, y que el que apuesta por la justicia social estuviera en contra de la producción y del aumento de la riqueza. Hay una falta de síntesis entre las dos visiones, además de limitaciones culturales.
-¿Por ejemplo?
-El argentino medio considera que la columna de derechos es mucho más larga que la de obligaciones, y la manera en que ha funcionado la justicia ratifica un poco eso: “El que no llora no mama, y el que no afana es un gil”. Muchos de los que quisieron jugar respetando las reglas fracasaron. Y existe una concepción según la cual a aquel que le ha ido bien hizo algo por izquierda. Pero sin el mérito y sin el valor social del empresario es difícil pensar en el desarrollo.
-Dígame una cosa: ¿por qué economistas de simpatías marxistas, como el ex ministro y actual gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicilloff, se declaran keynesianos?
-Porque leen mal a Keynes. Las conclusiones que saca Kicilloff de Keynes no figuran en los libros de Keynes. En ningún lado Keynes dice que siempre hay que tener déficit fiscal. Al contrario: si lo leés bien, es un tipo muy disciplinado.
Simplemente, lo que afirma es que, cuando se retira el sector privado, es decir cuando lo que llama los “espíritus animales” se retraen, eso lo debe compensar el sector público. Y también dice que el sector público en épocas de vacas gordas debe tener superávit, de manera tal de poder compensarlo cuando haga falta entrar en déficit.
Además, considera que la inflación tiene que ser lo más baja y lo más estable que sea posible. Como el kirchnerismo interpreta una receta de Keynes para un momento muy particular del ciclo económico como si se tratara de una estrategia permanente, propone que el gasto sea siempre mayor que los ingresos, que la tasa de interés esté siempre por debajo de la inflación, y que haya siempre atraso cambiario y tarifario.
Pero si gastás más de lo que te ingresa perpetuamente, lo que te va a pasar es que vas a generar una crisis de deuda; si la tasa de interés está siempre por debajo de la inflación, vas a matar el ahorro y, por lo tanto, la inversión; si las tarifas son muy bajas, te vas a quedar sin energía; y, finalmente, el atraso cambiario te va a llevar a que haya problemas de competitividad y a que falten dólares.
-También es cierto que algunos libertarios, notoriamente Javier Milei, imaginan a otro Keynes falso: un izquierdista, en lugar de lo que fue, es decir un hombre que quiso salvar al capitalismo.
-Milei se opone a la mala concepción de Keynes que tiene Kicilloff. Pero más allá de eso, no lo he visto nunca hacer una descripción pormenorizada de en qué se equivocó Keynes.
-Pienso que tiene que ver con su adscripción ideológica a la escuela austríaca, que recela del keynesianismo.
-En realidad fue Keynes quien criticó en primer lugar a la escuela austríaca. Ya después entrás en el neoliberalismo y el neokeynesianismo, y cada uno le va agregando lo suyo.
La realidad, cuando te vas tan para atrás, es que hay herramientas con que entonces todavía no contábamos y conceptos que no conocíamos. Y Keynes se dedicaba a la economía en sus ratos libres, porque tenía otro vuelo: le encantaba el arte, formaba parte, junto a artistas, intelectuales y escritores como Virginia Wolf, del Bloomsbury Group, estaba casado con una bailarina rusa y era mucho más filósofo que cualquier otra cosa. Entonces, la primera reacción crítica de los neoclásicos iba por ese lugar: “¿Qué nos va a enseñar este tipo, que se dedica a otras cosas?”. Ahí estaba el recelo.
-Hay un equívoco en América Latina respecto a Keynes, cuyas políticas económicas se aplican frecuentemente en los Estados Unidos. ¿Cómo lo definiría usted ideológicamente?
-Era un liberal en lo filosófico, un adelantado a su tiempo en muchos aspectos, y un pragmático en lo económico que venía de las ciencias duras, porque sus especialidades eran la matemática y la probabilidad. Y como vivió en una época muy particular -le tocó atravesar la Gran Depresión-, fue un hombre que tuvo la sagacidad de leer cuál era la razón principal del fracaso del modelo anterior. Pero esencialmente, lo que define su modo de pensar acerca de la economía es la incertidumbre. Nunca vas a lograr encasillarla, porque se trata de un fenómeno colectivo que implica el análisis del comportamiento de millones de seres libres a los que no podés agregar arbitrariamente en un modelo que explique la realidad, imponiendo supuestos que no se dan en la práctica, como la racionalidad absoluta.
A veces yo me pregunto si lo de Keynes no fue disruptivo en un momento en que la ciencia económica estaba encandilada con la incorporación de los métodos más duros. Lo que él te viene a decir es: “Sí, tanta ciencia como sea posible, pero la economía no deja de ser un arte”.
-Estamos hablando del autor de un libro tan lúcido como “Las consecuencias económicas de la paz”.
-Exactamente. Y era un agujero negro, porque no habíamos vivido hasta ese momento un episodio de hiperinflación. Sin embargo, él lo previó para Alemania a partir de las consecuencias dramáticas que los países victoriosos le impusieron tras la Primera Guerra.
Incluso, cuando leés entrelíneas el libro, podés ver que anticipó de alguna manera el nazismo. Por eso, siendo una pata central de la discusión, Keynes se levantó y dijo: “Yo no puedo acompañar esto”. Había que tener la valentía de decir que las condiciones impuestas en Versalles no aseguraban la paz, sino que eran vengativas. Keynes tenía eso: era, por su pragmatismo, el primero en revisar suspropias ideas.
-Qué interesante. En estos días en que el mundo vive una ola inflacionaria, se repite que la inflación es un fenómeno puramente monetario, al tiempo que algunos economistas filopopulistas directamente desprecian ese factor. ¿A quién cree usted que le da la razón la historia?
-A ninguno de los dos, porque unos se enfocan solo en la oferta de dinero y otros solo en la demanda, cuando lo que hay que ver es la interacción entre ambas.
Cuando Macri va al Fondo Monetario y acepta un programa muy duro en lo fiscal y en lo monetario, interpretando que la inflación es exclusivamente un fenómeno monetario, logra la meta de emisión cero, aunque no consigue bajar la inflación.
Es obvio que si la oferta de dinero es excesiva, tarde o temprano eso se va a reflejar en la inflación. Pero lo contrario no es cierto, porque la demanda de dinero es un animal difuso y difícil de medir.
En Argentina hay emisión monetaria, pero también huida del peso por parte de la gente. Y hay otro extremo que te muestra la complejidad del problema: Japón, que pese a su emisión no tiene inflación, y donde lo emitido termina siendo atesorado.
-Quiere decir que cuando Macri dice que la inflación estadounidense es una consecuencia lógica de la emisión, está siendo, por lo menos, parcial…
-Estados Unidos emitió mucho a la salida de la crisis financiera internacional, en 2008-2009, y eso no provocó inflación. Y ahora la situación es distinta. Cada proceso es diferente, y por eso creo que no te podés casar con ningún modelo, ni siquiera con el tuyo: porque las circunstancias pueden cambiar.
-Volvamos a la Argentina. Como presidente del Banco Central, usted trató con Néstor Kirchner, quien, ¿era más pragmático que Cristina?
-Sin dudas. Más pragmático y más cuidadoso en lo fiscal y en lo económico. Además, Kirchner respetó mi autonomía técnica, nada de lo cual lo exonera de sus pecados en materia de corrupción y de manejo autoritario del poder.
-Si Cristina representa un dogmatismo mucho más combativo, ¿qué representa Massa, el nuevo ministro de Economía?
-El oportunismo. Massa hizo campaña diciendo que iba a poner presa a Cristina. Su recorrido ha sido bastante particular.
-¿Por qué el kirchnerismo es tan prepotente?
-Buena pregunta. No lo sé. Pero me parece que está en el ADN del proceso que inició en Santa Cruz, donde el desprecio a las instituciones se convirtió en una marca de agua que después llevaría al Poder Ejecutivo.
-Borges dijo una vez que “cada idioma es un modo de sentir el mundo”. ¿Cuál es el idioma de Alfonso Prat Gay?
-El idioma de la escucha, de dejarme sorprender, de no creerme, justamente, ningún idioma artificial, sino de intentar estar en sintonía con la realidad.
-Pese a lo cual, mucha gente lo acusa de ser soberbio…
-Sé que se dice eso, pero yo tengo que decir que es injusto (risas). Creo que a veces se confunde la soberbia con la convicción. Y en la gestión pública no solo necesitás convicción sino, incluso, exagerarla para afuera, de manera que los cambios se produzcan. Desde ya, esto no implica que antes dejes de repensar todo y seas tu crítico número uno.