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Crecen los suicidios en jóvenes: un tercio más en la población de 35 a 39 años

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Atención de pacientes con coronavirus en CTI. Foto: AFP
Health workers take care of a patient next to a private isolation room where lies the corpse of a patient who died of coronavirus, at the Covid-19 Intensive Care Unit (ICU) of a private hospital in Montevideo, on June 04, 2021. - Uruguay has the highest number of Covid-19 deaths per capita in the world in the last 14 days, there is an increase of 11% from the last 7 days according to AFP's database (Photo by Pablo PORCIUNCULA / AFP)
PABLO PORCIUNCULA

PREOCUPACIÓN

En Treinta y Tres, donde alertan que “no tienen contención”, la tasa se duplicó según la Policía.

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Un joven trabajador municipal le dijo a su madre que iría a alimentar a los perros de la casa de la abuela, que había fallecido semanas atrás. Se hacía la noche y no regresaba. Cuando lo fueron a buscar estaba colgado. Unos días después, un peón rural le pidió a su patrón que le diera libre porque necesitaba ir al psicólogo, pero nunca llegó a la consulta. Después, un peluquero no soportó la enfermedad que lo aquejaba y puso fin a su vida con sus propias manos. Y después…

Silvia Pintos no recuerda qué estaba haciendo cuando se iba enterando de cada una de esas trágicas noticias que asfixiaron al departamento de Treinta y Tres el año pasado. Ni siquiera sabe cómo sigue en pie “cargando tanto dolor”. Pero admite que cada nuevo suicidado le hacía revivir aquel 2 de abril de 2019 en el que encontró a su hijo de 24 años con un cable apretujándole el cuello y sin pulso.

El País adelantó en setiembre que algo pasa en Treinta y Tres. Ocho personas se habían quitado la vida allí en menos de un mes. Ahora, tras terminar el año 2021, los registros de suicidios consumados que lleva el Ministerio del Interior confirman lo anticipado: el departamento batió su propio récord, más que duplicó la casuística del año anterior (de 12 a 26 casos), superó los guarismos de Rocha y se colocó como el departamento con la mayor tasa de suicidios del país (con 52 personas que se quitan la vida cada 100.000 habitantes).

Algo pasa en Treinta y Tres que ni el director departamental de Salud, José Quintín Olano, lo tiene claro: “hubo causas de violencia intrafamiliar, de depresión, de consumo de drogas, de vínculos amorosos, pero ningún común denominador que sirva para sacar una conclusión fehaciente”.

El hijo de Silva era “depresivo”. Así lo habían catalogado los “pocos” psiquiatras que lo atendieron y así lo habían señalado en el barrio, como si el solo diagnóstico de una enfermedad justificase el triste final. “De nada sirven esas etiquetas si no se actúa en consecuencia: acá (en Treinta y Tres) demoran tres o cuatro meses para que te vea un psiquiatra, si te ve uno tenés que esperar otros meses más y te verá otros que no tiene idea de lo que dijo el anterior (en el prestador público no hay un psiquiatra radicado, aunque está abierto un llamado). Y encima los gurises no tienen nada, no tienen contención, no tienen dónde divertirse”, cuenta con la voz entrecortada, angustia, y cargada de impotencia a la vez, esta auxiliar de servicio que sufrió la pérdida de su único hijo varón y que dice estar “sola frente al mundo como muchas madres uruguayas”.

El Ministerio de Salud Pública -quien todavía no difundió las cifras oficiales, por eso en este informe se usa como fuente a la Policía- creó en los últimos meses dos comisiones para hacer frente a esta “parapandemia” y puso a la disminución de los suicidios como una de sus principales metas para el quinquenio. Porque, según luce en la estrategia nacional de prevención, este no es un problema específico de un departamento, sino que escala a todo el país.

Según la Policía, en Uruguay se quitaron la vida el año pasado 767 personas (una cada 11 horas, casi el 3% más que el año anterior si se compara siempre con la misma fuente de información). El 83% eran hombres. Noviembre y diciembre fueron los meses con más víctimas. Y en relación al tamaño de la población que representan, los mayores de 80 años fueron los que más se quitaron la vida.

Hasta ahí “no hubo grandes sorpresas”. Pero los datos de 2021 confirman un nuevo aumento de la prevalencia del suicidio entre los adultos jóvenes: creció un tercio en la población de 35 a 39 años y subió 22% entre los de 25 y 29 años.

Trasfondo

El aumento de los suicidios no es lo que más alarma a los técnicos que integran las dos nóveles comisiones creadas por el Ministerio de Salud Pública, sino lo alta que está la tasa (21,5 fallecidos por esta causa cada 100.000 habitantes, el doble que el promedio de América Latina), y que, por más intentos, las estrategias parecen surtir foco efecto.

En su última estrategia, la Comisión Nacional Honoraria de Prevención del Suicidio identificó al menos cuatro falencias: la falta de financiación específica para las actividades de prevención, la dificultad de un política intersectorial sostenida en el tiempo, el subregistro de los intentos de autoeliminación, y la ausencia de datos en tiempo real sobre suicidios o intentos.

Silvia da cuenta de estas deficiencias del sistema uruguayo. La noche anterior al trágico 2 de abril de 2019, su hijo insistía con que se iba a matar y le rogaba a la psiquiatra de guardia en la clínica que estaba ingresado que lo dejara internado un tiempo más. “Pero la médica dijo que todo se trataba de una manipulación, que no había motivo para que (el joven) siguiera internado y que el hospital no es un centro de caridad”, recuerda la madre. Ninguno de los avisos previos figuraba en el historial médico, siquiera aparecían las llamadas a la Línea Vida (0800 0767 desde un teléfono fijo y *0767 desde el celular).

El director de Salud Mental de ASSE, Pablo Fielitz, reconoció a El País que “las llamadas no figuran” en la historia clínica ni se emite una advertencia que avise de inmediato al prestador de salud. Solo se da paso a la emergencia.

En el caso de Treinta y Tres hubo un nuevo pico de suicidios este febrero y, ante la falta de un psiquiatra de alta dedicación, “el departamento recibe apoyo de telemedicina de un equipo de Minas, en Lavalleja”, explicó Fielitz.

Pero el director de Salud del departamento, Quitín Olano, reconoce que solo con un sistema ágil y en tiempo real “no basta”. Porque al no haber un común denominador entre los distintos suicidios y dado que “la mayoría de los últimos que se quitaron la vida no hicieron consultas previas... hay que atacar el fondo de la cuestión”.

En ese sentido, la profesora agregada de la Clínica Psiquiátrica de Facultad de Medicina de la Universidad de la República, Cristina Larrobla, tiró por la borda cualquier lectura lineal: “En Uruguay no puede decirse que a mayor crisis económica hay más suicidios, como tampoco puede decirse que el que se suicida es necesariamente alguien depresivo”.

Es decir: existe un vínculo entre la depresión y la ideación suicida, pero no todos los que se suicidan son depresivos, así como no todos los depresivos se suicidan.

Con esa idea abarcativa es como lo está abordando el Ministerio de Salud Pública. El País intentó comunicarse con los referentes en el área, pero prefirieron no dar declaraciones hasta la difusión de los datos de esa cartera (que prevén publicarlos en abril).

Mientras, algunos vecinos en Treinta y Tres buscan apaciguar la angustia con charlas y mateadas en la ribera del arroyo. Karina Caldas, quien perdió a su hijo hace cinco años, cuenta que esos encuentros se proponen ser “una caricia a la soledad” para darse cuenta “que todos estamos en el mismo barco, remando juntos”.

Los intentos: el otro indicador

El Ministerio del Interior registró el año pasado un suicidio consumado cada 11 horas en promedio. Pero esa es la punta más visible de un iceberg. Porque los intentos de autoeliminación -aun cuando no llegan al desenlace fatal- son otro de los indicadores del problema social. Cuando la ola del covid-19 por la variante P1 empezó a ceder, a mediados de 2021, los intensivistas lo notaron y se propusieron cuantificar los ingresos a CTI por intentos de autoeliminación. Según el registro de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva, de los últimos 160 ingresos a CTI, ocho fueron por intentos de suicidios. “En diciembre, el mes en que es más frecuente, eran el triple de ingresos por esa causa”, explicó el intensivista Julio Pontet. De hecho en aquel mes (previo a la ola de ómicron) la ocupación de camas por intentos de autoeliminación superaban a los enfermos críticos por covid-19. Algunos de los internados que fallecen a los pocos días no ingresan en la estadística de la Policía, sí en la del MSP.

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