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Un relato desgarrador: 70 días de una odisea impresionante

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El milagro de Los Andes. Foto: archivo El País.

1972

El 13 de octubre de 1972, el avión con 45 personas que trasladaba a Old Christians se estrelló en los Andes y el destino de los ocupantes no se conoció hasta 70 días después. 16 sobrevivieron en las peores condiciones imaginables. La crónica de su regreso a Uruguay se publicó el 28 de diciembre.

A siete días exactamente desde el momento en que el arriero chileno llevó a los Carabineros el mensaje salvador y casi desesperado de los sobrevivientes, diez de ellos -con familiares y amigos- retornaron ayer a la Patria. Este corresponsal viajó con ellos. Con angustiante esfuerzo, que se traslucía en los rostros, los muchachos lograron superar la espantosa inhibición: subir de nuevo a un avión.

La partida de Santiago fue emocionante; la despedida que les brindaron los chilenos, también. Desde temprano, todos prepararon su equipaje; la ropa debieron comprarla en Chile cuando fueron rescatados. Tres de los sobrevivientes, como se sabe, ya habían viajado días atrás a nuestro país. Otros tres quedaron en Chile: Algorta, que a último momento no pudo superar el impacto del retorno y del viaje en avión; Parrado, que descansará con su padre unos días más en Viña del Mar, y Roy Harley quien fue internado ayer en una clínica particular de Santiago donde se le tratará intensivamente para apresurar la recuperación de su derrumbado físico.

Este corresponsal los acompañó en la instancia del retorno, y los vio avanzar hacia el avión, en el aeropuerto, con los nervios crispados, en silencio, con los músculos tensos.

“¡Qué bueno!”, exclamó Ramón Sabella, “de nuevo vamos a casa”. “¡Al Uruguay de vuelta!”, dijo con enorme emoción Gustavo Zerbino que caminaba a la cabeza del grupo.

Al fin subieron y rezaron en voz alta tres avemarías antes del despegue. El aparato sobrevoló la terrible cordillera. Una vez que la cruzó, los nervios se fueron distendiendo. Una hora y media después, por las ventanillas, vieron suelo uruguayo. Hubo vivas y lágrimas. Al posarse el avión en Carrasco, todos entonaron el Himno a todo pulmón. Era el final de la odisea: el retorno al hogar.

"¡Falta Vizintín!"

Subieron al avión y se emplazaron en los asientos asignados al azar, sin caer en las prevenciones que anunciaban horas antes “que la zona del ala es la peor” y tantas otras cosas. Por el amplio jet para 150 pasajeros se desperdigaron en grupo, y se aprontaron para repasar la cordillera.

Se produjo entonces una segunda espera. Inesperadamente funcionarios aduaneros subieron al aparato y revisaron nuevamente la documentación. Cuando todo estaba listo, y los rostros nerviosos de los muchachos exigían ya una rápida partida porque cada minuto más en tierra significaba un tormento, surge otro imprevisto: cuentan a los sobrevivientes y falta uno, Antonio Vizintín.

Eran ya casi las 16 horas, por lo que el piloto consultó a los viajeros sobre si emprendían vuelo sin Vizintín o lo esperaban. La respuesta unánime fue: “Nos vamos todos o ninguno”. Pasaron unos minutos y cuando ya se calentaban las turbinas del jet, se vio a Vizintín correr por la pista, con escaso equipaje en la mano. “Me entretuve en una conversación, muchachos, discúlpenme”, dijo mientras se acomodaba en su asiento sin recibir recriminación alguna.

Rugieron las turbinas, el aparato carreteó unos metros y decoló suavemente enfilando hacia la imponente cordillera.

Luego de los tradicionales anuncios, una azafata dio una clase de un minuto sobre emergencias y accidentes que provocó hilaridad en un auditorio donde había muchos “expertos” en la materia.

El piloto por el parlante explicó luego: “Hay mucha niebla y vientos sobre Mendoza, por lo que tomaremos un paso más al sur, concretamente la ruta Curicó-Cerro Planchón”. El jet hizo un giro muy amplio y se lanzó por encima de la cordillera.

Por las ventanillas, los muchachos volvieron a ver el propio callejón donde estuvieron aislados por setenta días interminables. Cuando la cordillera quedó atrás, todos respiraron hondo.

La tragedia y una batalla por la superviviencia

Portada de El País tras la desaparición del avión.
Portada de El País tras la desaparición del avión.

Octubre de 1972
Jueves 12. Parte el vuelo con 40 pasajeros y cinco tripulantes.
Viernes 13. Se estrella el avión. 7 pasajeros salen despedidos y 6 fallecen en el choque. Hay 32 sobrevivientes.
Sábado 14. Cuatro personas más mueren durante la madrugada y el día.
Sábado 21. Muere Susana Parrado.
Martes 24. Una expedición localiza sin vida a los 7 desaparecidos.
Domingo 29. Ocho personas mueren como consecuencia de una avalancha.

Noviembre de 1972
Miércoles 15. De noche fallece Arturo Nogueira.
Sábado 18. Muere Rafael Echavarren como resultado de una gangrena.

Portada de El País tras el rescate de los tripulantes.
Portada de El País tras el rescate de los tripulantes.

Diciembre de 1972
Lunes 11. Fallece Numa Turcatti. Hay 16 sobrevivientes.
Miércoles 20. Día 69. Canessa y Parrado localizan al arriero Sergio Catalán luego de diez días de expedición a pie.
Jueves 21. Canessa y Parrado son los primeros rescatados.
Viernes 22. Seis de los sobrevivientes son rescatados. Los 8 restantes tendrán que esperar una noche más.
Sábado 23. Los ocho últimos sobrevivientes son rescatados.

Viernes 29. Regreso a Uruguay del grueso de los sobrevivientes en un vuelo de Chile. Tres habían vuelto días antes y otros tres permanecieron en Chile.

Portada de El País tras el regreso a Uruguay.
Portada de El País tras el regreso a Uruguay.

Televisión a bordo.

Nada menos parecido a una cabina era la de ese vuelo especial de LAN. Más bien parecía un estudio de televisión, donde más de ocho reporteros con cámaras filmaban a un tiempo y otros tantos reporteros radiales tomaban grabaciones. El personal del avión quiso mantener su rutina de trabajo y lo logró en parte, desplazando carritos con la merienda entre una madeja de cables, que en un par de ocasiones hicieron perder a las sonrientes azafatas su tradicional tranquilidad.

Los sobrevivientes cambiaron ideas sobre la conferencia de prensa, una instancia inminente que todos querían afrontar. “Queremos hablar con los familiares de los compañeros fallecidos, estamos ansiosos por hablar hasta el detalle si la prensa lo quiere”, nos dijo Pancho Delgado en nombre de todos ellos. “Hasta ahora hemos hecho solamente unos comentarios, porque hay muchas cosas que queremos decir desde nuestro país”, agregó.

En Carrasco.

Transcurrió así una hora y cuarto de vuelo, y volvió la voz del comandante con un anuncio que causó algarabía: “Comenzamos a descender para aterrizar en Carrasco”.

Todos se volcaron sobre las ventanillas, y entre las nubes apareció la costa uruguaya, saludada con hurras y aplausos. Luego el puente Santa Lucía se dibujó nítido, y finalmente… ¡Carrasco!.

El jet aterrizó, corrió por la pista principal y se detuvo frente a las instalaciones del aeropuerto, a unos doscientos metros. Allí centenares de ansiosos amigos saludaron con pañuelos desde los balcones a los heroicos compatriotas. Dos ómnibus los tomaron bajo una custodia militar y los llevaron directamente rumbo al Colegio Stella Maris.

Conferencia.

Los periodistas empezaron a llegar a las 15 horas al estadio cerrado del colegio Stella Maris. Cuatro horas y media después -al amplio espacio invadido por 200 personas: periodistas nacionales y extranjeros, familiares de los sobrevivientes y de las víctimas, amigos y autoridades del colegio- ante el aplauso cerrado arribaron los 10 sobrevivientes que acababan de llegar del aeropuerto.

Saludaron con los brazos en alto y se fueron sentando, en fila, es un escenario armado. En medio de ellos, Daniel Juan, el Presidente del Club Old Christians, actuó como maestro de ceremonias. Fue presentando a los muchachos y con sus preguntas armó una narración completa y minuciosa de los 70 trágicos días pasados en la cordillera.

Habla Canessa.

Roberto Canessa tomó la palabra: “Salimos a las 13 horas de Mendoza, Era un día nublado y nos dijeron que nos ajustáramos los cinturones que íbamos a descender. El avión viró y de golpe llegaron los pozos de aire, tomados al principio en broma. Cuando quisimos acordar, ya teníamos las montañas ante nuestros ojos. Sentimos un choque y fue increíble, porque el avión prácticamente dribleó por los picos. Fue un golpe grande y nos deslizamos en la nieve. Y solo tuve un pequeño tajo en la ceja y un golpe en el brazo derecho, nada más. Lo primero que hice fue mirar hacia donde estaban mis dos mejores amigos. Daniel Fernández, a mi lado, estaba bien. Fernando Vázquez, malherido, falleció en pocos minutos. No sufrió, por suerte. Le dije a Daniel: ‘vamos a movernos, hay que trabajar’. Algunos estaban ilesos, pero entre los hierros retorcidos y había que sacarlos. Otros estaban heridos y se lamentaban”.

Uno a uno, los diez sobrevivientes fueron contando sus experiencias, las sucesivas tragedias que se sucedieron a lo largo de más de dos meses, la pérdida de contacto por radio, la soledad y el desamparo en la nieve… y le llegó el turno a Alfredo Delgado, que silenció a todo el auditorio con su revelación.

Una comunión íntima.

“Uno allí siente a Dios; siente, sobre todo, la mano de Dios. Los compañeros que han muerto, todos, todos, creemos que Dios los llevó porque eran los mejores. Todo lo que se pueda decir sobre ellos, decirlo con palabras, es achicar la dimensión de aquello que cada uno de nosotros llevamos dentro de nuestro corazón. Llegó ese momento en el cual ya no teníamos alimentos, y nosotros pensamos: si Jesús, en la Última Cena, compartió su cuerpo y su sangre entre todos los apóstoles, ahí nos estaba dando a entender que debíamos hacer lo mismo: tomar su Cuerpo y su Sangre, que sería encarnado, y eso fue una comunión íntima entre todos nosotros, fue lo que nos ayudó a subsistir”.

Estas palabras encierran la parte medular de la conferencia de prensa que ofrecieron los sobrevivientes el 29 de diciembre. Los periodistas allí presentes declinaron hacer preguntas después de dos horas en que fueron narrados los hechos.

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