RAÚL MERNIES
Fabiana no ve a su hijo desde 2006. Jonathan era menor infractor y se fugó varias veces del INAU. La última vez ingresó a pedido de su madre, porque la adicción a la pasta base era extrema. "Confié mi hijo al Estado y no me lo devolvió más", dice.
Jonathan nunca durmió en otro lado que no fuera su casa, en el barrio San Antonio II de Maldonado. Excepto las tres o cuatro veces que estuvo internado en la Colonia Berro, a la que llegó por robar para consumir pasta base y de la que se fugó más de una vez. Cada vez que escapaba volvía con su madre, Fabiana.
La última vez que ella lo vio fue en octubre de 2006, cuando solicitó a la justicia que el INAU lo ayudara, porque "la pasta base lo estaba consumiendo". Él tenía 17 años.
Seis días después de su internación en el hogar Cerrito de la Colonia Berro, Fabiana llamó para coordinar una visita pero le dijeron que no fuera, porque se había fugado. Desde ese día y hasta hoy Fabiana no sabe nada de su hijo.
El viernes 8 el jefe de Policía de Maldonado, Juan Balbis, le aseguró a la edila Graciela Ferrari -quien ha tomado el caso como propio- que "Interpol está dedicado de lleno en el tema y que en breve puede haber novedades", afirmó la edila.
"A mí me dijeron que se fugó junto con Jonathan Molina, que es de Rocha y que también está desaparecido desde esa época", asegura Fabiana (40) aferrada a una de las dos únicas fotos que tiene de su hijo mayor.
Los primeros meses Fabiana se mantuvo en contacto con la madre de Molina, que "estaba tan desesperada como yo y hablaba de que lo iba a ir a buscar al Cerro", contó. La mujer llegó a viajar a Maldonado para conocer a Fabiana y ayudarla en las gestiones, pero tampoco hubo novedades del paradero del otro Jonathan, por lo menos hasta hace dos años, cuando su madre dejó de contestar las llamadas de Fabiana y cambió su número de celular.
El pasado 21 de julio, la edila Ferrari hizo uso de la palabra en la media hora previa de la Junta Departamental fernandina, donde relató la historia, y explicó que está tomando estado público recién ahora porque Fabiana no quería que se generara alarma.
"Yo lo conocía desde chico, porque iba al merendero intersocial, donde los ayudábamos a hacer los deberes", afirmó la representante del Frente Amplio.
Graciela, Fabiana y sus familiares hicieron todas las denuncias posibles. En la comisaría zonal, en el INAU, en la Comisaría de la Mujer y hasta en el departamento de registro y búsqueda de personas desaparecidas del Ministerio del Interior. En ningún caso hubo respuestas positivas.
Además, la edila denunció la fuga y posterior desaparición de Jonathan al jefe de Policía de Maldonado, Balbis. "Y en ocasión de una visita de la Jefatura de Policía ante la Comisión de Derechos Humanos de esta Junta Departamental, se hizo entrega de la documentación pertinente y comprobatoria de los hechos. Tras intensas averiguaciones, el señor jefe contestó que, rastreado el sistema carcelario, no se encuentra recluido en ninguna cárcel del país", aseguró Ferrari en la Junta.
El propio subsecretario de Interior, Jorge Vázquez, tomó conocimiento del caso cuando otro edil, Sergio Duclosson, le entregó toda la documentación personalmente, acreditando la fuga y posterior desaparición del menor.
"Jonathan sigue sin aparecer, los muchachos de su barra nunca más lo vieron ni supieron de él. El `Porteño` -así lo conocían- dejó esa interrogante amarga. ¿Qué hizo el Instituto de la Niñez y la Adolescencia por él mientras lo tuvo en custodia como menor infractor, y bajo el régimen de amparo? Queremos una nueva apertura del caso para saber qué fue lo que pasó", aseguró Ferrari.
Joselo López, presidente del sindicato del INAU, afirmó a El País que no conoce el caso, pero agregó que no le asombra ya que "habitualmente no se sale a buscar a los fugados".
"Si se van, se van. Nadie los busca, pero como la mayoría reincide vuelven a caer enseguida", explicó el gremialista.
LIDERAZGO. Jonathan Daniel Rodríguez, conocido como "el Porteño", nació en Buenos Aires, fruto de "una relación que no prosperó", asegura su madre, que lo llevó a Salto a los tres meses de vida.
Allí se crió con sus abuelos y con la familia de los caseros de una estancia, quienes le enseñaron tareas de campo y lo llevaban a la escuela.
Su madre tuvo tres hijos más con otra pareja, dos varones y una niña. Y pocos años después fue víctima de una fuerte tuberculosis que le dejó secuelas permanentes en un pulmón.
Hoy en día recibe una pensión por incapacidad y trabaja dos o tres veces a la semana limpiando casas.
"El Porteño" tenía estadías intermitentes entre Salto y Maldonado. Empezó la escuela en el norte y alternaba los cursos con la escuela N° 91 de Maldonado.
"No le gustaba estudiar. Iba porque yo lo obligaba, pero allá (en Salto) como mi madre no quería estar rezongando dejó que no fuera más y abandonó en 4° año", relató.
Cuando tenía 12 años llegó al barrio San Antonio II para quedarse definitivamente y rápidamente se transformó en el líder de una barra de chicos "que no eran buenas influencias", cuenta su madre.
"Él era bien de campaña, pero lo traje para Maldonado y se me perdió totalmente. Empezó con cigarro, malas juntas y la pasta base fue lo peor". Fabiana asegura que las últimas semanas antes de internarlo por última vez la situación era "intolerable".
"Estaba flaco, demacrado. Llegaba a casa desesperado pidiendo comida y en cuanto se ponía algo en la boca vomitaba enseguida". Por eso decidió acudir a la abogada de oficio defensora de menores, Elena Maciel, para pedirle que lo ayudara. Ella no podía pagar una clínica de rehabilitación.
Fabiana conserva las fotos, cédula, carné de asistencia y de vacunas de su hijo dentro de una vieja Biblia. Entre lágrimas y silencios compartió la historia de su hijo con El País, abrió las puertas de su humilde hogar en Maldonado y sólo sonrió cuando recordó a Jonathan "gordito".
"Él era un chiquilín que asumía su estado. La última vez que había estado internado (cayó por hurto) había tenido una buena nota en el hogar y había cumplido la pena sin fugarse. Había estado cinco meses y hasta estaba gordito y todo", contó.
"Yo estoy desesperada y ya no sé qué hacer, por eso hablo. Por lo menos quiero que quede claro, pase lo que pase, que yo hice todo lo que pude y lo sigo haciendo. Como soy pobre y no tengo para andar pagando abogados ni nada, no me dan pelota y nadie se preocupa por mi hijo", dijo molesta.
En el barrio hay muchos vecinos que no tienen un buen recuerdo de Jonathan, porque les robaba o los insultaba. Sin embargo, con el pasar de los años se fueron sensibilizando y hoy casi todos se acercan a Fabiana para preguntarle qué se hizo de su vida y qué dice la Justicia.
La desesperada madre asegura que la Colonia Berro "está cada vez peor".
"Cuando yo iba a verlo era un desastre, estaban peor que los presos. Una vez fui de sorpresa a visitarlo y lo encontré re empastillado. Me dijo `perdoname mamá que no te puedo hablar, pero me dieron una pastilla y estoy dormido`. Yo pregunté por qué le daban pastillas a mi hijo si él no tomaba nada, pero no me respondieron", asegura, agregando que "con los demás pasaba lo mismo".
ESPERANZA. Fabiana se aferra al dicho de que "la esperanza nunca se pierde" y espera poder recuperar a su hijo.
En los últimos meses una idea se le ha instalado fuerte en la mente. Tras varios minutos de silencio y consuelo por parte de Graciela, contó: "Yo creo que puede estar en Montevideo y que sea uno de esos que está sucio y tirado por el Centro y la Ciudad Vieja", dijo.
"La pasta base les hace perder la memoria. Él ya no se acordaba de las cosas, ni siquiera se acordaba del número de teléfono de casa. Yo creo que si siguió consumiendo, capaz que se olvidó de cómo volver, porque si no volvería conmigo", soltó entre lágrimas.
Es una simple intuición de madre, pero es lo que le mantiene viva la llama de la esperanza. "Yo soy una persona enferma y no puedo salir a buscarlo, pero el Mides, con esto de que los están obligando a ir a los refugios por el frío, podría fijarse si alguno es él", expresó.
La edila tampoco pierde las esperanzas y hasta le envió los documentos del caso al presidente José Mujica.
"Y sé que no lo van a filtrar, porque es un caso realmente grave y que a Mujica le va a interesar", dijo.
Fabiana agregó: "La verdad que no sé a quién atribuirle la responsabilidad, porque ellos (el Estado) dicen que no se le puede pegar ni se los puede poner a trabajar porque son menores, pero yo le di mi hijo al Estado para que me ayudara y no me lo devolvieron más".
Un entorno de delincuencia, droga y jóvenes con destinos trágicos
La mayoría de los amigos de Jonathan ya no deambulan por las calles del barrio San Antonio II.
"Los amigos de él hoy por hoy están en la cárcel, la gran mayoría por lo mismo. Muchas veces me mandan preguntar por uno o por otro, a ver si yo sé algo de `el Porteño`. Ellos dicen que nunca más supieron nada y se asombran mucho de que no haya aparecido", contó Fabiana Rodríguez.
La edila Graciela Ferrari relató además que él tenía dos amigos que también estuvieron internados en distintas dependencias del INAU y que cuando salían iban al merendero Intersocial y contaban los maltratos y lo mal que pasaban.
Uno de ellos, "el Pato" Acosta, estaba sentado una tarde en el merendero "y a la media hora nos avisaron que se había suicidado en el monte", contó Ferrari. El mismo final tuvo la vida de Jorge Amoedo: "él también se suicidó por el tema de la pasta base", sostuvo la edila.
Los hermanos de Jonathan también están sorprendidos por su ausencia. "Son todos madreros", dice su mamá. De ellos sí tiene varias fotos.
Fabiana contó que sus otros dos hijos también consumieron drogas, al menos marihuana, "pero nunca pasta base", dice convencida.
"Carlitos", por ejemplo, uno de los hermanos menores, tiene 21 años y "trae ropa de Montevideo para vender", contó orgullosa su madre.
La madre trató varias veces de impedir que Jonathan siguiera consumiendo. Una vez, incluso, llegó a seguirlo hasta identificar a la persona que le vendía, a quien después "encaró".
"Lo seguí para ver a quién le compraba droga y di con el hombre. Lo encaré y todo, pero mi hijo después se ponía a llorar y me decía que si yo iba a ese lugar después lo lastimaban a él", afirma.
"En ese momento yo no entendía nada porque no sabía los códigos de la droga. Él me obligaba a irme, me empujaba llorando diciendo que me iban a matar a mí", relató.
En uno de los últimos intentos Fabiana trató de conseguirle trabajo a través de una ONG, pero "se lo negaron porque era menor infractor".
"Lo fui a anotar a Rescatando Sonrisas y me lo dejaron afuera porque era menor infractor. ¿No le pueden dar una oportunidad si los gurises quieren cambiar?", se pregunta.