RENZO ROSSELLO
Psicosis colectiva. O un estado muy cercano es el que viven los fernandinos desde hace una semana. El asesinato de Pamela Silva, pocas horas después el de Fabián Dorado, dispararon una onda de pánico entre los pobladores de Maldonado. Liceales que ven asesinos en autos, mujeres que paran al jefe de Policía y le preguntan si anda un violador suelto, ecos en Minas y en Tacuarembó con sospechosos de portar la misma cara que la de un retrato hablado. No es que haya muertes peores y mejores. Algunas simplemente dejan en carne viva a una comunidad que a través de su herida no ve otra cosa que al merodeador capaz de semejantes monstruosidades. No es que haya muertes más importantes que otras. Pero el caso de Pamela Silva va descorriendo el velo de una historia demasiado larga de abusos sexuales para una niña de apenas 11 años. Pamela ya era una víctima mucho antes de dejar su casa en la madrugada del 4 de mayo. Ninguno de sus compañeros de escuela veía otra cosa en ella que una niña alegre, voluntariosa, esmerada en las tareas. Pero por dentro pasaban otras cosas.
El camino entre víctima y victimario era más corto de lo que se pensaba. Todavía es poco lo que se sabe de esos últimos minutos. En cambio, la ciencia pudo probar que Pamela había vivido una pesadilla desde hacía al menos dos años. Los peligros que acechaban a la niña no estaban afuera, en una calle oscura, de madrugada. No. Estaban más cerca. Muy, demasiado cerca. El temor por la presencia del ajeno, del forastero, del distinto a uno, borronea los contornos de los peligros reales. Tal vez si alguien hubiera mirado bien habría visto a una niña en problemas, enfrentada a peligros bien concretos.
Un buen ejercicio para el ojo. Lástima que sea tan difícil, o tan imposible. Si no alguien debería haber notado que había algo que no funcionaba del todo en Herr Fritzl y su afición por el sótano privado. Tal vez por esa deficiencia visual se terminan creando "monstruos", alguien que cargue con la mochila de todas las fobias. La creación es tan fuerte que termina tapando lo otro, una niña que vivía a merced de su victimario.