Martín Riva (34), el copiloto del avión desaparecido, había conseguido el trabajo hacía tres meses. "Estaba feliz porque le apasionaba volar", afirmó su padre. A más de 48 horas de misterio, la Fuerza Aérea disminuyó la intensidad de búsqueda.
"Martín es un apasionado del vuelo. Lo tenía todo el día en su mente. Hizo varias carreras, pero siempre volvió a su pasión, que era volar". Así describe Julio César Riva (62) a su hijo Martín, el copiloto del avión que desapareció del radar hace más de 48 horas, y del que todavía no se tiene registro.
El miércoles de tarde, como acostumbraba hacer unas tres veces por semana, Martín Riva preparó un pequeño bolso con ropa y partió desde su casa, ubicada en el departamento de San José, hasta el Aeropuerto Internacional de Carrasco.
Como copiloto de la empresa de vuelos privados Air Class tenía un viaje previsto para la hora 19:45, rumbo a Buenos Aires, con una carga de encomiendas.
"Me pidió que lo llevara hasta el aeropuerto porque se retrasó y no llegaba en el ómnibus. Y lo llevé en el auto, como hacía dos por tres", recordó su padre.
"En ningún momento me habló del clima como una preocupación. A veces me comentaba lo mal que estaba el tiempo, la nubosidad o el viento fuerte. Pero esta vez no dijo nada… nada. Siempre muy tranquilo. Él confiaba plenamente en todo", agregó el padre, que es piloto amateur y está desesperanzado con cada minuto que pasa sin tener noticias.
Si había alguien en quien confiaba Martín a nivel profesional, confiesa su padre, era en el compañero de viaje, el experimentado piloto Walter Rigo, de 63 años y con más de 16.000 horas de vuelo encima.
"Una de las cosas que me contó Martín cuando empezó a trabajar era que estaba contento y tranquilo porque al lado, como piloto, tenía a un profesional de mucha experiencia. Decía que su compañero había volado jets y hasta aviones grandes para transporte de pasajeros", recuerda Julio César.
El vuelo del miércoles salió del aeropuerto de Carrasco a la hora 19:45. A menos de diez minutos de haber decolado, la nave perdió contacto radial y desapareció del radar. El último contacto registrado con el avión fue en las cercanías de la Isla de Flores.
Hoy, tanto Martín como su veterano compañero de vuelo y la nave que pilotaban, siguen desaparecidos y la búsqueda intensa que inició Fuerza Aérea y la Armada va perdiendo fuerza con el paso de los días.
"No damos todo por perdido, pero sí somos realistas. Y la realidad indica que es muy difícil, por la cantidad de horas que han pasado, que alguien pueda sobrevivir con esas condiciones de frío en las aguas del Río de la Plata", afirmó con pesar a El País Álvaro Loureiro, vocero de la Fuerza Aérea Uruguaya.
Ayer, tanto la Armada como la Fuerza Aérea retomaron las tareas de búsqueda sobre las 7:40 de la mañana, con cuatro aviones, dos embarcaciones y varios gomones, que rastrillaron por aire y mar el entorno de la Isla de Flores, hasta las costas de Punta del Este.
A partir de hoy la Fuerza Aérea retomará las actividades de búsqueda, pero a un ritmo menos intenso. "No vamos a cancelar la búsqueda, pero cuando ya se excede holgadamente el tiempo, como en este caso donde pasaron 48 horas, puede considerarse el límite racional de supervivencia de una persona en las aguas y por tanto se van adecuando los recursos y las acciones".
Julio César Riva también se mostró consciente de la complejidad de la situación. "Si no encontraron nada todavía, las probabilidades se van perdiendo. Estos días fueron un infierno para la familia. Es doloroso..., no queremos crearnos faltas expectativas", dijo.
TRABAJO NUEVO. Con apenas 500 horas de vuelo en su haber, Martín Riva había conseguido trabajo en la empresa de vuelos privados Air Class hace solo tres meses.
"Si fuera por él hace rato se hubiese puesto a trabajar como piloto. Pero no tenía las horas suficientes de vuelo para ejercer. Lo fue haciendo como pudo porque cada hora de vuelo y cada examen que rendía tenía un costo. Iba juntando plata y pagando las horas de vuelo... Le llevó tiempo, pero al final lo consiguió", cuenta su padre, y repite una frase de su hijo.
"Él decía que, de repente, se le habían invertido los roles, que antes pagaba por volar... y ahora le estaban pagando por volar. Más feliz no podía estar".
Mientras iba acumulando horas de vuelo como podía, Martín, que vivía en San José junto con sus padres y hermana, estudió otras carreras; llegó a ser estudiante avanzado de Arquitectura y hasta se recibió de técnico en gerencia, cuenta su padre. "Pero esto es lo que él quería: volar".
Esa influencia le llegó como herencia, ya que Julio César Riva, si bien es médico de profesión, se describe como "un piloto amateur" ya que desde hace muchos años ha pilotado aeronaves "por deporte".
Hoy ya no lo hace más. "Yo llevaba a Martín a volar conmigo cuando él era muy chico. Pero si no le hubiese gustado no volaba. Eso es algo que se lleva con uno y a él le encantaba volar", concluye su padre.
LA CRISIS
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meses hacía que Martín Riva trabajaba como copiloto en la empresa de vuelos privada Air Class. "Solo tenía en mente volar".