CESAR BIANCHI
Entre mañana y el viernes cerrará sus puertas el sexagenario bar El Luzón, en Yaguarón 1422 y Mercedes. Comenzó siendo un pequeño bar de inmigrantes españoles en Ejido casi 18 de Julio desde noviembre de 1941, con piso de tabla y mesas donde había más jugadores de damas y naipes que comensales. Se va después de hacer famoso el revuelto gramajo, la tortilla con chorizo y las milanesas gigantes.
Será la baja 352 del registro de socios que tiene la asociación de bares Cambadu en los últimos cinco años (desde el 1º de junio de 1999).
"Al primer bar Luzón llegaban locas de la noche y taximetristas aburridos", evoca Agustín Silva (48), el último encargado del viejo Luzón. En 1958 los propietarios iniciales se turnaban para atender el bar, por lo que prácticamente vivían en él. Empezaron a organizar "pucherazos" y alguna que otra comida de olla con lo que fueron convocando cada más interesados. Un mostrador de tabla y un fogón hicieron el resto.
Desde 1965 está en la calle Yaguarón, entonces administrado por Marcelino y "Pepe" Souto. El bar pasó a ser también restaurante donde cocineros pelaban papas y empanaban carne para milanesas en el momento del pedido. Desde entonces ya era frecuentado por luminarias del ambiente artístico y específicamente del carnaval, visitado por distintas generaciones de periodistas y músicos.
La mítica "vedette" Rosa Luna, el cantante Alfredo Zitarrosa, el director teatral Jorge Denevi y la actriz Laura Sánchez, la poeta Marosa Di Giorgio, así como el trovador Eduardo Darnauchans son algunas de las celebridades criollas que solían ir al Luzón.
Silva se anima a jurar que hasta el ex líder de The Police, (el ahora vegetariano) Sting, se sentó y pidió un churrasco de cuadril la última vez que vino a Montevideo en 1990. "Vino con dos negros guardaespaldas grandotes", asegura.
CIERRE. El Luzón cierra porque el Centro ya no es Centro, según Silva. "La descentralización, Autoparque y la tugurización del centro" lo han "echado", dice. "Económicamente no puedo mudarme a zonas más concurridas".
El todavía responsable del restaurante explica que no ha quebrado, y que si un mes tienen números en rojo, al mes siguiente recupera lo perdido. La decisión de la despedida va más allá. Lo hace para no perder la idiosincrasia, ni la calidad de vida. "Yo en 1990 tenía un auto del ’90. Si ahora sigo teniendo un auto del ’90 algo está mal", ejemplifica.
"Me hago mucha mala sangre detrás de este mostrador, y así no es vida. La verdad es que siento que no he podido realizarme como empresario de la cocina. Me voy, además, porque la familia me empuja", insiste. Admite que al mediodía y a la noche logra ocupar las 14 mesitas de madera, pero le cuesta mantener el comercio abierto por un extenso horario.
Según Silva, casi nadie se sienta a pedir un café, y los jóvenes prefieren otro tipo de lugares para frecuentar. El mismo diagnóstico comparte Daniel Fernández, vicepresidente de Cambadu. "Ya casi no quedan bares tradicionales en el centro de Montevideo. Lo atribuimos a un cambio de hábito. Los jóvenes prefieren ir a un pub antes de ir a un viejo bar, y comparten entre cuatro una cerveza", comenta Fernández.
No es la única explicación al fenómeno de la continua clausura de bares en el centro. La crisis del país obviamente repercute negativamente. "Esto es un hecho, aunque Argentina vivió una crisis más fuerte aún, y los bares siguen floreciendo. Por lo menos la gente todavía tiene plata para sentarse a tomar un café a media tarde. Acá ya no", dice Fernández.
El jerarca de Cambadu estima que un 30% de los que eran socios del gremio han dejado de serlo en el último quinquenio, por lo que ahora quedan unos 900 bares en la capital.
Según Fernández la presión fiscal que sufren los bares es "impresionante".
Silva tiene previsto probar suerte en Mallorca o Barcelona. De todas formas, tiene claro que habría una manera de hacer sobrevivir El Luzón. Pero también tiene claro que no está dispuesto a aplicarla. "Yo podría ‘macdonalizarme’, ser uno más del consumismo comunista, pero no quiero eso. No quiero perder la identidad del local, donde se hace toda la comida casera y en el momento", dice.
La magia y el progreso
Adrián Marvid tiene 38 años y desde que era un niño de 6 frecuenta el bar El Luzón. Un día de marzo de 1972 sus padres se mudaron al centro y terminaron almorzando y cenando allí. Se hizo tan habitué que en los años ’80 llevaba a sus compañeros de estudios a comer allí.
A partir de 1985 un grupo de 20 recién egresados contadores y economistas fijaron una fecha cada tres meses para reunirse en El Luzón y celebrar el reencuentro. "Religiosamente desde entonces hasta esta semana nunca dejamos de reunirnos en el bar", dice Marvid. El pasado lunes fueron por última vez, a despedirse de Agustín Silva y los cocineros.
En un e-mail en forma de cadena electrónica Marvid revivió anécdotas, descubrimientos y sacó a relucir la nostalgia, en una suerte de homenaje al Luzón.
"Desde el principio el encanto estaba en su aire de taberna o posada, muy familiar, muy de barrio", dice. Lo que él llama "magia" fue destruido por lo que menciona como "progreso". Marvid y sus amigos colegas todavía no tienen definido cuál será el restaurante y bar sucesor de El Luzón.