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Inflación y shock energético: un viejo conocido

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Tanto la FED como el BCE hacen bien en cambiar su postura displicente frente a la inflación, pues arriesgan entrar en un escenario donde conviva inflación alta promovida por el shock energético.

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El mundo se encuentra ante una encrucijada similar a la que vivió cuatro décadas atrás, caracterizada por alta inflación, un shock energético inédito y la dispersión de efectos globales adversos. Las incertidumbres de aquella realidad son las mismas que hoy acorralan a quienes actúan para
despejar las dificultades actuales.

Por un lado, la Reserva Federal y el Banco Central Europeo anunciaron
un combate frontal a la inflación. Esto fue lo que dijeron Jay Powell,
gobernador de la FED e Isabel Schnabel, miembro influyente del Banco
Central Europeo, en el evento anual que aglutina a las principales
autoridades monetarias y académicos del mundo en la materia, celebrado
a fines de agosto en Jackson Hole. Ambos cambiaron de manera radical la
postura complaciente ante el elevado nivel de la inflación, tanto en Estados
Unidos como en la eurozona. Reconocieron que fue un error considerarla
de índole coyuntural, haciendo que corrieran los hechos desde atrás,
permitiendo su consolidación y aceptando que la dilatoria generara recesión
futura.

En palabras de Jay Powell, “reducir la inflación es probable que
requiera un período sustancial de crecimiento por debajo de su trayectoria
potencial (...) estos son los costos desafortunados de reducir la inflación.
Pero fracasar en el intento de estabilizar los precios, significa un daño
mayor”. Schanbel agregó que “los costos de controlarla aumentarán cuanto
más se dilatan las acciones en el tiempo. Existen riesgos de hacer mucho
o hacer demasiado poco. Pero estar decididos a hacerlo es mejor que ser
cautos.”

Sin duda es un gran paso que no despeja las condicionantes con sus
incertidumbres que acarrea la situación actual.

La inflación actual tiene al menos dos componentes. Una de índole
monetaria-fiscal debida a las políticas aplicadas para solucionar la crisis
financiera del 2008-9, que luego se potenciaron para enfrentar las
adversidades planteadas por la pandemia, las cuales generaron una
expansión inédita de la oferta monetaria, aún no compensada por políticas
monetarias restrictivas. Su otra componente es un shock de oferta
energética a raíz del conflicto de Ucrania, donde Rusia ha puesto a la
energía como un instrumento bélico, ahora confirmado con el cierre del
abastecimiento de gas a Europa. Ambos fenómenos han hecho que la inflación total en ambos continentes sea la más alta en cuatro décadas.

Además, la inflación subyacente (descontando el precio de la energía)
muestra el mismo comportamiento, lo cual complica de sobremanera los desafíos para bajar la inflación y aumenta los riesgos de potenciar una recesión severa en Europa, que aplique más presión a la baja a las tasas de crecimiento global. Estimaciones recientes de Capital Economics, muestran que para Alemania el deterioro de los términos de intercambio por el shock energético equivale anualmente a un 3,3% de su Producto Bruto. Para Italia, 5,3%. Y en órdenes menores, pero también significativos, impacta en el resto de Europa, salvo Noruega que es exportador neto de energía. Esas pérdidas son mayores que las que soportaron ambos con el shock petrolero de los años ´70, que a su vez no cuantifican el impacto mayor sobre las franjas de ingresos más bajos.

En esta dinámica veloz que empeora semana a semana hay cosas que se
convierten en certezas. En primer lugar, la historia enseña que tanto la FED como el Banco Central Europeo hacen bien en cambiar su postura displicente frente a la inflación, pues arriesgan entrar en un escenario donde conviva inflación alta promovida por el shock energético. Salir de esa situación tiene costos mayores que los actuales.

Esto implica abandonar ideas recientes, sobre todo en la FED, de calibrar
la contracción monetaria de manera tal de solo contraer sobre sectores de
la economía que están en el pleno empleo, con el propósito de sacarle
presión al mercado laboral eliminando vacantes, enfriando así la espiral
inflacionaria por mayores costos laborales y dejándole espacio para crecer a
los sectores que aún están actuando por debajo de su potencial. Es una
postura política, injustificable en lo técnico, que en parte explica la demora
en actuar y el desconcierto imperante. Algo similar ocurrió con su par
europeo, cuando la política contaminó sus posturas dilatando la
instrumentación de las políticas adecuadas.

Una gran pregunta para la cual todavía no hay una buena respuesta es, si
los bancos centrales se deben dedicar exclusivamente a ejecutar lo que su
mandato original indica, combatir la inflación, o también deben actuar para
atemperar los vaivenes del ciclo económico. Hechos extraordinarios los
han obligado a tomar posturas extraordinarias. Si esto se convierte en una normalidad nueva, pues habrá que repensar las características de la
independencia de la autoridad monetaria. La historia ha mostrado que son
posturas muy riesgosas si las reglas no están bien definidas.

Finalmente, el conflicto actual muestra que la energía tiene una dimensión
geopolítica y también bélica. Desde la Revolución Industrial hasta ahora,
la energía adquiere una posición dominante, quienes dominaron sus
fuentes adquirieron predominio económico y estratégico. En ese trajín se
dibujan nuevos países y se inician conflictos. La Rusia zarista hasta ahora cumplió el papel de gran proveedor de energía para Europa. Ante los hechos actuales, se hace evidente el error de Europa, y principalmente de Alemania.

Esto obligará a un replanteo en la diversificación de fuentes energéticas,
que llevará su tiempo. También, será una oportunidad para exportadores netos de energía, entre ellos América Latina y en particular Argentina.
Además abre una oportunidad para profundizar la utilización de energías
limpias, pues todo hace prever que la convencional tendrá un período de
precios altos que facilitará la introducción de nuevas alternativas.

Y si la historia se repite, aunque sea en clave diferente, la posibilidad de
estar, cuarenta años después, en otra década perdida.

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