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La pandemia no detuvo el proceso de aprendizaje en el Santa Elena, con tecnología y creatividad que llegaron para quedarse en un colegio que celebra 135 años
El Colegio Santa Elena trabajó con mucha dedicación para minimizar las consecuencias de la pandemia en la educación, sin perder un día de clases ni dejar alumnos o funcionarios por el camino, con experiencias que permitirán enfrentar los desafíos futuros de la educación.
Desde un comienzo, concurren a la actividad presencial todos los niños y jóvenes durante todos los días, y se realizaron evaluaciones y entrega de boletines regularmente durante todo el período.
“La pandemia no detuvo el proceso de aprendizaje y permitió incorporar otras cosas. La situación se llevó muchos centros privados. No solo sobrevivimos, sino que dimos un paso adelante. Fue un desafío que superamos. Y eso solo lo pueden hacer las instituciones sólidas. Al Santa Elena lo avalan sus 135 años de trayectoria. Por eso decimos que no festejamos la antigüedad sino la vigencia, porque estamos siempre innovando”, afirmó Pablo Cayota, uno de los tres integrantes del Consejo Ejecutivo del instituto.
El Colegio Santa Elena, fundado en 1885 por un grupo de mujeres laicas, está dirigido hoy por un grupo de profesores también laicos. Pese a ser un instituto católico, hace un credo de la libertad de cada alumno para construir su propio pensamiento y su proyecto de vida. Cuenta con dos sedes, la de la avenida Rivera (en el límite del Buceo y Malvín) y la de Lagomar, con zona de influencia desde Carrasco hasta la Costa de Oro. Tiene 1.500 alumnos, a partir de un año de edad hasta 6° de bachillerato en todas las orientaciones, con 450 docentes y funcionarios.
El 13 de marzo todos se fueron a casa pensando que el lunes siguiente volverían a sus tareas habituales en el colegio, pero se encontraron con la suspensión de los cursos en todo el país. El 16 de marzo docentes y funcionarios estuvieron de nuevo en sus puestos planificando lo necesario para evitar que se rompiera el vínculo educativo, buscando mantener la actividad pedagógica. “Era un desafío enorme, pero se cumplió con mucho esfuerzo de todos y una enorme creatividad docente, porque no se perdió un minuto de educación”, afirmó Cayota.
“Se logró una plena vinculación con el cien por ciento de los alumnos y sus familias, incorporando instrumentos tecnológicos nuevos”, explicó. Se aplicó de inmediato el aula virtual, con actividades vía Whatsapp, correo electrónico, ceibalitas, Zoom y otras plataformas.
Cómo se hizo
El 16 de junio se retomó la actividad presencial, siguiendo todos los protocolos de seguridad, en el nivel 5 de Primaria y en 6° de Bachillerato. El trabajo se dividió en dos turnos, con cuatro horas (el máximo permitido) de secundaria por la mañana y el aula virtual de tarde hasta completar la jornada. Con los escolares se hizo al revés. De esa forma desde el primer minuto se pudo contar con la jornada completa. El 29 de junio ingresó el resto del alumnado, siempre respetando la distancia de un metro y medio. Incluso se habilitaron cámaras termográficas que permiten comprobar la temperatura de los alumnos en el ingreso general. Se generaron además instancias de capacitación para acompañar a los docentes en esas nuevas actividades.
“Fue una obra compleja de ingeniería porque se subdividieron los grupos y se empezaron a utilizar otros espacios, incluso en lugares cercanos al colegio. No hemos perdido un día, un minuto de clase. Se duplicó el espacio y también el tiempo docente, con una inversión importante en los recursos docentes”, indicó Cayota.

Por ejemplo, el docente atendía a la vez dos subgrupos en dos salones diferentes, uno en forma presencial y el otro en el salón contiguo con un Zoom bidireccional, con la presencia además de un auxiliar.
“Esto fue posible por la buena escala del colegio y el alumnado, que nos permitió hacer grupos más chicos y personalizar el proceso. Todo eso acompañado por una muy buena gestión profesional y un compromiso docente muy alto, además de la incorporación de tecnología. Así, todos los alumnos tuvieron clase todos los días en el horario que fue posible. Y acompañamos ese proceso con actividades al aire libre”, destacó el docente.
“Como dijo la educadora argentina Melina Furman, la pandemia fue una ola que llegó y tapó todo, pero al irse la marea se pudo ver que había dejado algunos tesoros. Por ejemplo, la primera conclusión es que la actividad presencial es indispensable en la educación, pero hay elementos del aula virtual que van a quedar y van a potenciar lo presencial”, añadió.
De esa forma, el Santa Elena volverá a hacer la Feria de Buenas Prácticas Educativas, convocando de manera virtual a docentes de todo el país y el exterior a presentar sus experiencias. Será la octava edición de una iniciativa declarada de interés por varias instituciones, incluso por la Unesco Montevideo, que la coorganiza.
Otro ejemplo: el 13 de marzo los niños de primero se fueron a sus casas sin saber leer ni escribir, porque la pandemia llegó en el mismo comienzo del curso. Al regresar el 29 de junio, la mayoría ya leía y escribía, gracias al esfuerzo virtual.
Los festejos para los 135 años
becas. Los festejos imaginados para los 135 años del colegio no se podrán realizar por ahora, pero se celebrará igual con una iniciativa que a la vez apunta a honrar a las fundadoras.
Se otorgarán becas totales por todo el Bachillerato Santa Elena, de dos tipos. Por un lado, para estudiantes de cuarto año de cualquier condición social, en la orientación que deseen. Y por otro, becas exclusivamente para mujeres, en la orientación científica a partir de quinto. “Es una forma de celebrar brindando un servicio a la educación, pues en las carreras científicas las chicas son muchas menos. Queremos enfatizar en el valor de la ciencia y en la cuestión de género”, indicó Cayota.
Quienes quieran postularse encontrarán en la web del colegio un sencillo formulario. Hay tiempo hasta el 30 de noviembre. Un tribunal evaluará las presentaciones y sobre fin de año anunciará las becas que se otorgarán en 2021 para las sedes de Montevideo y Lagomar.
El futuro de la institución educativa
Este presente invita a mirar además la educación del porvenir. “Por mucho tiempo se creyó que lo correcto era brindar lo mismo a todos. Pero el futuro nos exige generar un proceso de personalización de la enseñanza y el aprendizaje”, destacó Cayota.
Precisó que no se trata de la individualización de los procesos de aprendizaje sino de su personalización. “El aprendizaje es siempre social, porque estudiar junto a otros niños enriquece, pero la personalización respeta los tiempos, los intereses, el proceso de aprendizaje de cada uno. Esa es la gran revolución de la educación en el siglo XXI. El docente tiene que saber acompañar eso para que niños y jóvenes construyan su forma de aprender”, dijo
“Los cambios de la sociedad nos permiten concluir que no solo hay que aprender bien los contenidos de hoy, porque quizás cuando lo vayamos a aplicar en cinco o diez años pueden estar superados. Se debe introducir en el niño y el joven la capacidad de seguir aprendiendo a lo largo de toda su vida y darse cuenta de esa necesidad. Deben generar su propio proceso de aprendizaje, expresó.
“En ese marco, para la revolución educativa que preparamos estamos invirtiendo mucho en la formación y la actualización de los docentes. Es un aspecto clave: que el docente sienta que es parte de un proyecto, que es apoyado y desafiado por la institución donde trabaja. Sin todo esto, no hay propuesta curricular que funcione. Podemos afirmar que contamos con profesionales de alto nivel, porque el colegio está trabajando e invirtiendo en ellos desde hace tiempo, dignificando su profesión. Hemos publicado ya siete libros con experiencias de buenas prácticas educativas, por ejemplo”, dijo.
Acento en el inglés y el portugués
El Colegio Santa Elena tiene una propuesta amplia. Es bilingüe, con importante presencia del inglés y el portugués. Ofrece actividades recreativas (deportes, campamentos), pastorales, Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), trabajos en tecnología y robótica, entre otros. Más ejemplos: las Expediciones y Descubrimientos o el Proyecto Tortugas, para niños de cinco años.