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Un pueblo desbordado de cubanos

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Unos cubanos abrieron su propio negocio en Santa Rosa y Yasmany Lao (30) es uno de los clientes más frecuentes del lugar. Foto: F. Ponzetto
Nota a ciudadanos cubanos viviendo en la ciudad de Santa Rosa, departamento de Canelones, ND 20180104, foto Fernando Ponzetto - Archivo El Pais
Fernando Ponzetto/Archivo El Pais

OLA MIGRATORIA

En nueve meses llegaron 220 isleños a Santa Rosa, una localidad de 3.700 habitantes.

La mayoría de los cubanos ingresan a Uruguay de forma ilegal. VEA LA FOTOGALERÍA
Viven en casas compartidas con conocidos; la mayoría viene de Ciego de Ávila. Foto: Fernando Ponzetto
Sueldo: Anilivius cobra 60 veces más que en Cuba. Foto: Fernando Ponzetto

¿Qué se necesita para que 220 ciudadanos cubanos vayan a dar a un pueblo uruguayo de 3.700 habitantes en menos de lo que dura un embarazo? En el caso de Santa Rosa, en el departamento de Canelones, bastó con que un cubano que había estado viviendo ahí corriera la voz de que había trabajo y que los alquileres eran baratos para que desde junio fueran llegando pequeñas oleadas de isleños a este poblado canario. Algo así como si Montevideo recibiera en pocos meses a 82.000 cubanos. La mayoría son de Ciego de Ávila, una ciudad del centro de Cuba, en la que el rumor de un compatriota afincado en Santa Rosa despertó la curiosidad de cientos.

No vaya a pensar que están hacinados o en pésimas condiciones. La mayoría alquila unas respetables casitas de dos o tres dormitorios para que habiten cuatro o cinco personas. Eso sí: cuando llegaron los primeros isleños estas viviendas estaban a $ 8.000 por mes, y ahora subieron a $ 11.000. Le dicen ley de oferta y demanda.

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Aun así, Santa Rosa sigue haciendo la diferencia, asegura Arnaldo Cuestas (35), un cubano que lleva tres meses en el santoral. Ni bien llegó a Montevideo durmió unas noches en una pensión, en habitaciones compartidas con desconocidos y casi sin poder bañarse, a un precio de $ 138 por día. Ahora, a seis cuadras de la plaza central del poblado canario, puede alojarse él, toda su familia y una pareja de amigos. Cómodos, bajo la sombra de una parra, con un ron en la mesada y un dulce de leche en la heladera.

Pero hay otro detalle de Santa Rosa que conquistó a Arnaldo. Cuando se bajó de la "guagua" (el ómnibus), ni bien había pisado por primera vez el poblado, se había dejado olvidadas sus mochilas. Al ver su cara de pánico, la dueña de un quiosco llamó a la agencia de transporte y le recuperó las pertenencias. "Eso en Cuba no pasa y creo que en Montevideo tampoco", dice este hombre nacido en Ciego de Ávila.

¿Cómo se enteró de Santa Ro-sa? "Pol una amistá", cuenta con un acento más marcado que el de los habaneros. Los cubanos le dicen "amistá" a los conocidos. Ese mismo allegado fue quien le consiguió las primeras "changas" y como él está dispuesto a trabajar "de lo que venga" y las horas que fueran necesarias, no tardó mucho en transformarse en albañil.

Los más afortunados trabajan unas semanas en la avícola del lugar ("El Poyote") o en el campo, y luego revalidan sus títulos para ejercer la profesión. De hecho un médico que se empleó como cajero en el principal supermercado de Santa Rosa ahora viste de túnica blanca en Las Piedras.

"A los cubanos les pagamos lo mismo que a los uruguayos; la diferencia es que ellos (los isleños) no se quejan si tienen que hacer horas extras o si tienen que trabajar un primero de enero", dice Graciela Repetto, la encargada del supermercado más grande de la zona. "Son confiables, agradecidos y tienen experiencia", afirma esta comerciante que cuenta con un carpetón repleto de currículum de los recién llegados.

Aniliuvis Rondón (42) es una de las agradecidas. En Cuba era cajera por US$ 10 al mes y en Uruguay también lo es, pero por más de US$ 600. Y aunque su esposo (ingeniero mecánico) trabaja de albañil, los ingresos le alcanzan para algunos gustos.

La Miami del sur.

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Uruguay es uno de los países menos violentos del continente y el acceso a la documentación es "sencillo". Esos dos conceptos han circulado en la isla caribeña y dieron como resultado la llegada de 6.350 cubanos en dos años.

Pero no todo es color de rosa. La travesía desde Cuba hasta Uruguay dura, en el mejor de los casos, cinco días; demanda más de US$ 2.000 por persona; implica el ingreso ilegal al país y la solicitud del refugio (sin estar bajo una persecución); y depender de un grupo de coyotes brasileños (ver recuadro). El resultado: la entrada de isleños por Rivera superó, en 2017, a los ingresos por el aeropuerto de Carrasco (1.761 contra 1.734, según la Dirección Nacional de Migración).

Esta peripecia tiene nombre: "visa", dice Jorge Marrero, uno de los cuatro voluntarios del pueblo que reunió la Alcaldía para ayudar a los nuevos pobladores de Santa Rosa. "Si no se les pusiera ese filtro, los cubanos ingresarían con los papeles en regla, gastando menos y sin tener que dejar parte de la familia en su país", explicó.

Jacinto Torres, quien llegó al pueblo hace 13 días, lo sabe. Su hijo y su esposa están aún en la isla y su única opción para traerlos es sacar la residencia uruguaya y solicitar (como lo ampara la ley) la reunificación familiar.

La alcaldesa de Santa Rosa, Margot De León le solicitó a la Junta de Migración que facilite la regulación de los cubanos y que los inmigrantes no tuviesen que tener una carta de invitación, salir de frontera y otros "disparates" para radicarse, dice Marrero.

A Santa Rosa no le viene siendo sencillo el crecimiento del 6% de su población. Tanto la Policía como los principales servicios tuvieron que repasar los derechos de los migrantes y se está buscando aumentar la coordinación.

Los cubanos, por su parte, facilitan la tarea. Unos van consiguiendo casas para otros y los más emprendedores construyeron su propio quiosquito: "El Cubano Libre". En Santa Rosa, a 6.978 kilómetros de la isla.

Crónica de un poblado con acento caribeño

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Primer jueves del 2018 a 53 kilómetros de Montevideo. Un accidente en la entrada de Santa Rosa amenaza con despertar al pueblo a la hora de la siesta. Pero el calor de enero le gana a la curiosidad y los lugareños prefieren continuar con el descanso. Solo los que trabajan y los que están acostumbrados a los rayos del sol son capaces de estar en la calle a las tres de la tarde. Y los cubanos sacan ventaja. Por la puerta de la comisaría pasan siete cubanos con bolsas del súper. El acento y sus gorras llamativas los delatan. Se vienen los Reyes y Arnaldo Cuestas está pensando en comprar un dominó, su viejo pasatiempo. Por el resto, no se queja y dice: "de acá no me voy ni loco".

Son tan ilustrados como valientes

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Cuatro de cada diez cubanos que recibieron la residencia uruguaya, en los últimos dos años, son profesionales. Su buena formación es una de las cosas que más ha sorprendido a los empleadores. Pero lo que más ha causado desconcierto es la peripecia por la que pasaron estos inmigrantes antes de llegar a Uruguay. Guyana no les exige visa a los cubanos. La mayoría toma un avión hasta ese país, donde los esperan los traficantes. Por cada tramo que avanzan, les van quitando dinero: primero para cruzar a Brasil y luego para llegar hasta Porto Alegre. Desde ahí vienen a la frontera con Uruguay en ómnibus o en taxi (US$ 300). En Rivera o en el Chuy piden el refugio o entran ilegales, para luego, con la ayuda de las autoridades, regularizar su situación.

Una luz entre tanta oscuridad

Bienvenidos los cubanosu201d, dice Carmen Delgado, propietaria de una de las inmobiliarias de Santa Rosa. Gracias a la llegada de inmigrantes pudo u201ccolocaru201d todas las casas que tenía para alquilar, cuando antes u201ctodo estaba parado, en crisisu201d. Para esta comerciante, los cubanos han sido u201cla salvaciónu201d. Dice que pagan en fecha, cuidan las viviendas y son u201cmuy amablesu201d. Por eso no entiende por qué algunos lugareños se quejan de que u201clos extranjeros les vienen a robar el trabajo... no es asíu201d.

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