ALEJANDRO NOGUEIRA
La campaña rumbea a lo previsible, a lo que nace de los patrones mentales de los políticos, de los medios de comunicación, que forzosamente cubren estos dobles y mandobles; hacia un debate que cuestiona honestidades, errores del pasado que muchos uruguayos ya olvidaron o condonaron. En suma, domina un ruido político de escaso resultado práctico para la obtención del botín en pugna: ese 8-10% de presuntos indecisos.
Muchos analistas y colegas de los medios han objetado la ausencia de ideas en el debate de campaña o la prevalencia de una polémica política menor sobre los compromisos programáticos de los contendores para la construcción del modelo del país que sea que propugnen.
Las grandes ideas, de existir, tampoco mellan la coraza de los indecisos porque éstos no creen en las ideas y/o no creen en los políticos que las profieren.
Incluso la ausencia de propuestas revulsivas parece más ligada a consensos que existen pero que no se expresan en tiempo de campaña, que a falta de imaginación y creatividad de los candidatos o de sus equipos programáticos. Ni el Frente Amplio está planteando más que seguir mejorando lo que empezó a hacer, sin tomas del Palacio de Invierno, ni paredones; ni el Partido Nacional esta prometiendo que "temblarán las raíces" incipientes de lo realizado por la coalición de izquierda. A lo más, quiere atenuar algunas legislaciones laborales que apretaron mucho el dedo sobre uno de los platillos o ajustar algunos planes sociales de eficacia cuestionada. José Mujica no va hacia el partido único, a la ley mordaza de la prensa y a los comité de defensa de la revolución en cada manzana. Luis Alberto Lacalle no va a vender Antel o reimplantar la esclavitud, ni va a volver a pasar así nomás por las orcas caudinas de actos de corrupción de colaboradores, algo contra lo que el gobierno del Frente Amplio y ningún gobierno conocido, está vacunado y que el actual oficialismo sobrelleva mal.
La radicalidad de algunos discursos no es más que fuego artificial y no una real confrontación con ganadores y perdedores. Para cada afición política, el ganador será el suyo y el perdedor el otro mientras los votos no cambian de tienda.
Donde los discursos de campaña flaquean malamente no es tanto en las propuestas, sino en los "cómo". Se podrá eliminar el IASS y el IRPF si se sustituye el recurso, por ejemplo, pagando menos a los empleados públicos, rebajando en términos reales las pasividades o gravando más fuertemente a las empresas. Se podrá poner a los presos y a los militares a hacer casas para los pobres si se modifica la legislación, porque esto no es posible en el actual marco legal. Se podrá mejorar la seguridad pública si se compromete dinero, se da capacitación y recursos a las fuerzas policiales y se las limpia bien.
Los indecisos -ese botín- son personas de distinto nivel socio económico y residencia geográfica que están desinteresados o desencantados de todo y a quien no los moverá el improperio ni la promesa magnífica. Son quienes no necesitan al sistema político en su vida y sólo confían en su propia fuerza, sea porque no los afecta, sea porque su resignación los abruma al punto de pensar que sus carencias dependen de la suerte, del destino, y no de esos señores que se agitan en la pantalla de TV.
Es el lenguaje de los "cómo", si llega a sus oídos, el que puede despertar su interés y, quizá, su esperanza.