Hacer políticamente factible lo necesario: nuevos liderazgos para un nuevo pacto social o modelo de desarrollo

Con políticos que sólo interpreten bien la realidad, pero que no quieran liderar su transformación, es poco lo que los técnicos podemos hacer.

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Quienes siguen estas columnas saben que no estoy satisfecho con cómo van las cosas en nuestro país. Y no me refiero en particular a los resultados de este período de gobierno. Nuestros gobiernos han sido más parecidos que diferentes entre sí, más allá de haber pertenecido a tres partidos diferentes. Y su denominador común, casi sin excepciones, ha sido la mediocridad. Pero han sido fieles representantes de una sociedad cuyo ADN padece de esa condición.

Somos un país de lucro cesante. Para conocer el caso de un país de daño emergente tenemos al lado a Argentina (algo de esto podríamos conocer de primera mano de aprobarse el plebiscito sobre la seguridad social). No nos causamos daño, pero dejamos pasar las oportunidades. Sólo crecemos destacadamente ante un viento de cola que nos impulse, pero nos quedamos cuando el viento cesa porque no hemos puesto un motor a nuestro velero.

Las últimas dos décadas son contundentes en este sentido. En los 10 años cubiertos por la primera presidencia de Tabaré Vázquez y por la de José Mujica tuvimos un viento de cola excepcional (además del “rebote” post crisis de comienzos de siglo) y crecimos 71%, o sea 5,5% anual. Mientras tanto, en los 10 siguientes, correspondientes a la segunda presidencia de Vázquez y a la de Luis Lacalle Pou, cuando el buen viento cesó e incluso se puso de frente (con la crisis sanitaria), terminaremos creciendo 11%, es decir apenas 1,1% anual. Y, como se ve, no se trata de que tal partido anda bien y tal otro anda mal. Son los vientos, no los partidos.

Desde hace décadas, nuestra sociedad construyó una suerte de “pacto social” o “modelo de desarrollo”, que consiste en un conjunto de atributos que nos resultan muy satisfactorios y que son objetivamente deseables (además de democracia e institucionalidad, diversas políticas públicas, como es el caso de una vasta red de protección social) y que contiene, al mismo tiempo, otras características que constituyen un freno y un obstáculo para sostenerlas y perseverar en ellas: un Estado grande, una cierta aversión al riesgo y al éxito privado, una resistencia a introducir reformas que nos permitan crecer más, integrándonos al mundo, modernizando nuestra enseñanza pública, actualizando las relaciones laborales, regulando mejor los sectores que deban serlo, y algunas más. O sea, poniéndole un buen motor al velero.

Por ello, vivimos en una enorme contradicción: para mantener lo bueno de nuestro pacto o modelo es imprescindible hacer cosas que no nos gustan y como no nos gustan, no las hacemos, y por lo tanto hemos estresado el pacto o el modelo hasta un límite que lo tiene agotado, que ya no está en condiciones de cumplir con su propósito. El lucro cesante y la falta del motor nos llevan a crecer poco y de ese modo no podemos generar los recursos genuinos que nos permitan mejorar nuestras políticas públicas.

El nuevo pacto o modelo (o su ajuste o rediseño) debe incluir nuevas reglas (políticas públicas y reformas como las referidas) que mantengan lo bueno que somos y deseamos, pero que hagan viable su consecución y su continuidad.

Pero resulta que, como bien dice Gabriel Oddone, en su nuevo libro (El despegue), “los planes de gobierno y las políticas tienen que ser políticamente factibles. Uno puede tener el mejor plan desde el punto de vista técnico, pero si su implementación no es políticamente factible, no sirve”.

Allí explica los dos puntos de vista: “los técnicos habitualmente somos los portadores de las recomendaciones de lo que hay que hacer porque es lo razonable y consistente (…) pero los técnicos tenemos que aceptar que son los políticos quienes someten sus cargos al escrutinio de los ciudadanos, los que suelen saber mejor que los demás hasta donde se puede llegar con una agenda de políticas sin exponer a la sociedad a situaciones indeseables”.

Tiene razón. Sin dudas. Se trata de roles diferentes. Pero en mi punto de vista, los políticos, además de lo que dice Oddone, son quienes deben hacer políticamente factible lo necesario. No basta con que sean buenos intérpretes de la sociedad, deben conducirla.

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Por lo que, llegados a este punto, se abren dos caminos: resignación o liderazgo. Si quienes van a auscultar al soberano son de esos que se ponen delante del andar de la gente y dicen que la conducen, pero en realidad la siguen, no desafían su rumbo, no vamos a ir muy lejos. Y deberemos resignarnos a seguir navegando en la mediocridad. En cambio, un verdadero líder buscará convencer a la gente para que lo siga hacia donde él sabe que se debe ir; de ese modo, va a poder dar lugar a otra economía política, asumiendo los costos políticos que deba asumir.

El cuidado (o la sumisión) a las restricciones que impone la economía política termina en resignación ante una realidad que a la larga nos mostrará reptando como hasta ahora. Un verdadero líder buscará atenuar esas restricciones y no se resignará ante ellas, buscando correr la frontera de lo políticamente factible. Hay ejemplos en todo tiempo y lugar, incluso en nuestro país.

¿Cómo se rompe con esas restricciones? ¿Con una gran crisis, como la de Argentina, que parió a Milei? No lo creo, de hecho, acá también hemos tenido de las nuestras, en los ´60, en los ´80 y a comienzos de este siglo y, una vez superadas, se volvió al trillo de siempre. El único camino es encontrar un gran liderazgo, pero no sólo no está a la vista, no está disponible en el menú que nos ha tocado, sino que las nuevas tendencias hacen difícil su surgimiento, en un mundo de liderazgos de poca monta (y encima, tirando hacia los extremos, lo que por suerte no es nuestro caso, todavía).

Con políticos que sólo interpreten bien la realidad, pero que no quieran liderar su transformación, es poco lo que los técnicos podemos hacer.

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