Antonio Mercader
Desde el año próximo, escolares y liceales estudiarán la historia uruguaya reciente, incluida la dictadura militar y sus causas, según acaba de disponer la Anep. Además de polémica, la idea es peligrosa por tres razones. Una, porque enseñarán esa historia algunos de sus actores y testigos a quienes les costará ser imparciales. Dos, porque aunque lo sean es dudoso que los textos de estudio sean objetivos. Tres, porque para ser parcial o subjetivo no es preciso mentir; basta con omitir. Me centraré en esto último con un ejemplo de cómo la omisión amenaza a nuestros estudiantes.
Este mes se cumplen 65 años del caso de las bases de USA en Uruguay. Un caso que empezó en noviembre de 1940 cuando el gobierno de Alfredo Baldomir pactó en secreto con Washington la construcción de una base aeronaval en Laguna del Sauce, Maldonado, manejada por estadounidenses. La guerra mundial había estallado; Uruguay y USA aun era neutrales. Se decía que esa base en la boca del Plata era para prever una invasión alemana, pero era más bien un apostadero armado contra los militares argentinos sospechados de nazismo.
Fue entonces que el herrerismo, con Luis Alberto de Herrera al frente, lanzó su campaña de "¡Bases no!", coronada el 21 de noviembre con la interpelación al canciller Alberto Guani que ejecutó Eduardo Víctor Haedo. Ese día, el senado, por 25 votos en 26 presentes, condenó un pacto que recortaba la soberanía nacional. Y sobre todo, opinaba Herrera, nos exponía a represalias de Argentina cuyos militares no tolerarían una base yanqui (ya en construcción) controlando el canal de acceso al Plata y al puerto de Buenos Aires. Herrera temía la intervención argentina, una idea que, ahora lo sabemos, rondaba en las cabezas de los jefazos porteños.
Washington se encolerizó porque el voto del senado oriental fue el precedente que otros países latinoamericanos usaron para negarle bases. El slogan "Herrera nazi", forjado por los comunistas y coreado por toda la izquierda uruguaya —a excepción de Quijano desde "Marcha", opuesto a las bases—, cundió con la bendición de Estados Unidos. Hubo listas negras, caza de brujas y prisión para supuestos complotados que, se decía, querían convertir al Uruguay en "una colonia agrícola del III Reich". El presunto "führer" uruguayo, Arnulf Fuhrman, era un infeliz al que encarcelaron junto a decenas de falsos conjurados.
Hoy está probado que todo fue un invento para inducir a Uruguay a aceptar la base-escudo antinazi regenteada por USA.
No hay libro estadounidense sobre Latinoamérica en los años 40 que omita este episodio. En Cuba, doliente por la espina de Guantánamo, todos los partidos incluido el comunista (con firma de Blas Roca, uno de los artífices de la revolución cubana), felicitaron al senado uruguayo. En Colombia, Ecuador y Panamá hubo votos similares y hasta se propuso declarar el 21 de noviembre como "día de la soberanía de los países iberoamericanos". De Chile llegaron telegramas de apoyo, uno de ellos firmado por Salvador Allende. En México, el presidente Cárdenas saludó la postura herrerista y lo propio hizo Arnulfo Arias desde Panamá. Prueba de esa resonancia es que en 1940 el New York Times le dedicó a Uruguay 50 artículos, 15 de ellos en primera página.
Todo fue documentado en "El año del León", fruto de la investigación que hizo el autor de esta columna en los archivos nacionales de USA, entre otras fuentes. El libro se publicó en 1999 con documentos que probaban lo antedicho. Empero, la cátedra de historia, en particular la de la Universidad de la República, optó —salvo Caetano y Rilla—por ignorar el caso. Ese escamoteo importa hoy porque, por desdicha, el tema está en carne viva en América Latina: además de datos sobre la base ecuatoriana de Manta, corren rumores sobre la presencia yanqui en una base del Chaco paraguayo; esto último se vincula a la reciente visita a Asunción del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
Por más que el tema bases es de rabiosa actualidad, la historia uruguaya en la Segunda Guerra Mundial se sigue escribiendo como se hizo casi siempre: obviando los sucesos de 1940, la acción de Herrera y su incidencia continental (consagrada como "The Uruguayan Pattern"). En nuestro país, es un episodio velado por la mayoría de los historiadores.
Así, por ejemplo, el mayor especialista uruguayo en ese período, Juan Oddone, en "Vecinos en discordia. Argentina, Uruguay y la política hemisférica de los Estados Unidos" (El Galeón, 2004), pasa por encima de 1940 sin decir palabra pese a que analiza las relaciones entre esos países en la guerra. La referencia a las bases tampoco figura en el Manual de Historia Nacional, de Benjamín Nahum (Banda Oriental, 2005). Por su parte, José Pedro Barrán, vicepresidente de Anep, en "Los conservadores uruguayos" (Banda Oriental, 2004), se esfuerza tanto por mellar la figura de Herrera que termina ignorando su cruzada contra las bases. Son tres catedráticos de historia de la Universidad de la República que publicaron sus obras después de editada nuestra investigación.
Su silencio muestra cómo omitiendo un caso —del cual la izquierda sale mal parada pues apoyó la concesión de bases a USA— se pretende borrar de la memoria nacional una saga aleccionante para los jóvenes. Se borra lo que no gusta, como ocurría con los caídos en desgracia en las célebres fotos retocadas del balcón del Kremlin. Con tales antecedentes la decisión de Anep de enseñar historia reciente a escolares y liceales es una jugada de altísimo riesgo.