Homenaje a Carlos Eugenio Scheck

| Familiares, amigos y funcionarios de EL PAIS recordaron vida y obra de uno de los artífices principales del periodismo nacional

En la jornada anterior al 1o. de mayo, un día poco propicio para los homenajes pero adecuado para lo intimista del gesto, familiares y amigos se reunieron en el Teatro del Centro para recordar los cinco años de su fallecimiento. En el Teatro que lleva su nombre otra vez Carlos Eugenio Scheck fue evocado como esa maravillosa fuente de vida que fue. El acto fue sencillo, acotado y signado por el poderoso espíritu del homenajeado. La parte de oratoria corrió por cuenta de Miguel Carbajal (el texto se reproduce a continuación), se exhibió un video donde personas allegadas a Scheck recordaron desde distintos ángulos las características de un uruguayo que durante décadas comandó la marcha del periodismo nacional y se inauguró un retrato manejado digitalmente por Alvaro Portillo. Cinco años después el peso de esa ausencia crece.

"Señoras, señores Hace cuarenta años, más, el país en general, y "El País" en particular, vivían momentos de euforia cultural. Y cierta cosa de creación vanguardista que de pronto era calcada en parte de Buenos Aires. Lo que no estaba nada mal: copiar lo bueno es escapar de lo peor. En el Estadio Tróccoli, Marta Minujin, una de las grifas más notorias del Di Tella, desplegaba un happening auspiciado por el diario que concitó a medio Cerro. María Luisa Torrens estuvo detrás de esa y otras iniciativas. Las exposiciones del Centro de Arte y Letras se montaban a un ferrocarril y una exhibición itinerante recorría el Uruguay en medio de euforia ciudadana que recibía esos aportes con el mismo entusiasmo que gastaba cuando llegaban las visitas de la Comedia Nacional. Y puedo seguir, en la cita de acontecimientos culturales patrocinados pero en la mayoría de los casos provocados por el propio diario, durante un largo rato.

Hace cuarenta años, más, hubiera resultado dificultoso llegar a este homenaje que se concreta ahora. No coinciden los meses, de pronto, pero son los hechos los que importan. La Plaza de Cagancha era una verdadera romería. Pintores, escultores, grabadores, tapicistas, artesanos vinculados a la actividad plástica, poetas, escritores, actores, músicos convertían al lugar en un verdadero pulmón artístico. La cultura nacional pasaba por la Plaza y el centro de irradiación, el motor mismo del operativo, funcionaba exactamente acá, en plena instancia del Centro de Artes y Letras, antes de la fundación del teatro.

Detrás de esas y otras historias —como la fundación de Canal 12— estaba siempre Carlos Eugenio Scheck. Era la persona ideal para apoyar y propiciar los diferentes actos de la cultura nacional. Tenía un sí fulminante y una especie de ceguera para detectar cualquier obstáculo. No existían los obstáculos para él. Pasaba por encima de ellos, los desechaba, y por encima de todo los eliminaba. En el medio de lo que resultó ser una segunda naturaleza del diario (su formidable apoyo a la cultura) El País enseñó la forma cómo debía intervenir la actividad privada en esa área arrastrado por el dinamismo de Scheck, aunque eso ya era una preocupación familiar e incluso institucional del diario.

No tiene sentido enumerar los diferentes logros empresariales que logró Cochile. Fueron tantos y tan numerosos, aparecen tan mezcladas las etapas que no puedo intentar ni siquiera un resumen. Ni vale la pena. La gente de la casa sabe lo que Cochile hizo por la casa. Y la gente de afuera, la que mantiene enhiesta la casa, lo disfrutó a través del crecimiento profesional del diario.

Prefiero referirme al Cochile más privado, más intimista, menos visible, aunque con la legión de amigos, a todos los niveles, que Scheck había cultivado (y entre los que despertó fervores que aún se mantienen vivos) perfilar esa visibilidad es una tarea casi imposible. Las mismas cualidades que lo destacaron a nivel empresarial, y no sólo a nivel del propio diario sino también a través de la política que diseñó y aplicó en la Asociación de Diarios en defensa del Uruguay cultural y el fortalecimiento de la prensa, las desplegaba como un mago en el terreno personal. Era creativo, imaginativo, osado en las propuestas, hasta demasiado lanzado para el medio, pero los riesgos no lograron nunca enturbiar un buen humor que cuando el cielo estaba enteramente limpio, sin nubes en el horizonte, se desplazaba entre el prodigio y la felicidad. Rebar se refirió en alguna ocasión a sus excesos de memoria: tenía a nivel de piel toda la información de los Scheck y de los Sánchez, del diario, de la política y la economía, de las letras de tangos y de murgas. Acumulaba los chistes orales, detectaba las características físicas y gestuales de cuanta persona pasaba bajo el filtro implacable de su mirada. Ejercía como pocos el don de la autoridad mezclada con los derroches de su simpatía. Tenía carisma, lo sabía, era un seductor nato, también lo sabía, y un anfitrión maravilloso. Había nacido para disfrutar de la vida y la disfrutó hasta último momento, cuando se ocultó tras un velo de pudor. Le hizo disfrutable la vida a sus amigos y a todos quienes lo conocieron. Así quiero evocarlo ahora, apoyado contra su escritorio, en medio de una llamada telefónica, el brillo de sus ojos lanzando mensajes que no coincidían enteramente con lo que estaba diciendo, la risa socarrona, demorada hasta su explosión final, cuando el juego se instalaba en escena y el Cochile lúdico y gozoso encandilaba a su auditorio con premeditación y alevosía.

Gracias

Miguel Carbajal

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