Javier Porley sabe que hoy recibirá varios llamados telefónicos. Tantos como los 23 de diciembre, su verdadero cumpleaños. Porque el 11 de septiembre de 2001 nació de nuevo. Un nacimiento que no se cansa de agradecer a Dios y al destino.
Hoy hace una década que Porley (41) estaba en el piso 85 de la torre Sur del World Trade Center, cuando Estados Unidos sufrió el peor atentado terrorista de su historia en el que murieron más de 3.000 personas, entre ellos 17 compañeros suyos de trabajo y el uruguayo Alberto Domínguez (ver aparte).
Porley fue uno de los jóvenes que emigró de Uruguay en 2001 debido la crisis financiera. Él lo denomina "el éxodo". Algunos optaron por España e Italia, él por Estados Unidos.
Connecticut fue su primer destino, luego se mudó a Nueva Jersey. En julio consiguió un trabajo en una obra: remodelaban un estudio de abogados en el piso 85 de la torre Sur del World Trade Center. Era ayudante de electricista y limpiaba escombros de las demoliciones.
El 11 de septiembre había unas 30 personas en el sector donde Porley trabajaba. Eran las 8:46 de la mañana. Sintieron un estruendo en el edificio de al lado, como una fuerte explosión. Él fue junto a otros compañeros hasta la ventana pero no logró ver qué sucedía. Con otro uruguayo, Claudio Cacciavillani, decidieron bajar para saber qué pasaba.
-¿Por qué optaron por bajar por la escalera?
-Fuimos al ascensor primero. Había demasiada gente esperando en la puerta.
-¿Había clima de temor?
-No, no había clima de miedo. Incluso por los altoparlantes decían que mantuviéramos la calma, que había pasado algo pero en la otra torre. Que no pasaba nada.
Comenzaron a descender entonces por las escaleras de emergencia. Esa decisión le salvó la vida. Lo hicieron a ciegas, sin saber qué sucedía. Iban por el piso 44 cuando el edificio tembló y se apagaron las luces. Eran las 9 y 2 minutos. El avión 175 de United Airlines acababa de impactar contra esa torre. Pero ellos no lo sabían.
-¿Qué sucedió?
-Ahí cundió el pánico en la gente. Yo también me asusté. Vi la cara de Claudio y me asustó su cara. Me imagino que él se habrá asustado de la mía. Siempre hablamos de eso. Fue el momento más feo, el no saber. Aparte se te cruzaba por la mente cualquier cosa. Que había una bomba, que había explotado algo. No sabía.
A esa altura las escaleras estaban repletas de gente. El temblor por el impacto hizo que algunos se detuvieran y el descenso se frenara. Pocos minutos después pudieron continuar. Se prendieron las luces. Porley se concentró en lo que llama "la cuenta regresiva": mirar los números de los pisos.
Cuando iban por el quinto piso se cruzaron con varios bomberos que subían. "Uno desesperado por bajar y ellos subiendo... posiblemente esa gente haya fallecido", recuerda.
Finalmente llegaron al primer piso. Allí funcionaba un centro comercial.
-¿Qué pasó cuando finalmente lograron salir del edificio?
-La zona estaba toda acordonada ya. De ahí te sacaban para el centro de Manhattan. Lo primero que vi fue la torre prendida fuego. Con los comentarios nos enteramos un poco lo que estaba pasando.
Porley quería avisarle a su familia que estaba vivo. Pero las líneas telefónicas estaban saturadas o no funcionaban. En un comercio de Chinatown le permitieron usar el teléfono. No consiguió comunicarse con su esposa, pero sí hacer una llamada a cobrar a Uruguay. Su madre fue quien atendió y ella le avisó a la mujer de Porley que él se encontraba a salvo. "Yo agradezco a Dios que no era el momento mío, que no era para mí. Son esas cosas del destino y de Dios", dice hoy a El País.
-¿Haber pasado por esa experiencia es algo que tiene presente en su vida diaria o que trata de no recordar?
-Todos los años en esa fecha obviamente lo recuerdo. Es como otro cumpleaños mío, como me dicen mis amigos. Siempre me llaman ellos y mi familia. Es que es algo que fue un acontecimiento y un milagro también. El haber tenido la suerte de salir, que no me haya pasado nada. Eso siempre está presente. No se me va a olvidar más.
Un "milagro" fue también que justo ese día Porley no hubiera bajado a comprarle el café a su jefe, como hacía todas las mañanas cerca de las nueve. Era una rutina que repetía a diario y que ese día, no se explica por qué, no cumplió. "Eso siempre fue el comentario", cuenta.
Porley ya no vive en Nueva York ni en sus alrededores. Fue el frío -"la nieve es lindo conocerla pero no para convivir"- y no la tragedia lo que motivó que optara por Lantana, a una hora de Miami. Lo que no cambió fue su oficio, sigue vinculado a la construcción.
Tiene dos hijos: Lucía Abril de 15 años y Tommy de 6. Con él todavía no habló de lo sucedido. Con Abril sí. Incluso ha ido a centros de enseñanza donde ella estudiaba a contar su experiencia.
-¿Esta experiencia le dejó algún cambio en su carácter?
-Sí, sobre todo al comienzo. En lo laboral cualquier complicación me la tomaba como filosofía, como que se podía arreglar. Me tomaba todo con una sonrisa y a veces a la gente le extrañaba. Cuando te pasa algo así valoras otras cosas. Aprendes a no hacerte mala sangre por lo que no vale la pena.
Los cuatro hijos -Alberto, Álvaro, Virginia y Diego- y Martha, la mujer de Alberto Domínguez, el único uruguayo que falleció en los atentados del 11 de septiembre de 2001, estarán hoy en Nueva York, contó a El País desde Colonia su hermana Reina. "Lo único que tenemos es que lo que está ahí, no se pudo enterrar", señaló con la voz quebrada.
Domínguez tenía en el momento del ataque 67 años y estaba a tres semanas de poder jubilarse. Desde 1972 residía en Australia junto a su familia. Era una figura reconocida en ese país. Trabajó en televisión y se ocupaba de llevar artistas uruguayos como José Carbajal y Los Olimareños, recordó su hermana Reina. "Él inició el Carnaval en Australia. Era muy querido, para allá fue un australiano reconocido que falleció. Le hicieron un monolito y homenajes impresionantes", dijo.
Antes, conocido como "Pocho" en Uruguay, fue un reconocido ciclista en las décadas del 50 y 60.
En 2001 viajó a Estados Unidos porque su cuñada se recuperaba de una intervención quirúrgica. Inicialmente, su esposa también iba a regresar con él, pero decidió quedarse unos días más. Eso salvó su vida.
Domínguez abordó el vuelo 11 de American Airlines en Boston hacia Los Ángeles. Ahí haría el transbordo a Sydney. El boeing 767 despegó a las 7:58. A las 8:46 ese avión se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center. "Lo recuerdo todos los días como una magnífica persona, como un buen padre, como un buen hijo, como un buen hermano. Más no se puede decir. No lo digo porque ya no esté, pero de verdad no podía ser más bueno", sostuvo su hermana.