El Frente Amplio, que entre 1985 y 2004 hizo un posgrado en oposición y sustentó en ello su llegada al poder, se molesta ahora cuando blancos y colorados le administran un poco -y sólo un poco- de su propia medicina.
A la fuerza política que interpelaba de a dos ministros ahora le agravia que se llame a uno de sus funcionarios a sala, incluso sabiendo que dispone de la mayoría para salvarlos de lo que sea.
A los que votaban investigadoras incluso por un par de faxes falsificados -¿remember Nicolini?- ahora les duele que otros pidan que se investiguen negocios que costarán al país cientos de millones de dólares. Y para colmo, niegan los votos para que se investigue en el Parlamento, porque afirman que no tiene sentido hacer lo que ellos hicieron, hasta el hartazgo, en los noventa.
A los que juntaban firmas para todo ahora les produce zarpullido que otros hagan lo mismo. A los que usaron y abusaron de los noticieros para denostar a los gobernantes de turno hoy les molesta que en esos mismos espacios se expongan sus falencias, y quieren limitar lo que se muestra en televisión.
A los que querían estatizarlo todo les cuesta aceptar que hoy les acusen de privatizar tanto y tan mal. A los que no aceptaban que se vendiera el 49% de Pluna no les gusta que otros le marquen el desastre que fue para el país la privatización del 75% de la aerolínea. A los que decían que Pluna era patrimonio de los uruguayos no les causa gracia que los señalen ahora con el dedo como los que liquidaron la aerolínea.
A los que decían tener la solución para la salud les daña que otros muestren el desastre de la gestión de los hospitales públicos y el desmanejo de Asse. A los que decían que la educación sería su prioridad les cuesta explicar hoy tanta inacción y fracaso en un sector donde nos va el futuro.
Y vaya si uno podría seguir. ¿O no? Por eso no hay que extrañarse de que ahora, con encuestas que están marcando una caída significativa de la intención de voto por el Frente Amplio y de la aprobación de la gestión del gobierno, en la izquierda haya gente nerviosa. Gente que enmendaba la plana con facilidad a otros, pero a la que no le gusta que le marquen sus errores. Y mucho menos, los horrores a los que el país está asistiendo.
Blancos y colorados, después de años de anestesia, han despertado. Han empezado a controlar. A señalar. Y a denunciar. Han empezado, finalmente, a hacer oposición. Y algunos escándalos empiezan a salir a luz. Y a espantar incluso a quienes confiaron en el Frente Amplio.
Y habrá más. ¿O acaso no asustaría saber cuánto se ha tirado ya por la borda con Alur? ¿O acaso el negocio Ancap-Pdvsa, que endeudó al país en cientos de millones de dólares, no debería ser investigado? ¿O acaso no hubo una licitación de UTE de cientos de millones de dólares que sólo no se adjudicó por una oportuna denuncia de un legislador opositor? Y hay quienes dicen que es sólo el principio.
Por eso duele que haya oposición y que haga su papel. Por eso arde. Pero, como decía mi madre, lo que arde, cura.
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