Pueblo Garzón

La prestigiosa revista Condé Naste Traveler ubicó al hotel del chef Francis Mallmann en la "hot list" de Latinoamérica

Fue difícil comprender la apuesta del exitoso chef argentino Francis Mallmann, cuando hace algo más de dos años inauguró un pequeño hotel y restaurante en Pueblo Garzón, un desolado paraje de Maldonado al que aseguró llegarían turistas europeos y estadounidenses. Amén del escepticismo inicial, el cocinero parece haber tenido la razón: el hotel fue distinguido por la prestigiosa revista Condé Naste Traveler como uno de los ocho mejores nuevos hoteles de Latinoamérica, junto a cuatro de Argentina, uno de México, uno de Brasil y otro de Chile.

En una esquina sobre la plaza pública de Garzón se yergue esta casa antigua de ladrillo donde vivía un caballo. Hoy está reciclada acorde con el espíritu local: hay casitas antiguas, abandonadas, con camelias en flor; otras muy austeras, pero habitadas y también ranchos en las 18 manzanas de un pueblo fundado en 1935, cuando la prosperidad venía de la mano del ferrocarril. Garzón es también el humilde centro de actividad agrícola-ganadera del área: por ejemplo, por la calle circulan los arreos de ovejas, vacas y caballos de los campos cercanos.

Probablemente, en el futuro, Garzón será un nuevo José Ignacio, pero sin mar. Hoy, en cambio, la movida esteña está cerca, pero no tanto, con todo lo que eso implica: aun en el invierno y la primavera, la tranquilidad es un bien supremo. Es más, para la inauguración del reducto gourmand, Mallmann realizó una fiesta "para todo el mundo" y sin personajes glamorosos de Punta del Este.

Aunque la fachada exterior del hotel es sencilla, los interiores poseen un confort exquisito. Al ingresar, el olor del pan se cuela sobre las paredes del vestíbulo decorado con un marco de vidrio y madera rústica, que cobija la portada de una antigua edición de "Joie de Vivre", de Emile Zola.

Las habitaciones pintadas de blanco sorprenden con camas dobles con una cabecera diseñada como los antiguos sikis del campo en Noruega, secundadas por largos cortinados de tela de Nueva York y precedidas por unas lámparas de hierro con velas y caireles brillando a la par.

En el patio con galería en forma de herradura, al que dan los cinco cuartos, el agua de la pileta, de un azul imposible, invita al chapuzón. La comida excepcional completa el escueto listado de detalles de este lugar donde la consigna es descansar. (En base a LA NACIÓN)

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