LEONEL GARCIA
Mario Ramos (30) recuperó la sonrisa. Al igual que él, también lo hicieron su esposa Déborah y su pequeña hija Camila, de cuatro años. Dentro de un mes, la familia tendrá un nuevo integrante, una beba que se llamará Lucía. No se sabe si viene con un pan debajo del brazo, pero su padre ya consiguió una medalla: la de "graduado" de Fundación Manantiales Uruguay.
"Graduado" en realidad quiere decir alta terapéutica. Mario y otros 16 ex adictos recibieron ayer al mediodía tal distinción. Fue la decimocuarta ceremonia de tales características que ha organizado Manantiales. La emoción de ellos y sus familiares fue la constate del evento realizado bajo un sol avasallante, en el predio de cuatro hectáreas de Instrucciones y Camino La Calera.
Es ahí donde Manantiales tiene su Comunidad Terapéutica, en la zona suburbana de Montevideo. Mario llegó ahí hace 27 meses, cuando su vida se consumía por drogas como la pasta base de cocaína (mucho antes que esta hiciera su "explosión" en la comunidad). Ahí permaneció durante más de un año, viendo a su familia una vez cada quince días, siguiendo un duro tratamiento al que desde hoy está "eternamente agradecido". Luego de una etapa de "reinserción social", donde recuperó su trabajo en una conocida tienda de ropa de hombre, continuó la terapia desde su casa. Ayer se colgó con orgullo su medalla de graduado. "De ahora en más no me queda otra que pelearla para seguir así", asegura.
PROYECTO DE VIDA. "Hoy reconocemos a quienes cambiaron un proyecto de muerte por uno de vida", dice a El País Pablo Rossi, director general de la Fundación en Argentina y Uruguay. Los "graduados" tienen entre 18 y más de 30, y superaron un tratamiento de unos dos años de promedio —aunque hubo casos de 40 meses—, dependiendo su adicción y evolución.
Tanto los padres de los internos como los funcionarios alaban la terapia. Esta es sumamente estricta: horarios para comer, trabajar y dormir, reuniones grupales e individuales con psicólogos, médicos y psiquiatras, sanciones y "derechos" ganados a través de la buena conducta, y visitas familiares cada 15 días. El personal que ahí trabaja, incluso entre los profesionales, está compuesto en gran parte por ex adictos a las drogas. Una disciplina férrea, cuyos detractores comparan al "tratamiento Ludovico" de la Naranja Mecánica de Anthony Burgess.
Al respecto, Rossi señala que "si bien hay estrategias conductuales que apuntan a que la persona deje de consumir, luego hay terapia familiar sistémica y psicoanálisis donde cada uno entiende que la experiencia de la droga, para él, tuvo más pérdidas que conquistas. Criticar es fácil, todo es perfectible, pero nosotros tenemos resultados concretos: erradicamos gente de la droga".
Es claro que la medalla no es una solución mágica. "Siempre hay factores que pueden influir en una reincidencia, pero será parcial y momentánea. Cuando damos el alta, es porque el grupo terapéutico en total considera que la persona está lista para afrontar la vida", sostiene el director. Según él, un psicólogo de 38 años que supo ser adicto de cocaína, marihuana y LSD, los egresados tienen una conciencia tal del daño que provoca las drogas en su vida, "que de tener una recaída inmediatamente volverán a pedir ayuda".
Hechos
GRATIS O NO
El jardín de la Comunidad Terapéutica se llenó de padres, parejas e hijos de ex pacientes de muy variada condición social. Muchos de ellos tuvieron el tratamiento becado, y otros pagaron hasta 10 mil pesos por mes dependiendo del caso y las posibilidades económicas.
ASUMIR O NO
Euclides es padre de Mauricio Yanez. Su hijo se graduó tras 32 meses de terapia. "Lo peor fue asumir que tenía un hijo drogadicto. Me fui enterando por sus actitudes y por el ojo clínico de su madre". En los peores momentos, asegura, el joven llegó a aspirar nafta. Lo peor fue estar casi incomunicado con él. "Solo veníamos cada 15 días; no llamábamos por consejo de los terapeutas". Ayer acompañó a su hijo en su graduación, tal vez la más importante de su vida: "antes tenía un caos en casa, ahora vuelvo a tener una familia".