LOS HIJOS DEL desierto

| Un safari por el desierto vecino a Hurgada para pasar 24 horas junto a una tribu beduina en algún punto perdido del desolado paisaje del sudeste egipcio.

macarena vidal

La invitación resulta más que tentadora, nos dirijimos guiados por Mohammed a conocer las aldeas y las costumbres beduinas, en la inmensidad del desierto egipcio, siguiendo un cuidado itinerario.

9:30 am. El convoy avanza por senderos invisibles, únicamente conocidos por estos conductores "veteranos". Las montañas de piedra arenisca se recortan en un horizonte lejano y cercano a la vez: en esta inmensidad es imposible calcular distancia. Rebotando en los asientos 6 alemanes que comparten conmigo el vehículo, ríen y regañan al conductor de tanto en tanto; para mí, la comodidad de la poltrona del hotel ya quedó en el olvido.

12:00 pm. A lo lejos se destaca una construcción de ladrillo rodeada de lo que parecen ser montones de piedras agrupadas. Mohammed explica que, debido a que la tribu beduina que visitaremos prepara sus comidas en el piso y con poca agua, cuando cerraron el trato con el jefe para poder visitarlos decidieron construir una cocina que cumpliera con las mínimas normas sanitarias. A medida que nos acercamos, las piedras toman la forma de precarias casas con sus techos improvisados con ramas secas, alfombras y jirones.

01:00 pm. Los grupos descienden de las camionetas cuya llegada conmocionó al campamento: las mujeres se mantienen al margen y así estarán hasta que nos vayamos; la mentalidad de esta sociedad –con un fuerte arraigo musulmán– no ve con buenos ojos el "intercambio cultural" con forasteros. Una anciana amasa unas delgadas capas de pan –similares a la filloa– en una plancha calentada con un original combustible: excremento de camello encendido; a pocos metros un grupo de chicas vende su artesanía.

Mohammed y yo nos sentamos en un living improvisado con alfombras, bancos y almohadones sobre un piso de pedregullo de piedra caliza. El sol se filtra por un techo de cañas mientras observo los detalles, pensando que más de uno de nosotros intentó sin resultado este fino y equilibrado estilo en livings y comedores de nuestro país de origen.

Uno de los jóvenes miembros de la tribu ofrece un té de menta a los agasajados y comienza la explicación: la palabra "beduino" proviene de "badú", que significa "desierto" en árabe. Como si su denominación hubiese marcado su destino, los beduinos de diferentes regiones han construido sus aldeas en la arena por siglos. Vagan en caravana, dejando que los camellos –su más preciada posesión– sientan los efectos del calor agobiante y la falta de agua; de esta manera los animales buscan líquido y se detienen en el momento en que encuentran un yacimiento. Los hombres cavan hasta encontrar la vertiente y en torno a ella arman su aldea, hasta que se seque. El período "sedentario" de este pueblo puede durar un promedio de dos años, luego de los cuales abandonan las construcciones y retoman su camino

Después de un almuerzo liviano –sandwiches y refrescos que trajimos en la camioneta– nos llevan a dar una vuelta en camello. La subida y bajada de los "jorobados" merecería un capítulo aparte.

05:00 pm. El canto del muezzin de la tribu hace el llamado a la oración musulmana, mientras los grupos se aprestan a montarse en las camionetas para admirar el atardecer desde las alturas de un cerro. Con el ruido del motor, las decenas de aves que habitan el palomar de la aldea –aún utilizan el sistema de palomas mensajeras– vuelan alborotadas.

06:30 pm. Todos enmudecemos mientras el sol se oculta y el desierto nos regala sus mejores colores. Desde ese momento, sé que no seré capaz de describirlo con palabras.

08:00 pm. El campamento se ilumina con improvisados candeleros hechos con botellas plásticas de refrescos y arena, que aumentan el encanto del lugar. A nuestro regreso nos espera un auténtico menú beduino: tahina, pollo, ensalada y bananas para el postre. Tengo que admitirlo: la mejor comida que probé en Egipto. Luego las mujeres se retiran a sus casas y –con el lenguaje universal de las señas, el cual ha signado todas nuestras comunicaciones– somos invitados a participar de una divertida danza autóctona. "Si vas a Roma, haz como los romanos" dicen, por lo cual todos improvisamos una imitación del canto que acompaña el baile, mezcla de Zorba el Griego y Danza de los 7 velos.

08:30 pm. El sentido de la proporción afecta no solo la vista, sino también el oído: una camioneta pasa muy lejos, pero el ruido ahogado de su andar tiene una claridad inaudita. Tendidos en la arena aún tibia contemplamos el espectáculo del cielo estrellado que miles de años atrás observaron los faraones y que, día a día, cobija los sueños beduinos. Lejos, muy lejos, el leve resplandor de Hurgada. En realidad, estoy muy cerca… y no siento deseos de volver.

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