Publicidad

¿Qué hay detrás del último desplome de las monedas?

Compartir esta noticia
Foto: Getty Images

OPINIÓN

De aquí en adelante, el valor de las criptomonedas tendrá que depender de sus usos económicos subyacentes.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

La semana pasada, el valor de TerraUSD, una criptomoneda estable (o “stablecoin”) —un sistema que supuestamente funcionaría parecido a una cuenta bancaria convencional, pero solo contaba con el respaldo de una criptomoneda llamada Luna— se desplomó. Luna perdió el 97% de su valor en tan solo 24 horas y, al parecer, acabó con los ahorros de toda la vida de algunos inversionistas.

El evento conmocionó al criptomundo en general, pero la verdad es que ese mundo ya se veía bastante endeble incluso antes del desastre de Terra. Bitcoin, la criptomoneda original, llegó a su valor máximo en noviembre y desde entonces ha caído más del 50%.

Ese declive puede verse de la siguiente manera: a casi todos les preocupa el costo ascendente de la vida. El Índice de Precios al Consumidor —el costo de una canasta básica de bienes y servicios— ha subido un 4% en los últimos seis meses. Pero el costo de la misma canasta en bitcoins ha aumentado un 120%, lo que implica una inflación a una tasa anualizada de un 380%. Y otras criptomonedas han tenido rendimientos aún peores. Dos ciudades —Miami y Nueva York— han presentado sus propias criptomonedas, con el apoyo entusiasta de sus alcaldes. El valor de MiamiCoin bajó más del 90% frente a su punto máximo y NewYorkCityCoin perdió más del 80% de su valor.

A estas alturas, todos hemos escuchado hablar de ellas, pero ¿qué son exactamente las criptomonedas? Muchas personas —entre quienes me temo que hay que invierten en ellas— quizá aún no las comprenden del todo. Decir que son activos digitales en realidad no encapsula todo el concepto. Para todo efecto práctico, mi cuenta bancaria, a la cual accedo casi siempre en línea, también es un activo digital.

Lo que distingue a las criptomonedas es cómo se establece la propiedad. El dinero que hay en mi cuenta bancaria me pertenece porque la ley así lo dicta y el banco consolida esa legalidad al pedirme que compruebe mi identidad, de una u otra forma. La propiedad de un criptoactivo se establece mediante lo que se conoce como la cadena de bloques, un registro digital encriptado (de ahí viene el nombre) de todas las transferencias de propiedad previas que supuestamente eliminan la necesidad de que un intermediario externo, como un banco, valide un reclamo de propiedad.

¿De qué sirven este tipo de finanzas descentralizadas y cuál es su propósito? Eso lo explicaré más adelante.

Aunque en este momento el valor de las criptomonedas está muy a la baja, sus promotores —y cualquiera que haya incursionado en este espacio puede confirmar que pocos promotores son tan devotos— aseguran que no hay nada que temer, pues esto ya ha pasado antes. El bitcoin, en particular, siempre se ha recuperado de caídas previas y los inversionistas que no soltaron sus monedas por nada del mundo, pese a los precios decrecientes, al final tuvieron enormes ganancias de capital. Pero hay motivos para creer que esta vez podría ser diferente.

En el pasado, las criptomonedas incrementaban su valor de manera constante al atraer una gama cada vez mayor de inversionistas. Hubo una época en que solo una pequeña camarilla, que a menudo daba la sensación de ser un culto, poseía criptomonedas, motivada en parte por una combinación de ideología libertaria y una fascinación con el uso astuto de la tecnología. Con el tiempo, el alza de precios de las monedas digitales atrajo grandes cantidades de inversionistas adicionales y un raudal de fondos de Wall Street.

Además, desde el año pasado más o menos, la criptopublicidad se ha vuelto muy popular, con el respaldo de celebridades —como Matt Damon, Kim Kardashian y Mike Tyson— sin mencionar a figuras políticas como el alcalde de Nueva York, Eric Adams, y el candidato republicano (fallido) al Senado Josh Mandel, quien declaró su intención de hacer que Ohio estuviera “a favor de Dios, la familia y el bitcoin”. En vista de todo lo anterior, es evidente que son pocos los que no se han convencido de invertir en criptodivisas.

Por cierto, uno de los aspectos perturbadores de este empuje publicitario es que quizá la mayoría de quienes compraron criptomonedas hace relativamente poco tiempo —y que, por lo tanto, han perdido mucho dinero en el desplome del criptomercado— son la clase de personas que son más propensas a dejarse persuadir por lo que dicen los famosos. Es decir que tal vez son personas más pobres y menos sofisticadas que el inversionista promedio y no están en las mejores condiciones para manejar las pérdidas que han sufrido en los últimos meses.

En todo caso, de aquí en adelante, el valor de las criptomonedas tendrá que depender de sus usos económicos subyacentes, que son… bueno, ahí está el problema. He escuchado muchos debates en los que se les ha preguntado a los partidarios de las monedas digitales exactamente qué función económica pueden desempeñar las criptomonedas que no se pueda lograr de manera más fácil y económica por otros medios: tarjetas de débito, Venmo, etcétera. Además de las transacciones ilegales, para las que las criptomonedas pueden llegar a brindar el beneficio del anonimato, aún no he escuchado una respuesta coherente.

En su estado actual, las criptomonedas tienen una influencia casi nula en las transacciones económicas, excepto por la especulación en los propios criptomercados. Y si están pensando en decirme: “Dale tiempo”, tengan en cuenta que el bitcoin existe desde 2009, por lo que es casi una antigüedad en el sector tecnológico. Apple lanzó el iPad en 2010.

Si las criptomonedas fueran a remplazar el dinero convencional como un instrumento de cambio —un método de pago— sin duda ya deberíamos haber visto alguna señal de que va a pasar. Solo intenten comprar sus abarrotes u otros productos cotidianos con bitcoins y verán que es casi imposible.

Luego está el caso de El Salvador, que trató de forzar el proceso al hacer del bitcoin una moneda de curso legal y promocionar y subvencionar su uso con vehemencia, en un intento por convertirlo en un verdadero instrumento de cambio. Todo parece indicar que el experimento ha sido un fracaso rotundo.

Sin embargo, ¿acaso las criptomonedas podrían haberse vuelto tan relevantes sin una justificación económica clara más allá de pura especulación? ¿Será que de verdad solo son una burbuja inflada por el síndrome FOMO (el miedo a perderse algo)? Aquellos que cuestionan el propósito de las criptomonedas siempre se topan con el argumento de que la mera magnitud de la industria —en su punto máximo, los criptoactivos alcanzaron un valor de casi 3 billones de dólares— y la cantidad de dinero que los verdaderos creyentes han generado en el camino, son prueba suficiente de que los escépticos están equivocados. ¿Es posible que nosotros, como sociedad, realmente seamos tan insensatos y crédulos?

Pues, los escépticos de las cripomonedas tal vez están equivocados, pero en cuanto a insensatez y credulidad, la respuesta es sí, sí podemos serlo.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad