CAPITÁN TULA
Las enfermeras escuchan las sirenas de la Policía o los autos de familiares que llegan a toda velocidad y esta es la señal para que se pongan los guantes de látex y saquen la camilla con celeridad.
La oscuridad unifica el panorama en Piedras Blancas, pero las luces fulgurantes de la puerta de emergencia de la policlínica Dr. Badano Repetto, más conocida como Capitán Tula, irrumpen la solemnidad de la noche. También resaltan los carteles luminosos de dos kioscos que están en frente, cuyas letras rojas tintinean para indicar que están abiertos y atraen a quienes doblan desde la avenida Belloni.
La mayoría de las cortinas de las casas están cerradas, y lo único que se oye con fuerza es el ruido de los caños de escape de las motos que recorren el barrio y los ladridos a coro de perros durante la noche del jueves.
Pero al acercarse a la puerta de Emergencia del centro de salud también se escucha el sonido molesto de un videojuego en manos de un niño, quien espera junto a su hermana menor y sus padres. La madre está inclinada y se tapa la cara con sus manos, mientras delante suyo un hombre con chaleco fluorescente camina de acá para allá buscando descargar los nervios de una larga espera.
Las que no se ven agitadas son las dos enfermeras que fuman a la salida de la puerta para ambulancias. Pero al interrumpirlas y mencionar que parece ser una jornada tranquila, aseguran que el peor escenario empieza de un segundo cuando se escuchan las sirenas de la Policía o los autos de familiares que llegan a toda velocidad y frenan derrapando.
Esa es la señal para que las enfermeras, con automática agilidad, se pongan los guantes de látex y saquen la camilla.
Cada día del año llega por lo menos un baleado a la puerta de Emergencia de Capitán Tula e incluso el promedio -según dicen las funcionarias- es de dos personas cada jornada.
Esta vez fueron tres los baleados que ingresaron durante el jueves para ser atendidos. A dos de ellos les habían disparado en las piernas y al tercero en el brazo.
La armonía del día se cortó en seco cuando se generó un episodio digno de una guerra: familiares desesperados que bajaban entre tres o cuatro al herido de bala que daba gritos ahogados.
A otro de ellos, que arribó al centro alrededor de las 13:00 horas, lo sacaron del asiento trasero y lo cargaron entre varios mientras se inclinaba una y otra vez para tomarse la pierna. Los familiares le habían hecho una especie de torniquete casero para evitar que la sangre brotara como manantial. “No dejen que me muera”, les rogó el hombre a las enfermeras.
El personal médico le preguntó qué le había ocurrido: “Fui al almacén y me sentí herido”, contestó con el rostro retorcido por el dolor. Y los funcionarios no quisieron preguntar más. Sabían que esa respuesta no se acercaba a lo que realmente le habría sucedido, porque las palabras “ajuste de cuentas” o “enfrentamiento entre bandas” nunca salen de la boca de los heridos.
“Siempre andan con el mismo cuentito”, explica luego una policía de 23 años que cumple el Servicio 222 en la policlínica. La chica de pelo negro recogido en un moño dice -en tono bajo- que todos los heridos de bala aseveran que fueron rapiñados, y no hay testigos ni nadie que quiera denunciar.
Pero las enfermeras y policías que trabajan en Capitán Tula aseguran que, más allá de por qué llega así, “es una vida más que hay que salvar”. No sienten miedo de trabajar en una zona de la capital donde las balaceras, homicidios y persecuciones son moneda corriente. Pero lo que sí estruja el corazón del personal médico es cuando reciben a una víctima inocente, sobre todo si se trata de un niño que resultó herido por estar en una balacera.
Un policía de 25 años, que defiende la policlínica, interrumpe la conversación y recuerda que un día llegaron siete baleados tras un combate entre bandas. Se oyó una lluvia de disparos y al poco tiempo fueron arribando los heridos. Las personas que los trajeron bajaron a los heridos, dieron los datos y se fueron. Pero antes también amenazaron a los funcionarios del centro: “Lo salvás o te mato yo a vos”.

El personal médico de Capitán Tula es consciente de que asistir a un herido de bala es producto, en muchos casos, del enfrentamiento entre familiares. Antes ingresaban a la sala de emergencias, pero ahora hay una gran puerta de chapa que para impide el paso. Incluso, la enfermera toma las consultas detrás de un vidrio con reja.
Es que hace unos años un familiar ingresó a la sala con un revólver y lo que comenzaron siendo agresiones verbales, luego se transformaron en amenazas a punta de pistola.
Pero esos episodios por fortuna ya no ocurren y a las 22:00 horas aún la noche en Capitán Tula sigue tranquila.
De repente, las luces rojas y azules de un móvil policial resplandecen. Un agente baja de la camioneta y abre la puerta trasera para que salga una mujer que abraza a su hijo de 12 años. El niño -con la mirada desnorteada y un gesto inexpresivo- solo se sostiene con la ayuda de su madre.
La aparición del vehículo de la Policía hace que quienes esperan para ser atendidos volteen sus cabezas como si estuvieran coordinados. La agente, que también estaba en el móvil, cruza a pasos acelerados e ingresa al centro para hablar con la enfermera: “Trajimos a un niño que vimos desvanecerse en plena calle, tiene un corte en la boca y le sale sangre”. Y a continuación le dicta la cédula del menor.
Ella le responde que aguarde porque están llenos y la policía sale del lugar negando con la cabeza con indignación.
Al mismo tiempo, un perro cruza la puerta de emergencia, levanta su cabeza como si buscará a su propio familiar y vuelve a salir. Junto con el animal salen dos hombres jóvenes que sostienen a otro de apariencia mayor con la cabeza vendada y una red malla que lo cubre.
Las vendas blancas se tiñen de rojo y el hombre drogado camina con inestabilidad, por lo que se guía por las advertencias de quienes lo sujetan. Tiene la mirada ida y uno de sus ojos está hinchado y con pus. Lo suben a un auto de vidrios opacos estacionado en frente y se van sin decir palabra.
El hombre con chaleco amarillo mira la escena y luego ingresa al centro para preguntarle a la enfermera en cuánto tiempo saldrá su hijo. El adolescente volvía de la casa de su novia cuando tres hombres lo golpearon para robarle la mochila y cuando cayó al suelo también le patearon la cabeza.
“Gracias a Dios no lo apuñalaron o le pegaron un tiro -di-ce- porque no sabés nunca lo que te puede pasar en estos barrios, cuando te toca, te toca. Antes había más respeto, pero ahora están tan enfermos por la droga que te pegan un tiro”.
Los 31 homicidios de agosto “no cierran”
Según las enfermeras de la policlínica Capitán Tula, la cifra de 31 homicidios que el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, dijo que hubo en el mes de agosto “no cierran” si se consideran los baleados que llegan al centro de salud.
En los últimos días hubo tres casos mortales de personas que ingresaron a la policlínica para ser atendidos. La policía los traslada allí porque por ley se los debe llevar al centro de salud más cercano y, al evaluar la gravedad, se decide si trasladarlo en ambulancia a un hospital o si pueden asistirlos en el lugar.
El viernes pasado un hombre de 52 años murió tras recibir un balazo en el cuello en el barrio Borro, Montevideo.
La Policía recibió la denuncia al servicio de emergencia 911 sobre las 10:40 para alertar que un hombre había sido herido de arma de fuego luego de una discusión con otros dos hombres en la calle Isidoro Más de Ayala y Justo Montes.
Cuando el móvil llegó al lugar, trasladaron a la víctima, que no tenía antecedentes penales, a la policlínica y sobre las 11:30 se constató su muerte.
Otro caso sucedió en la noche del martes pasado cuando dos jóvenes de 17 y 18 años fueron acribillados con más de 30 disparos en Piedras Blancas.
Según indicó el Ministerio del Interior, pasadas las 23:00 vecinos informaron que se escucharon disparos de arma de fuego en las calles 5 de Julio y 1° de Agosto. Por lo que los efectivos policiales que se dirigieron al lugar encontraron a un hombre de 18 años, sin signos vitales y con múltiples heridas de arma de fuego en la cabeza y en el tórax. Junto a él había una moto y decenas de casquillos nueve milímetros.
Otro adolescente de 17 años ingresó a la Capitán Tula en estado grave con al menos 20 disparos. Se lo logró estabilizar y lo trasladaron al Casmu, aunque sobre las 4:30 se constató su fallecimiento.
Ante la gravedad de la situación en la zona, Interior inició un operativo de saturación en la jurisdicción de la Seccional 18 con foco en Piedras Blancas.