En la víspera, aquejado por una enfermedad que lo persiguió por varios años, falleció Miguel Carbajal, una de las plumas más notables que haya pasado por el periodismo nacional en el último medio siglo y que El País tuvo el privilegio de tener en sus cuadros.
Más allá de los cargos de responsabilidad que esta casa le haya confiado (dirigió durante varios el Suplemento Dominical, al que le dejó para siempre su particular impronta) Carbajal fue sobre todo un apasionado del bien escribir, un estilista con un dominio del idioma que llegaba a la perfección. Y generoso con ese don que tenía -y que siguió cultivando desde que llegó de su Durazno natal con apenas algo más de 20 años de edad- fue un maestro para muchos jóvenes periodistas que fueron llegando a nuestra Redacción.
Su palabra amable, su consejo preciso, su generosidad sin límites ni impaciencias para mostrar una línea a seguir en un eventual artículo periodístico, lo destacaron como pocos y lo convirtieron en una referencia entre aquellos que supimos aprender a su lado. ¡Y vaya que aprendimos!
Varias generaciones de esta casa, formados a su lado, nos imbuimos de esa intransigente necesidad por escribir dándole sobre todo buen uso al idioma. Carbajal hacía de cada frase un perfecto fluir que convertía su escritura en una pieza de sonoridad musical.
Fue un periodista completo, para el que la profesión no tuvo secreto alguno.
Fue crítico de cine, conocía en profundidad el ambiente de artistas plásticos, sabía encontrar el alma de los entrevistados, cubrió acontecimientos internacionales con una objetividad extraordinaria (estuvo en primera línea en la Guerra de las Malvinas, por ejemplo) y no le escapó siquiera a la nota menor, a la mera información de un hecho casual, porque para él, el periodismo era un acto integral, donde todo cabía y en donde a todo le puso, por grande o pequeño que sea, una entrega absoluta.
Este maestro de periodistas, pluma privilegiada, tuvo además el destaque de su tenacidad. Se propuso cierta vez, cuando ya era un avezado y reconocido periodista, ser abogado. Y se graduó con las mejores notas en la Facultad de Derecho, además de licenciarse en Letras en la Facultad de Humanidades. No obstante, su poderosa pasión por el periodismo era de tal magnitud que nunca hizo de la abogacía su profesión.
Escribió, sí, varios libros, en los que dejó su magnífico dominio del idioma.
Si apenas vaya como ejemplos una obra sobre las residencias presidenciales del Uruguay y otro sobre Carmelo de Arzadum, entre varios más sobre pintores nacionales.
El periodismo afuera de fronteras también supo ver en Carbajal un periodista de realce, convirtiéndolo en corresponsal de prestigiosas publicaciones, como Newsweek y las editoriales argentinas Perfil y Abril, además del diario La Razón.
El País ha perdido con él a uno de sus hijos dilectos. A su esposa Marita, a sus hijos Miguel, Madelón, Carola, Florencia y Lucila, nuestro más profundo pésame, pero sepan que Miguel Carbajal será para siempre un nombre inolvidable en nuestra casa.