El legado de Hipócrates

| En lenguaje, tiempos y lugares diferentes los conceptos y la enseñanza del médico griego condenaron el aborto 460 años AC

Dr. Eduardo Casanova. | Médico internista de UCM

Nuestra cultura de origen judeo-cristiana se encuentra impregnada de un profundo respeto por la vida humana que deriva de considerar al hombre como imagen y semejanza de Dios. En dicho fundamento se apoyan todos los derechos que tienen su origen en el reconocimiento de la vida humana como máximo bien creado, que oficiará como valor de referencia para cualquier otro bien y para toda conducta.

Es comprensible que la Iglesia manifieste su oposición, tanto en nuestro país como en el resto del mundo, cuando los parlamentos consideran leyes como el aborto y la eutanasia, que suponen una expresa violación del respeto por la vida humana.

Sin embargo, sería un error y un desconocimiento histórico de nuestra cultura, ignorar los fundamentos médico-hipocráticos, que sin ser judíos ni cristianos, son profundamente humanistas y consagran un delicado respeto por la vida del hombre en todas las etapas de su desarrollo (intra y extrauterino), cualquiera sea su condición de salud biológica, su situación social y económica.

Sin desconocer la extraordinaria importancia de la religión en la historia de nuestros pueblos, sería un error grave la ignorancia de la influencia que ha tenido en nuestra cultura y en el desarrollo de nuestro conocimiento científico, la riquísima carga que hemos recibido de la cultura griega. En el humanismo occidental, en la búsqueda de la verdad a través de la razón y en el indagar científico, se percibe la influencia de la Academia de Platón.

En el respeto universal e irrestricto por la vida humana, llegan también hasta nuestros días los compromisos asumidos por aquella comunidad de maestros y discípulos originada en torno a Hipócrates 460 años antes de Cristo.

IR A LAS FUENTES. Los médicos del siglo XXI nos sorprendemos al comprobar que los criterios epidemiológicos más modernos encuentren sus raíces en aquellos libros escritos hace 2500 años bajo el nombre de Epidemion; y que los parámetros evolutivos de la enfermedad no difieran significativamente de los cauces que se habían trazado en los escritos de entonces bajo el título de Pronostikon.

Nos resulta aun más admirable el criterio científico que, guiado exclusivamente por la simple razón y sin más influencia que la de un politeísmo pagano, llega al mismo exquisito respeto por la vida humana que cristalizó con el cristianismo cinco siglos después.

En relación a sanar enfermos el artículo 3 del Juramento de Hipócrates dice "Les recetaré según mi leal saber y entender, prohibiéndoles todo cuanto les perjudique y dañe".

Y en el artículo 4 agrega: "No me dejaré llevar por ninguna súplica que me convenza para suministrar a nadie ninguna droga letal, como tampoco la aconsejaré. De igual manera, no colocaré a ninguna mujer un pesario destructor del feto, sino que conservaré religiosa e intachablemente mi vida y profesión."

El mismo concepto de daño que existe en la sociedad contemporánea, ya sea causado por la enfermedad o por el delito, podemos rescatarlo de estos conceptos "primum non nocere" (lo primero es no causar daño), como principio que ha regido nuestra civilización humanista, tanto en la ciencia médica como en la jurídica.

En 2000 años de cultura occidental se ha considerado daño a todo aquello que de modo directo o indirecto, voluntario o involuntario, agravie el bien máximo que es la vida humana.

LA VIDA NO NACIDA. Actualmente hay quienes atribuyen a la Iglesia Católica, como única sostenedora de este punto de vista, la necesidad moral de respetar la vida humana desde el instante mismo de su concepción.

Sin embargo esa necesidad moral, como no podría ser de otro modo, es también una necesidad científica capaz de ser recogida y reconocida por la simple razón natural como lo hace Hipócrates.

En un lenguaje diferente al nuestro (¡tan distante en la geografía y el tiempo!) resuenan con claridad los mismos conceptos que condenan la realización de abortos: "no colocaré a ninguna mujer un pesario destructor del feto."

Alguien podría rasgarse las vestiduras ante la expresión de "condena" aunque ésta se refiera a la conducta homicida de vida inocente e indefensa. Sin embargo, en las expresiones hipocráticas no cabe duda que el término es de "condena" pues el significado de conservar "intachablemente mi vida y mi profesión" no supone otra cosa que admitir un agravio para la conducta opuesta.

LA VIDA PRECARIA. No llama la atención que entre los proyectos de ley que están a consideración de los parlamentos en nuestro país y en otros países de la región se encuentren, junto con la despenalización del aborto, el reconocimiento jurídico que legitima el homicidio en otras circunstancias de la vida humana, fuera del útero materno.

Tales son los proyectos de ley de la eutanasia y otras leyes de similar contenido, por ejemplo, las del suicidio asistido y el testamento vital.

La coherencia existe tanto en el daño como en la preservación y promoción de la vida humana: si se admite el daño a la vida del hombre cuando está en una etapa precoz de desarrollo (aún inmadura), también se admitirá realizarlo cuando su salud, la plenitud de su desarrollo, se haya visto afectada.

Como las dos caras de la misma moneda, al inicio y al fin de la vida humana, en situación de indigencia ya sea por falta de desarrollo o por enfermedad, el daño será coherente en el mismo efecto homicida.

Hay quienes se sorprenden del término homicidio aplicado al aborto y a las diferentes formas de eutanasia. Sin embargo, la acción que determina la muerte humana, directa o indirecta, voluntaria o involuntaria, no tiene otro nombre.

Dice Hipócrates "No me dejaré llevar por ninguna súplica que me convenza para suministrar a nadie ninguna droga letal, como tampoco la aconsejaré." La coherencia que da la racionalidad a los seres humanos, más allá del tiempo histórico hace que dentro de un mismo compromiso médico-humanista, Hipócrates condene el aborto y la eutanasia. Es la misma coherencia que hoy comprobamos tiene lugar para legitimar el daño, como si éste ya no existiera. Se trata de un cambio de cultura en la que el humanismo deja de serlo porque ya no tiene al ser humano como referencia.

DERECHOS HUMANOS. En el sexto punto dice el Juramento de Hipócrates "A cualquier casa en que entrare, llegaré por utilidad de los enfermos, ya sea de personas libres o de esclavos."

Si el humanismo se compromete porque se devalúa la vida humana, en su inicio y finalización, resulta absurdo suponer que en ese intervalo no se devaluarán también los derechos humanos. ¿Será posible concebir un reglamento de fútbol aplicado a partir de los 10 minutos de juego, y sólo hasta el minuto 80? ¿Será posible jugar normalmente los 90 minutos? Tampoco existe la posibilidad de respetar la vida humana, y al mismo tiempo no respetarla dependiendo de su madurez o salud. Sería como concebir un reglamento que permite sancionar penales a discreción por faltas cometidas fuera del área.

La arbitrariedad de un reglamento deportivo que otorgue al juez esta discrecionalidad sería similar a la que establezca una ley que autorice a disponer de la vida humana, haciendo acepción de personas, de acuerdo al valor que se le adjudique por el legislador o gobernante de turno. Cabe preguntarse si utilizando estos criterios será posible la convivencia humana y la vida social civilizada. ¿No es un criterio diferente al que se asumía al no distinguir entre "personas libres o esclavos"?

Los derechos humanos que se respetan porque se respeta la vida humana se harán relativos a las nuevas leyes de juego: sólo se respetará la vida del que tenga suficiente fuerza para imponer su respeto; fuerza física, fuerza social, fuerza económica, fuerza política. El respeto por la vida indigente carecerá de fundamento.

La renuncia a la cultura hipocrática quizás tenga como carácter más grave y preocupante la falta de racionalidad que impide la coherencia e insulta la inteligencia. Sólo así se entiende que mientras alguien se embandere como defensor de derechos humanos al mismo tiempo promocione el homicidio.

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