La evolución de la vida cotidiana

| Gracias a la cooperación, la raza humana ha llegado muy lejos en un plazo asombrosamente breve

"Nuestra vida cotidiana es mucho más extraña de lo que imaginamos y se apoya en cimientos frágiles". Esta es la misteriosa primera oración de un nuevo e inusual libro sobre economía, que además se ocupa de muchas otras cosas. Se trata de "The Company of Strangers" de Paul Seabright, profesor de economía en la Universidad de Toulouse (el libro fue publicado por Princeton University Press). ¿Por qué es tan extraña la vida cotidiana? Porque, según explica Seabright, se contradice tanto con lo que se habría pensado, hace tan solo 10.000 años, que sería nuestro destino después de haber evolucionado. Fue recién entonces que "una de las especies más agresivas y elusivas en todo el reino animal" decidió asentarse. En menos de lo que canta un gallo, en términos de tiempos de evolución, estas criaturas suspicaces que no confiaban en nadie, estos "primates tímidos y con tendencias homicidas", desarrollaron redes de cooperación de descomunal alcance y complejidad; redes que tienen como fundamento la confianza entre extraños. Cuando se reflexiona sobre ello, fue un resultado extraordinariamente improbable.

La herencia genética del homo sapiens sapiens, que evolucionó durante los siete millones de años aproximadamente que nos separan de nuestro último ancestro en común con los chimpancés (pan troglodytes) y los bobonos (pan paniscus), dieron al hombre los elementos para tener éxito como cazador-recolector. Los humanos cooperaron entre sí en la caza y en la lucha, pero esta cooperación ocurrió dentro de grupos de parientes cercanos. La cooperación humana favoreció la cautela y la desconfianza, con relación a los extraños. No obstante, el hombre moderno comparte tareas e interviene en una división del trabajo sumamente sofisticada con extraños; es decir, con miembros de su especie con los cuales no está genéticamente emparentado. Otros animales (como las abejas) reparten tareas en forma compleja entre miembros del grupo, pero el trabajo permanece dentro de la familia. También es común que haya cierta cooperación entre distintas especies animales, aunque esto no es sorprendente, ya que los miembros de diferentes especies generalmente no compiten entre sí por comida y mucho menos por compañeros sexuales. Una cooperación sofisticada fuera del ámbito familiar, pero dentro de la misma especie, existe únicamente entre los seres humanos.

Los requisitos para dicha cooperación, y por ende para la vida económica moderna, que se fundamentan en la especialización y en una división del trabajo infinitamente sofisticada, son mucho más exigentes de lo que podría suponerse. No es suficiente decir que la especialización y la división del trabajo generen enormes beneficios económicos. La cooperación se quebrantaría rápidamente de todos modos si las personas pudieran disfrutar de los beneficios de la división del trabajo sin tener que hacer un aporte propio. Afirma Seabright que se precisan dos características para que los frutos de la cooperación estén al alcance, y la evolución ha dotado a los hombres con ambos rasgos, por casualidad se puede decir. El primero de ellos fue la capacidad intelectual para el cálculo racional. El segundo, un tanto contradictorio con el primero, fue el instinto para la reciprocidad, es decir una tendencia a devolver un acto de bondad con un acto de bondad y un acto de traición con una revancha, aún cuando si se lo razona esto no parecería ser aconsejable.

Ninguna de estas tendencias podría servir de fundamento a la cooperación sin la otra, y el equilibrio entre ambas es delicado. Razonar sin reciprocidad a menudo favorece el ventajismo: esto socava la confianza, por lo cual ni siquiera puede darse inicio a una cooperación o ésta se quebranta rápidamente. Por otro lado, la reciprocidad sin el razonamiento expone a las personas a ser explotadas por otras. Asimismo, el temor a la explotación inhibe la cooperación. Para que la especialización y la división del trabajo funcionen, se necesitan ambos instintos, cada uno ejerciendo presión contra el otro, por lo cual el engaño queda bajo control. Este equilibrio probablemente fuera necesario para el desarrollo de la vida en sociedad, señala Seabright, incluso antes que nuestros ancestros se embarcaran en una compleja cooperación con extraños. Cuando se dan esas premisas, sin embargo, la cooperación entre extraños —al igual que la vida económica moderna— es posible.

La capacidad humana para razonar permitió que este potencial fuera aprovechado en su totalidad, porque los seres humanos fueron capaces de elaborar normas e instituciones que, al decir de Seabright, "hacen que la reciprocidad llegue muy lejos". Gran parte del libro se refiere a la naturaleza de instituciones económicas, como el dinero, que incrementan la confianza. Cimentadas en los instintos hereditarios de los seres humanos, estas normas e instituciones permiten que las personas traten a los extraños como "amigos honorarios".

El que las cosas hayan sucedido de manera tan diferente a lo esperado hace que la economía global, con toda su formidable productividad, parezca ser algo más milagroso aún. Sin embargo, una vez que los lectores están convencidos de esto, "The Company of Strangers" disipa toda autocomplacencia y llama la atención a aspectos menos atractivos del emprendimiento humano. Uno de ellos es la contaminación. Es posible aprovechar los mercados para que brinden información acerca de la mejor forma de lidiar con la contaminación y con otras externalidades; la potencia fenomenal para procesar información que ofrece el mecanismo de precios es otra consecuencia no intencional (y maravillosa) de la cooperación económica ampliada. No obstante, hay ocasiones en que los mercados no logran coordinar las actividades de manera eficaz. Es por eso, después de todo, que existen las empresas: en algunos casos (y el libro considera las condiciones en las cuales esto se da), puede ser más útil que la información sea procesada internamente, en un contexto que no sea el del mercado. Esta cooperación es de otra índole.

Además, la cooperación en sí misma tiene doble filo, porque también da lugar a los actos más exitosos de agresión entre un grupo y otro. "Como los chimpancés, aunque con un refinamiento más letal, los seres humanos se distinguen por su capacidad de aprovechar las virtudes de altruismo y solidaridad, así como las habilidades de la reflexión racional, con objeto de emprender una guerra brutal y eficiente contra grupos rivales". Esto es lo que hace que nuestra vida cotidiana sea frágil, así como una fuente de sorpresas. Según argumenta Seabright, para limitar esta tendencia a entablar conflictos se requiere, entre otras cosas, normas e instituciones internacionales mejor elaboradas, para que las naciones, en no menor medida que las personas, puedan considerarse amigos honorarios entre sí. "Para que haya confianza entre los grupos es preciso el ingenio humano además de la confianza entre las personas".

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