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Mamá estimula: Cinco claves para educar mejor en la escuela según las neurociencias

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Con los hijos

De la combinación de saberes de las neurociencias, la psicología y la pedagogía, nació la Neuroeducación: una disciplina dedicada a optimizar los procesos de aprendizaje en el aula

Mucho se avanzó desde las épocas en las que se castigaba físicamente a los alumnos a reglazos en los dedos o arrodillándolos sobre maíz para que aprendieran con dolor a no cometer errores. O de cuando se humillaba a los “más lentos” de la clase poniéndoles orejas de burro para “incentivarlos” a aprender más y mejor. 

Hoy día no hay educador que no sepa, o al menos intuya, que la letra con sangre no entra y que la motivación y el clima positivo en el aula son mucho mejores herramientas para el aprendizaje que la amenaza o la violencia. Pero si quedaban dudas, los avances de las neurociencias se han encargado de erradicarlas, dejando en claro con pruebas científicas qué debemos hacer para que los niños aprendan más y mejor.

Gracias a los avances en las tecnologías de visualización de la actividad cerebral, que permiten detectar qué sucede en el cerebro cuando leemos, jugamos, cooperamos, etc, hoy podemos comprender mucho más y mejor cómo funciona nuestro cerebro, y específicamente cómo aprende mejor.

Y así, de la combinación de saberes de las neurociencias, la psicología y la pedagogía, ha nacido la Neuroeducación, una disciplina dedicada a optimizar los procesos de aprendizaje en el aula, que permite a los profesores saber qué es lo que funciona a la hora de educar y por qué.

Al igual que un corredor de Fórmula 1 debe conocer al dedillo el funcionamiento de su auto al enfrentar la carrera para aprovechar al máximo su motor o maniobrar bien en las curvas, los docentes necesitan saber cómo funciona el cerebro de los alumnos para sacarle el mejor provecho.

He aquí cinco verdades comprobadas científicamente que todo docente debe conocer para potenciar al máximo el desempeño de sus alumnos.

El que cree que puede, puede

Con el cerebro nunca está todo dicho. Si antes se creía que la capacidad estaba determinada por la genética, hoy se sabe que el cerebro es extremadamente plástico y que está cambiando constantemente como consecuencia directa del aprendizaje y del entrenamiento.

Así lo demuestran por ejemplo estudios en niños disléxicos quienes mostraban importantes mejoras luego de tan sólo pocas semanas de entrenamiento específico de las regiones del cerebro encargadas de procesar la lectura.

Pero no sólo no es cierto que venimos con un tope de fábrica que determina nuestras capacidades, sino que además, el sólo hecho de que lo sepamos incrementa nuestras posibilidades de mejorar.

En efecto, está comprobado que los alumnos que confían en su capacidad y en que con esfuerzo lograrán progresar, obtienen mejores resultados que aquellos que por el contrario, suponen que están condenados de antemano a un determinado rendimiento. Es decir, que las expectativas de mejora influyen y mucho en el desempeño, por lo que las expectativas de padres y docentes sobre sus alumnos e hijos por ejemplo, generan mejoras reales y viceversa.

La autoestima del alumno es fundamental

Esto tira por tierra de una vez por todas también las famosas etiquetas que se le ponen a veces a los niños cuando se dicen cosas como “Fulanito no es bueno en matemáticas”, “Menganito nunca llegará a nada”, explica Jesús Guillén, experto en neuroeducación, autor del libro Neuromitos en la educación y del blog Escuela con Cerebro, ya que no sólo no es cierto que haya nada determinado de antemano, sino que incluso al hacerlo, se daña uno de los factores clave del aprendizaje que es, como lo demostrara el investigador neozelandés John Hattie, el autoconcepto, ya que lo que más afecta el desempeño de los alumnos son sus propias creencias sobre su capacidad.

Un ambiente positivo en el aula mejora los procesos de aprendizaje

La letra con sangre no entra. Es un hecho. Gracias a las neurociencias se ha podido comprobar que distintos contextos emocionales activan diferentes regiones del cerebro.

En los contextos emocionales negativos se activa la amígdala, nuestro “detector natural de miedos” que nos paraliza y nos predispone a la huida, mientras que en los contextos positivos, se activan regiones asociadas al hipocampo, que interviene en los procesos de memoria y aprendizaje.

Por ende, los gritos, humillaciones o castigos, nos “cierran” e impiden la incorporación de conocimientos, mientras que un clima emocional positivo en el aula, (que para Guillén es uno donde exista tolerancia al error, se fomente la cooperación y no la competencia, donde los alumnos sean protagonistas activos y no pasivos de la clase y donde las expectativas de sus logros futuros, tanto de profesores como de ellos mismos sean positivas), mejora los resultados académicos de los alumnos notoriamente.

Si es corto y bueno, es dos veces bueno

Los niños y adolescentes no pueden mantener una atención focalizada por períodos prolongados. Muchos autores sostienen incluso que no les es posible hacerlo cabalmente por más de 15 minutos.

Cuando un profesor no se mueve de su escritorio durante toda la clase o mantiene una voz monocorde en toda su disertación, el bostezo no tarda en llegar y el aburrimiento está asegurado. Y esto es porque nuestro cerebro necesita de la sorpresa, del movimiento, de la discontinuidad para poder atender.

Es por ello que sorpresas o situaciones inesperadas en clase nos abren los ojos a todos como platos o por qué los cambios de entonación son tan importantes en cualquier discurso. Por ende tener clases cortas y más seguido es mucho mejor para el aprendizaje que tenerlas largas y espaciadas. Subdividir cada clase en bloques de 10 o 15 minutos, empezar la clase con algo que despierte sorpresa y curiosidad, que los docentes utilicen juegos en el aula presencial u online, que se realicen prácticas de mindfullnes o simplemente que haya muchos recreos en entornos abiertos, son recursos que permiten a nuestro cerebro recargar sus pilas. “El tiempo es el gran enemigo de la educación” dice Guillén.

Cooperar, no competir

Aprender implica memorizar, pero no memorizamos de una única manera. Si bien para algunas cosas la repetición ayuda, por ejemplo cuando aprendemos a escribir las letras o cuando aprendemos las tablas, hay otros conocimientos que para grabarlos, sobre todo a largo plazo, necesitan de la relación, la reflexión etc. Nuestro cerebro es social y por ende aprende socializando con otros.

Existen estudios que demuestran que la actividad cerebral de los alumnos mientras asisten a una clase magistral es tan baja como cuando están tumbados en un sillón viendo televisión en sus casas, mientras que cuando participan de un proyecto cooperativo que le interesa, su actividad cerebral se incrementa notoriamente, demostrando que el aprendizaje activo y cooperativo, es más efectivo y duradero.

Alentar a los alumnos, creer en ellos, generarles el ambiente más ameno posible, emocionarlos, sorprenderlos, motivarlos y alentarlos a la cooperación, al intercambio, al trabajo conjunto, al descubrimiento, no sólo es algo que suene lindo. Es el combustible necesario para esa gran máquina que es nuestro cerebro.

conocé a nuestra columnista
Claudia Guimaré
Claudia Guimaré

La socióloga uruguaya y especialista en marketing y comunicación es la fundadora de Mamá estimula. En el grupo que administra desde Argentina, comparte materiales educativos y soluciones para padres.

Conocé cómo Mamá Estimulapuede auxiliarte en la crianza de tus hijos.

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