ALCA y ALBA

Al Area de Libre Comercio en las Américas (ALCA), impulsada por Estados Unidos, le ha salido un contrincante mañoso y pendenciero: la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), creada por Hugo Chávez con la entusiasta complicidad de Fidel Castro. Es muy probable que ninguna de las dos opciones levante vuelo. ALCA difícilmente podrá vencer la oposición de la derecha proteccionista local, sumada a la norteamericana, casada con la izquierda bananera en un matrimonio de conveniencia santificado por un buen número de religiosos enemigos de la libertad de comercio.

ALBA, a su vez, por ahora sólo contará con las adhesiones de los países en los que consiga instalarse el delirio colectivista antioccidental al estilo de Cuba y Venezuela.

Las diferencias entre ALCA y ALBA las estableció claramente Hugo Chávez en una reciente reunión celebrada en La Habana. El ALBA (su personal engendro) no se pondría, como el ALCA, al servicio del capitalismo. Sería una entidad dedicada a fomentar el comercio y las transacciones financieras entre Estados, no entre empresas privadas. Algo perfectamente coherente con quien supone que la economía de mercado y la propiedad privada, además de los "injustos términos de intercambio capitalista" en el comercio internacional, son los factores que provocan la pobreza de la mitad de la población latinoamericana.

Chávez, discípulo de Andre Gunder Frank, sin haberlo leído, puesto que padece un raro tipo de ignorancia que aumenta por ósmosis de forma galopante, es uno de los últimos creyentes en la teoría de la Dependencia: una superstición que afirma que el primer mundo (el centro) ha repartido los roles productivos a escala planetaria, asignándole al tercero (la periferia) el papel de pobre suministrador de materias primas y consumidor de productos elaborados.

Lo que Chávez ignora es que la batalla entre el ALCA y el ALBA ya se dio en el pasado con otros nombres y en otro continente. A fines de los años cuarenta, cuando comenzó la Guerra Fría, Estados Unidos lanzó el Plan Marshall en Europa occidental para contribuir a la restauración de los países devastados por la Segunda Guerra. Poco después, Francia, Alemania, Bélgica y Holanda comenzaron una suerte de mercado común de la energía que eventualmente se transformaría en la Unión Europea. La URSS, que se opuso al Plan Marshall, para competir contra estos esfuerzos de integración de Occidente, creó un mecanismo de coordinación económica con todos sus satélites al que llamó Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).

El resultado de esa competencia entre la Europa capitalista y la comunista, entre la UE y el CAME, está a la vista de todos: Europa occidental se convirtió en un espacio económico y social opulento y agradable, sembrado de ciudades luminosas, con trabajadores que tenían un alto nivel de vida, mientras los países miembros del CAME eran empobrecidas dictaduras atormentadas por la escasez y la falta de servicios. ¿Por qué fracasó el CAME? Precisamente por lo que pretende hacer Chávez con el ALBA: por comerciar sin competir. Los comunistas, adictos a la planificación, se asignaron tareas. A los rusos les tocaba la responsabilidad de suministrar petróleo (como ocurre hoy con Venezuela). Los alemanes y polacos construirían los barcos. Los eslovacos, las armas. Los cubanos aportarían el azúcar. Los búlgaros, húngaros y checos, los productos agrícolas, las carnes, los embutidos y cierta industria ligera. ¿Para qué seguir? No había creatividad. No había empresarios decididos a triunfar. Los intercambios los planeaban y ejecutaban aburridos burócratas que tomaban las decisiones mecánicamente, siempre bajo el dictado de los comisarios políticos. Al final lograron un resultado asombroso: por primera vez en la historia se consiguió un modelo de negocios en el que todos perdían. Por eso, cuando en 1991 desapareció la URSS, inmediatamente los integrantes de ese organismo huyeron sin dudarlo hacia el mercado y la competencia. Ya habían conocido los "justos términos del intercambio socialista". Eran el horror.

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