HABLAN LOS ESPECIALISTAS
La inspectora Técnica de Primaria, Selva Pérez, reconoce que este tema está "siendo un problema grave" en los alumnos.
Una clase de geometría derivó en un descubrimiento en cuanto a las falencias ortográficas de algunos escolares. La maestra N. les estaba enseñado a sus alumnos de cuarto año las variantes de los ángulos y escribió en el pizarrón: “Obtuso, agudo, recto…”. Cuando pasó banco por banco a constatar cómo los estudiantes habían copiado esas palabras, en los cuadernos se encontró con redacciones del estilo: “ovtuso” u “obtuzo”, agudo con tilde en la “a” o la “u”, recto con doble “r”. Fue entonces que se le despertó una duda: ¿será que la pandemiaafectó la escritura y la visual de los alumnos cuando copian a distancia?
La inspectora Técnica de Primaria, Selva Pérez, desconoce si las faltas están vinculadas a la baja visión. Pero reconoce que “están siendo un problema” y que “probablemente influya la falta de atención y el fin de las pedagogías positivistas que insistían en copiar y corregir”.
Por si acaso, la maestra N. les informó a los padres lo que venía observando y les pidió que controlaran la visual de sus hijos.
Visual
Antes de la existencia del covid-19 -unos cinco años antes- los oftalmólogos empezaron a observar cifras crecientes de miopía en niños: cada vez a edades más tempranas y con dificultades que avanzaban más rápido. “Distintos estudios a nivel internacional fueron demostrando que la sobreestimulación de cerca -el uso de pantallas muy cerca del ojo, pero también el exceso de lectura en papel o fijar la vista mucho rato en objetos próximos- tiene incidencia en vicios refractivos: más niños precisan lentes”, explica el presidente de la Sociedad Uruguaya de Oftalmología Pediátrica, Pablo Fernández.
Además, la pandemia -en que el estudio implicó más tiempo ante las pantallas; pero también el juego, porque la actividad deportiva y las interacciones estuvieron limitadas- “agravó todavía más esa sobreestimulación”, señaló el oftalmólogo que dirige el servicio de esa disciplina en el Hospital Pereira Rossell.
Recientes estudios en el sudeste asiático identificaron que un 80% de los adolescentes tiene algún grado de miopía que obliga a que les sean recetados lentes. Pero también que aquellos niños y jóvenes que dedican más tiempo a actividades al aire libre y, por tanto, fijan menos la vista en el celular o el libro, están más protegidos contra esas miopías.
La pandemia pausó al Programa de Salud Visual Escolar que había impulsado el expresidente Tabaré Vázquez a mitad de su segundo mandato, explicó la inspectora Pérez. En los pocos años en que funcionó -de 2017 a 2019- se llegaron a detectar “cifras altas de niños de cinco años que necesitaban lentes (entre 22% y 23%) y la mayoría no había sido diagnosticada previamente”, recordó Sandra Medina, exdirectora del Hospital de Ojos.
El Ministerio de Salud Pública tenía entonces la meta de que todos los niños sean examinados a los tres, cinco y doce años. Pero, aclararon los oftalmólogos consultados, “es probable” que ese objetivo asistencial que “en Uruguay suele cumplirse” no haya sido fiscalizado en medio de la emergencia sanitaria.
“En niños menores de dos años mi recomendación es que se evite el uso de dispositivos electrónicos: a esa edad no tienen necesidad del celular como si fuera un chupete electrónico y le aporta muy poco a su neurodesarrollo”, dice Fernández.
Entre los dos y cinco años, complementa, “es preferible que la exposición a las pantallas no exceda las dos horas al día, porque todavía no está desarrollado el aparato ocular y la sobreexposición puede generar miopías precoces”. En la edad escolar, cuando las pantallas ya son parte de las actividades formativas, “sería deseable que no se exceda de las cuatro horas y que haya descansos visuales (para evitar la fatiga ocular)”.
“Si un niño precisa lentes y no se le diagnostica es probable que tenga retrasos en su escolaridad”. Así lo entiende el oftalmólogo pediatra Fernández. Pero los problemas ortográficos, en especial al copiar del pizarrón, podrían deberse a otras falencias.
Al menos eso sostiene Ariel Cuadro, director del Departamento de Neurociencias y Aprendizaje de la Universidad Católica y especialista en adquisición del lenguaje escrito y sus dificultades. Porque cuando un niño copia del pizarrón “en realidad no está copiando, sino que lee el pizarrón y luego escribe arrastrando el error de escritura previo”.
En ese sentido, dice Cuadro, “en Uruguay se suele trabajar muy poco en ortografía y es probable que en la pandemia se haya hecho todavía menos énfasis en la escritura: para un padre es más fácil hacer leer al hijo que proponerle una redacción y luego corregirle lo escrito”.
En diciembre se publicó la tesis doctoral del psicólogo Daniel Costa (que dirigió Cuadro) en la que se concluye que el 19,1% de los escolares entre segundo y sexto grado están “en situación de riesgo” ortográfico. Y una vez que llegan a sexto año, la quinta parte (20,1%) se encuentra en “riesgo”.
El estudio se basa en la aplicación de un test con cien palabras cotidianas que podrían generar inconsistencia, dado a que por la forma en que suenan podrían intercambiarse las letras con las que se escriben: cielo o sielo, garage o garaje, vaca o baca… La prueba (Test de Eficacia Ortográfica) fue trabajada en una muestra de 1.820 alumnos que representan distintos contextos de Uruguay.
La conclusión, dice Cuadro, es que “hay un alto porcentaje de alumnos con errores ortográficos y que a veces no se repara en ellos; no se les corrige ni exige”.
La ventaja de escribir con la mano para aprender
La palabra cielo suena igual que sielo. La única manera de saber cómo se escribe es memorizándose la forma correcta de escritura y practicándola. Es un ejemplo de los más de nueve grafemas que en español generan inconsistencias entre cómo suenas y se escribe. Un estudio que lideró el psicólogo Ariel Cuadro identificó que “escribir la palabra a mano sería más eficiente para el registro ortográficos que hacerlo de manera digital”.