La revolución del gas de esquisto (shale-gas) en Estados Unidos ha sido tan repentina y sorprendente como un superpetrolero que gire en U con un freno de mano. Un país que alguna vez se preocupó por su dependencia de los combustibles fósiles de Oriente Medio está ahora al borde de la autosuficiencia en gas natural. Y las novedades son cada vez más auspiciosas. La semana pasada, la Agencia Internacional de Energía (AIE) pronosticó que Estados Unidos se convertiría en el mayor productor mundial de petróleo en 2020, superando a Arabia Saudita y Rusia.
¿Por qué ha ocurrido esto? Las señales de precios funcionan. El petróleo ha sido costoso durante más de una década. Esto ha estimulado las prospecciones buscando con mayor insistencia combustibles no convencionales: se han desarrollado tecnologías para extraer estos hidrocarburos, con tal éxito que América del Norte tiene ahora un exceso de gas. La evolución de los precios es lo que ha justificado perforar en busca de petróleo de esquisto bituminoso más caro. Según la AIE, Estados Unidos podría llegar a ser autosuficiente en materia de energía para el año 2035. Analistas más intrépidos dicen que antes. Canadá tiene asimismo un inmenso potencial. Además de las arenas bituminosas, un informe reciente sugiere que tan solo la provincia de Alberta puede tener shale gas y petróleo para rivalizar con Estados Unidos.
La bonanza de hidrocarburos en América del Norte ofrece grandes beneficios, pero también algunos inconvenientes. Las ventajas económicas son evidentes. Con gas más barato se genera electricidad más barata, lo que impulsa la industria norteamericana, especialmente sectores hambrientos de energía tales como el aluminio, el acero y el vidrio. El gas barato también vigoriza empresas petroquímicas, que lo utilizan para hacer cosas útiles tales como el plástico. Estados Unidos consume aproximadamente 19 millones de barriles de petróleo al día. El petróleo importado cuesta U$$ 109 por barril. No tener que pagar la factura de Arabia Saudita será una bendición.
Pasarán años antes de que la energía renovable sea lo suficientemente barata y confiable como para sustituir los combustibles fósiles por completo. Por ahora, los hidrocarburos y el calentamiento de la atmósfera que traen consigo son males necesarios. En lugar de tratar de distorsionar su oferta, el trabajo del gobierno de Estados Unidos debería ser facilitar el flujo de petróleo y gas, donde es seguro; pero al mismo tiempo obligar a quienes lo utilizan a pagar el costo total de ese combustible -incluido el daño que provocan al medio ambiente y al planeta- y tratar de promover el desarrollo de fuentes alternativas.
La política energética estadounidense es muy poco sensata cuando trata de que los precios reflejen el costo real. Los muy bajos impuestos a la gasolina no tienen en cuenta los efectos nocivos de la contaminación.
Este semanario ha sostenido durante mucho tiempo la necesidad de gravar el carbono, de modo que la energía sucia sea más costosa y por lo tanto se reduzca su demanda. Si eso sucediera, la extracción de mucho petróleo nuevo puede no ser rentable: el aceite pesado de Canadá, por ejemplo, emite aproximadamente un 6% más de dióxido que el petróleo normal, el que a su vez puede ser un 30% más sucio que el gas. El máximo beneficio de la gran bonanza de toda esta nueva energía se alcanzaría si los usuarios pagan el costo real del petróleo y el gas que consumen.