Fernando López D’Alesandro: “En el MLN hubo una apertura en lo ideológico, hoy es más MPP que MLN"

El historiador presentó su último libro, Demócratas y ortodoxos: una historia de la izquierda uruguaya (1900-1990), donde examina la tensión histórica del Partido Comunista entre la defensa del sistema democrático y la dictadura del proletariado.

Nota a Fernando Lopez DAlesandro, historiador uruguayo, en el Club Uruguay de Montevideo, ND 20251111.
Fernando López D’Alesandro, historiador.
Foto: Leonardo Maine/El País.

Con su nuevo libro Demócratas y ortodoxos. Una historia de la izquierda uruguaya (1900-1990), el historiador Fernando López D’Alesandro se embarcó en uno de los desafíos más ambiciosos de su trayectoria. En casi 1.000 páginas, el intelectual revisa el devenir del anarquismo, del Partido Comunista y del Socialista, y examina cómo la convivencia con el batllismo contribuyó a la radicalización de la izquierda uruguaya.

-Acaba de editar el libro Demócratas y ortodoxos. Una historia de la izquierda uruguaya (1900-1990). ¿Qué lo motivó a llevar a cabo esta investigación?

-Es un trabajo largo, con documentación nueva y vieja, que sirve para hacerse una serie de preguntas. Por ejemplo, a través de la desclasificación de los archivos de la Internacional Comunista se muestra cómo el Partido Comunista argentino se infiltró en el Partido Socialista (PS) para dividirlo -en 1920- y precipitar la formación del Partido Comunista del Uruguay (PCU). Pero lo primero que se aborda en el libro es el desarrollo de la izquierda durante el batllismo, un fenómeno muy singular.

-¿Cómo se dio esa convivencia del batllismo con la izquierda?

-El batllismo ocupa la centroizquierda del espectro político-social. Empuja a los anarcos y a los socialistas hacia la extrema izquierda. En el caso del anarquismo, que va a tener un romance con el batillismo, rompe con él a partir de la crisis de 1913 y se radicaliza. Cuando estalla la Revolución Rusa (1917) la inmensa mayoría de los anarquistas aceptan la tesis de la dictadura del proletariado como fase previa a la revolución. Aparecen los anarcos-dictadores. Rompen con la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU) y junto a los comunistas organizan la Unión Sindical Uruguaya (USU). Más adelante los anarcos-dictadores pierden la partida con un PCU radicalizado en un país donde la política y la centralidad de los partidos habían ganado hacía rato. Entonces, tenías una utopía anarca y una realidad concreta de un partido radicalizado, revolucionario, de ultraizquierda con una referencia de poder mundial: la Unión Soviética. La centralidad de la partidocracia uruguaya liquida al anarquismo en 1928 y no se recuperó más. El comunismo uruguayo fue el único en el mundo que se transformó totalmente de Partido Socialista al Comunista.

-¿Por qué se da esa particularidad?

-Lo corre el batllismo a la izquierda. Es un socialismo marxista de base obrera que a partir de 1914 se vuelve muy fuerte en los sindicatos. Cuando se instala la Internacional Comunista y llegan las 21 condiciones de Lenin -que dividen a la izquierda mundial para siempre- se separan las aguas y una de las visiones es extremadamente ortodoxa. El PCU de 1921 a 1934 está en una absoluta radicalización: sectaria y fanática, que pasa por las diferentes etapas por las que pasó el stalinismo. Creían que el mundo había entrado en una guerra de clases, de pobres contra ricos y de ricos contra pobres. Todos los demás eran fascistas. Ese corrimiento genera otro fenómeno: el surgimiento de las izquierdas en los partidos tradicionales. El primero es el radicalismo blanco de Lorenzo Carnelli, que surge en 1917; luego aparece dentro del Partido Nacional Independiente la Agrupación Demócrata Social, en este caso con Carlos Quijano. Se buscaba la tradicionalización.

-¿Cómo explica ese concepto?

-Carnelli fue promisorio. Dijo que hasta que la izquierda no lograra una tradicionalización nunca iba a tener éxito en Uruguay. Eso fue efectivamente lo que pasó con el Frente Amplio, al que la represión de la dictadura le dio épica y lo tradicionalizó.

-¿Hay un punto de transformación del PCU? ¿En qué momento se da?

-Lo internacional siempre impacta en la izquierda. Cuando la Internacional Comunista cambia la línea después de las derrotas en Italia y Alemania, viene la época de los frentes populares. En 1934 se da el cambio de línea del PCU. Va a buscar aliados. Termina la fase del asalto al cielo y llega lo que Gramsci llamaba lo “nacional y popular”. Empieza el reconocimiento al otro, dejan de estigmatizar. Aprenden a hacer política, a transar, a pactar y por lo tanto a ceder. Cambia su discurso. Se acerca al batllismo y empiezan a hacer suyas tradiciones de las revoluciones populares nacionales. En Uruguay la élite comunista -sindical, cultural, política- era muy capaz y en un momento cooptan una parte importante de la intelectualidad. Dejan de lado la idea de instalar una cultura alternativa y empiezan a ocupar espacios desde adentro. En la segunda mitad de la década del 1960, lo acumulado por el PCU en su estrategia desde 1945 tiene su gran momento cuando el PS se hunde al fracasar el socialismo nacional (1962) y con el impacto brutal de la Revolución Cubana la cultura comunista se vuelve hegemónica en la izquierda. Es la época dorada del PCU. Va hasta el golpe de Estado. Pero siempre surge una tensión que el PCU nunca pudo resolver entre la reivindicación del sistema democrático y el mantenimiento del partido único, la dictadura del proletariado, la economía planificada.

-Demócratas y ortodoxos…

-El PCU es como un péndulo: va del radicalismo al frentismo, del frentismo al radicalismo, y del radicalismo al frentismo de nuevo. Es una contradicción que nunca pudo resolver. Ahí está el nudo gordiano del fracaso del comunismo en lo teórico, en lo político.

Fernando López D’Alesandro, historiador
López D’Alesandro.
Foto: Leonardo Maine/El País

-¿Cómo se inicia esta disputa entre demócratas y ortodoxos? ¿Cuál es la síntesis?

-En el libro voy hasta la crisis del PCU, en 1990. Hay una cuestión paradojal. El anarquismo entra en su crisis terminal a consecuencia de adherir a la tesis de la dictadura del proletariado. El PS cuando deja de ser un partido socialista democrático en 1962, también. Arismendi termina sus días discutiendo la necesidad de revisar el término de dictadura del proletariado para sustituirlo por gobierno nacional y popular. Los colapsos de 1928, de 1962 y de 1990 muestran que la democracia no es ni burguesa, ni oligárquica. Es una construcción histórica social que forma parte de la identidad de nuestras sociedades.

-Giovanni Sartori decía que la ideología que había triunfado era la democracia...

-El largo derrotero de la disputa entre demócratas y ortodoxos en la izquierda uruguaya te confirma eso.

-¿Cuando se corrieron hacia posturas más radicales se debilitaron?

-Se debilitaron feo y terminaron mal. Y los tupas también. El fenómeno de los tupamaros es el más confirmatorio. El MLN surge del PS como consecuencia de la teoría del socialismo nacional. Junto al impacto de la Revolución Cubana. Toman las armas y quieren hacer la revolución. Precipitaron el golpe de Estado, fue un desastre. Con un equipo de viejos -entre los que estaba el Ñato Fernández Huidobro- Mujica y el MLN realizan un proceso de aprendizaje político que empieza cuando salen de la cárcel. Aunque tuvo vaivenes y contradicciones, entienden el sentimiento democrático del pueblo uruguayo. Terminan armando un proceso en donde Mujica es presidente de la República con un apoyo popular del 48%. El tipo tuvo la capacidad de hacer una autocrítica profunda y termina diciendo que solo el sistema democrático vale. Que haber agarrado las armas fue un horror, y que antes querían cambiar el mundo y ahora se conforman con arreglar la vereda.

-¿Cómo ve al PCU hoy después de todo ese proceso que estudió?

-Son estructuras anacrónicas. Mirás al PCU y al PS hoy y son como de otra época. Toda definición ortodoxa siempre fue un error. Pero hoy con la revolución económico-social-tecnológica enclaustrarte en definiciones cerradas es un anacronismo. Vos no podés encerrarte en una catequesis para interpretar un mundo que es tan amplio, diverso y dinámico que cambió en los últimos 30 años más que en 200. Además, una parte de las predicciones del marxismo y el marxismo-leninismo fracasaron. Encerrarte en un dogma es ortodoxia. Mientras que el heterodoxo te trae su buena nueva para compartirla, el ortodoxo te la impone y rechaza la tuya.

-¿El MLN, a través también del MPP, tuvo una interpretación menos ortodoxa del marxismo?

-Por supuesto. Cuando hoy ves los asociados al MPP, como Gabriel Oddone, Bruno Gili o Eduardo De León (ex socialistas), que nacen de una visión democrática-institucionalista de la izquierda y están en sintonía total con lo que está pasando en el MPP es a fin de cuentas un triunfo de las concepciones de Emilio Frugoni. Lo que pasa en el MLN es una vuelta a las viejas raíces democráticas de la izquierda original. Hubo un cambio, un aprendizaje político del MPP y se creó algo nuevo, algo diferente. La ortodoxia hoy es una pieza de museo.

-¿No hay una suerte de ejercicio del pragmatismo en el poder en el proceso del MPP?

-Pero ese pragmatismo no se basa en el posibilismo. En que esto es lo posible, lo que hay que hacer, esperemos a que haya condiciones diferentes. El MPP cree que desde la radicalización de la democracia se postula la realidad concreta de clases en lucha, no el dogma de la lucha de clases. Son cosas distintas. Las clases en lucha pasó, pasa y pasará porque hay intereses contrapuestos. Ahí está uno de los grandes cambios. No hay profecía que cumplir, hay que hacer una sociedad más justa sabiendo que hay diferencias, contradicciones. Eso es lo que el MPP entendió. Hay un tiempo histórico que terminó. Hubo grandes errores, fracasos, pero hubo una apertura en lo ideológico, teórico y cultural. Eso es lo más importante en el proceso del MLN, que ya es más MPP que MLN. Tener de senadora a Blanca Rodríguez es una señal demasiado potente para la democracia uruguaya. Oddone como ministro de Economía es otra. Hay una transformación que muestra que las ortodoxias siempre están llamadas a fracasar.

-¿Cuánto influyó en ese proceso la experiencia de gobernar?

-La historia enseña que gobernar te cambia. El poder genera en todos los partidos burocratización, pero no necesariamente es mala. Vos precisás una élite política profesional madura. Y para que no se corrompa la única solución es la democracia, la transparencia, la libertad, la libertad de expresión. No hay otra.

Además

“A orsi lo veo bien parado; quieren minimizarlo”

-¿Al gobierno cómo lo ve?

- Veo a Yamandú (Orsi) muy bien parado, con gran capacidad política para la negociación y firmeza para tomar decisiones. Para decir lo que piensa. Capaz que soy una rara avis. Sé que mucha gente esperaba más, mucha cosa, pero en una región turbulenta y llena de incertidumbre, manejar el gobierno y el Estado como lo están haciendo es una demostración de madurez política. Y eso es lo que más le preocupa a la derecha. Por eso quieren minimizarlo, degradarlo. Es una situación inédita. Es el primer gobierno de izquierda sin mayoría parlamentaria, pero se están manejando hábilmente. En un contexto internacional tan peligroso, que tengas un gobierno de izquierda en el que prima la prudencia es una garantía para los 3,5 millones de uruguayos. La región arrastra fracasos de todos los organismos regionales y de gobiernos de izquierda que cayeron en desastre: Bolivia, lo que pasó con el kirchnerismo, el golpe de Estado de Venezuela, Nicaragua, Cuba. Oddone lo dijo: “No venimos a hacer una revolución”. Eso se terminó. Solo sucede en los países con grandes atrasos. En los desarrollados esos procesos son inviables.

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