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Una nueva etapa: criptoactivos y criptomonedas

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Se avizora una etapa desafiante para los bancos centrales.

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Es bastante probable que hayas sentido hablar de criptoactivos o criptomonedas o stablecoins o monedas digitales, y tengas dudas de qué son. Al menos es casi seguro que hayas escuchado algo sobre el Bitcoin, que cabe dentro de las dos primeras categorías. Hagamos un intento inicial de abordar algunas posibles dudas, a cuenta de más en futuras columnas.

Antes que nada, esas cuatro categorías no son sinónimos y tienen diferencias entre sí, aun cuando comparten algunas características. Se parecen, porque todas se basan en la tecnología de registros distribuidos o DLT por su sigla en inglés. Esto es como una base de datos o registros distribuida (compartida) en una red a través de múltiples usuarios y administradores, siguiendo un determinado protocolo y protegida con técnicas criptográficas.

Los DLT pueden ser centralizados o descentralizados, según quienes tengan acceso y/o puedan alterar el registro. Por ejemplo, el blockchain o cadena de bloques digitales, en las que se basa el Bitcoin, es un tipo descentralizado de DLT que permite que cualquier persona puede acceder y modificar esos registros, siempre que cumpla con ciertos requisitos para hacerlo.

Por todo eso se trata de una tecnología atractiva y competitiva respecto a los registros tradicionales gestionados por un administrador central, tales como ciertos sistemas de pagos, las cámaras de compensación, o similares. Comparativamente tiene las ventajas de su casi inmutabilidad, lo que dificulta el fraude al acotar alteraciones y falsificaciones de registros; la transparencia para los usuarios que pueden auditarlos y verlos; y su escalabilidad global, aunque a un costo (todavía) relativamente alto por el elevado consumo de electricidad y recursos computacionales.

Los criptoactivos no son más que activos digitales generados bajo esa tecnología, cuya tenencia genera un derecho sobre sus flujos o servicios. Dentro de ellos los más populares han sido las criptomonedas porque se les atribuyen funciones similares a las del dinero. Esto, sin embargo, ha generado y seguirá generando mucha discusión, ya que para ello deberían satisfacer relativamente bien tres propiedades, que la gran mayoría aún está lejos de cumplir.

Recordemos que dinero es todo aquello que sea aceptado generalizadamente como medio de intercambio (pago), actúe como unidad de medida sencilla y sirva como reserva de valor. Durante mucho tiempo, los metales preciosos y/o el papel moneda convertible a ellos fueron ampliamente utilizados como dinero porque cumplían relativamente bien esas tres funciones básicas. Pero en el último medio siglo el fiat money, una forma de dinero fiduciario creado por los bancos centrales (y multiplicado por los bancos comerciales), se volvió dominante por curso legal y confianza (“fiducia”) del público. El dólar y el euro son líderes globales, pero monedas en países con inflación baja y estable mantienen su predominio local.

Quizás, en la actualidad, las criptomonedas más asimilables a “dinero” son las stablecoins que —como su nombre lo sugiere— suelen ser las más estables dentro de la categoría y mucho menos volátiles que los criptoactivos en general. Esto se debe a que, si bien comparten características tecnológicas, suelen tener una entidad central que las administra y activos “seguros” de respaldo. Si bien hay muchos ejemplos, las más extendidas son Tether y USD Coin, mientras que Facebook promete una con Diem, antes llamada Libra.

En esta dirección se han empezado a mover los bancos centrales con sus proyectos de monedas digitales. Ya hay desarrollos en China (e-yuan), la Reserva Federal (dólar), Japón (yen) y otros países, junto el reciente anuncio del proyecto del Banco Central Europeo para el euro.

Esto claramente marcaría una nueva etapa para la década que viene, diferente a esta última.

Efectivamente deberíamos esperar una fuerte expansión adicional de los criptoactivos, con la tecnología blockchain extendida en uso y aplicaciones, para eliminar intermediarios y mejorar el acceso (más barato) a servicios financieros.

También podría venir una consolidación en materia de criptomonedas tras la creación de casi 8 mil durante la última década. Es poco probable aquellas privadas, que no estén respaldadas en instrumentos líquidos y de bajo riesgo, se acerquen a competir significativamente con las monedas tradicionales. Se mantendrán con la característica de activos (criptoactivos) de elevada volatilidad, sin flujos (dividendos o intereses) asociados, muy dependientes de las expectativas (especulaciones) sobre sus servicios y ganancias de capital.

Quizás las excepciones podrían ser aquellas desarrolladas para facilitar transacciones en nichos de mercado (JPM Coin de JP Morgan) o más globalmente las stablecoins, pero si bien podrían acercarse más a las funciones básicas del dinero, les costaría mucho ganar confianza y aceptación generalizada.

Donde deberíamos ver avances más significativos, aunque muy dependiente de los ritmos burocráticos gubernamentales, es en el mayor desarrollo digital de las monedas tradicionales, bajo el impulso de las modalidades asimilables al circulante o a los depósitos. Se trata de una etapa desafiante para los bancos centrales que debería ser abordada con adecuada regulación, que promueva la eficiencia, complementariedad e innovación del dinero privado y público, sin perder el foco en la estabilidad y agilidad de la moneda propia, para que sea estructuralmente competitiva.

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