Laura, López, Lalita, Laura Camila. Laura López era muchas personas. Laura era hija, hermana, tía, madrina. Era motor cultural, líder, confidente y compañera de trabajo. Era contadora, project manager, consultora. Era generosa, talentosa, dulce, buena, inteligente como pocas. Eficiente, ordenada, espiritual, curiosa, estudiosa. Era oído para escuchar a quien tuviera algo para contar y hombro para el que quisiera llorar. Laura no pasaba por tu vida sin que te dieras cuenta. Era una fuerza transformadora.
Pero si hubiera que intentar la imposible tarea de definir a Laura en una sola palabra, esa palabra es “amiga”. Amiga de sus amigos pero también de los que no lo eran. Es que si uno busca en el diccionario la definición, amistad no es otra cosa que el “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Y eso pasaba con Laura. Todos y cada uno de los días de su vida.
En todas y cada una de las interacciones que tenía todos los días. En todas y cada una de las conversaciones, reuniones, intercambios, Laura era gentil, considerada y amable. Amable, esa palabra que muchos jamás podremos volver a decir sin verla a ella.
Es difícil pensar en que ya no veremos más su sonrisa o ya no la escucharemos decir que “Todo es perfecto”. Que ya no podremos abrazarla o contarle lo que nos preocupa o no sabemos cómo resolver. Y, sin embargo, sabemos que Laura no se fue. Está en cada uno de los que la queremos. En cada una de las frases que como mantras dejó grabadas en muchos de nosotros. Frases que ella decía y que muchos repetimos para resolver problemas, para verlos desde otro ángulo, para sentirnos mejor cuando algo nos preocupa.
Laura está en sus gestos, en las velas blancas que dejó regadas en casas de amigos, escritorios y repisas. En el cuadro que estaba detrás de su escritorio, en sus resúmenes de las reuniones, en su manera amable de recordarte que le debías algo que habías prometido hacer y no habías cumplido. En los libros que regaló, en los abrazos que dio, en el recuerdo de las aventuras que vivimos con ella.
Laura estará siempre en cada transformación que fue posible por su visión y su empuje, en su capacidad de hacernos mejores a todos los que trabajamos con ella. Está y estará siempre en todos nosotros, en todo lo que aprendimos por la dicha de tenerla cerca.
Laura nos preparó para este momento. A quienes la quisimos y tuvimos el honor de caminar con ella, nos enseñó a no pelear con lo que sucede, a intentar entenderlo, aprender de lo que nos quería mostrar. Ella no querría que en estas líneas se dijera jamás que perdió una batalla contra nada ni nadie. Porque para ella esto nunca fue una batalla ni había ganadores o perdedores.
Laura caminó cada cosa que ocurrió en su vida como un viaje en el que siempre había algo para aprender, algo con lo que crecer y evolucionar, algo con lo que ser una Laura mejor todos los días. Predicó con ese ejemplo cada día de su vida. Tristeza sí, nunca quejas.
Muchos de nosotros fuimos testigos de ese viaje y recibimos el regalo de aprender al verla enfrentar todo lo que se le puso delante sin jamás perder la sonrisa, la elegancia y los ojos abiertos para seguir aprendiendo.
Por eso, Laura no perdió. Laura aprendió. Y ahora empieza otro viaje. Para seguir aprendiendo.