Hacer negocios en lugares peligrosos

| El mundo está lleno de lugares que implican riesgo. ¿Qué debe hacer una multinacional responsable?

Establecer un negocio en el exterior siempre ha planteado riesgos y no sólo financieros. Para crear la colonia de 90.000 emigrantes blancos que, a fines del siglo XVII, ganó enormes utilidades con el cultivo del tabaco en Virginia, fue necesario que inmigraran alrededor de 116.000 personas. Los que fueron en barco a la India un siglo después debieron soportar cosas peores. "La gran variedad de medios por los cuales un hombre podía ser llevado al más allá es realmente desconcertante", se lee en un libro reciente acerca de la East India Company. "La Malaria, la fiebre tifoidea o entérica, el cólera, la disentería y la viruela eran las enfermedades más comunes, además, las mordidas de escorpiones y de perros rabiosos eran frecuentemente mortales".

Las empresas que hoy en día están instaladas en los lugares más ingratos del mundo también enfrentan una variedad abrumadora de amenazas a la seguridad y salud de sus empleados. De hecho, hay muchos más lugares desagradables entre los cuales elegir que los que había hace una generación. En los días de la Guerra Fría, por lo general había un gobierno con quien se lidiaba, o en el peor de los casos una autoridad rebelde. En estos tiempos, hay una cantidad creciente de países, o grandes zonas de los mismos que están administrados (en algunos casos ni siquiera eso) por coaliciones cambiantes de caudillos o de matones locales. Los vacíos de poder como estos generan una incertidumbre potencialmente letal. También empeoran riesgos más mundanos (aunque no menos engorrosos) que oscilan desde formas de conducir automóviles que ponen en peligro la vida hasta la propagación de enfermedades como el Sida y la malaria.

Más aún, parte de la protección que solía ofrecer un rostro blanco, una cruz roja, una bandera neutral o el pasaporte de una Gran Potencia ha desaparecido. Como resultado de ello, muchos lugares que desde hace tiempo son peligrosos, se han vuelto más peligrosos aún. El mes pasado, Médecins Sans Frontières (MSF), un grupo de ayuda que se especializa en enviar personal médico a países donde hay conflictos, clausuró todos los programas que tenía en Afganistán después que cinco de los integrantes de su personal fueron muertos en un ataque deliberado contra un vehículo claramente marcado como perteneciente a MSF. Los voceros talibanes dijeron que organizaciones de beneficencia como MSF estaban ayudando a los estadounidenses, cosa que es vehementemente negada por la obra de caridad en cuestión. Cualquiera que esté haciendo negocios en una zona de conflicto corre riesgos similares: conducir un camión o construir una red de telecomunicaciones puede no parecer un acto político para la empresa que se compromete a realizar esa tarea, pero los seguidores de Osama bin Laden no piensan así.

Para la mayoría de los empleadores, los temas relativos a la salud y a la seguridad generalmente se refieren a evitar heridas y errores de funcionamiento. Enviar empleados a zonas donde es una posibilidad real que sean heridos o mueran requiere, a primera vista, una forma totalmente distinta de abordar el asunto. El enviar personal a trabajar en Irak o Colombia puede, en apariencia, ser lo opuesto a una práctica de buena salud y seguridad. En realidad, mientras que algunos de los principios sobre cómo proteger a los empleados en lugares peligrosos difieren, otros son sorprendentemente parecidos.

Por ejemplo, los riesgos mayores incluso en los lugares que infunden más temor del mundo no son el secuestro ni el homicidio, sino las enfermedades, los accidentes de tránsito o los delitos violentos. En la época de auge de la East India Company, la única gran causa de muerte de los funcionarios de la compañía no eran los perros rabiosos ni los escorpiones, sino esa droga familiar que es el alcohol (agravado por una mala dieta y la falta de ejercicio). En el Congo actual, la malaria es un riesgo mucho mayor para los expatriados que el homicidio. Las buenas noticias son, sin embargo, que esas amenazas son más fáciles de manejar que los terrores de alguna emboscada o de un ataque armado. Una de las maneras más sencillas de mitigar el riesgo es conseguir que todos los expatriados, sus familias y el personal local usen cinturones de seguridad: una medida prosaica pero eficaz.

Los empleadores que envían personal a lugares peligrosos necesitan, en primer lugar, ser honestos acerca de lo que están haciendo. Eso significa reflexionar de antemano sobre los riesgos que ello implica. Son demasiadas las empresas que ingresan a mercados en países atrasados, aún aquellos que no están guerra, que subestiman en mucho el costo de la seguridad. Asimismo, es necesario que los empleadores decidan precozmente cuán grande debe ser la amenaza que los obligaría a retirarse. Esto es algo que variará de una empresa a otra. KBR, parte de Halliburton, ha perdido a 42 empleados en Irak y Kuwait y sin embargo sigue allí. Muchas otras compañías se hubieran retirado ante una amenaza seria a un solo integrante de su personal.

Ser honestos con los empleados conlleva —en la medida de lo posible— evitar que se ejerza presión sobre ellos para que vayan a un lugar peligroso. Pero a menudo hay un gran trecho del dicho al hecho: un ingeniero de una empresa petrolera que esté dispuesto a trabajar sólo en lugares cómodos probablemente no prospere. También significa capacitar bien al personal con antelación, especialmente en primeros auxilios. Implica asimismo utilizar gente que tenga experiencia cuando ello sea posible. Por ejemplo, los sudafricanos, que están acostumbrados a trabajar en algunos de los sitios más riesgosos del continente, puede comprender mucho mejor cómo lidiar con una amenaza, comparado con alguien que vaya a Africa por vez primera. El personal que carece de experiencia necesita más apoyo de los especialistas, quizás provisto por alguna de las empresas que se desempeñan en el floreciente negocio de la gestión de amenazas.

A FUEGO LENTO. Es posible también que el personal que carece de experiencia esté ansioso por ir a esos sitios por los motivos equivocados: poder vanagloriarse de haber estado en peligro de muerte por su trabajo y haber sobrevivido. Un peligro constante es el síndrome del "sapo hervido". En aquellos lugares donde el peligro está en ascenso, como parece ser el caso en Arabia Saudita, quienes están allí pueden no darse cuenta de lo que ocurre, o pueden preferir simular lo contrario, hasta que sea demasiado tarde. Incluso si reconocen que el riesgo existe, pueden quedarse por una lealtad exagerada a sus clientes o por un celo desubicado por durar más que la competencia. Las empresas inteligentes se aseguran que la opinión de expertos independientes en temas de seguridad llegue a la casa matriz, no al patrón local, y que se realice una observación constante de los riesgos.

¿Y por qué no usar personal local? Los locales tienen un mejor sentido del peligro y pueden ser menos conspicuos que los expatriados. Muchas de las empresas que tienen empleados en lugares peligrosos del mundo tratan de mantener a un mínimo los extranjeros que utilizan. Esto no presenta problemas si también toman en serio las responsabilidades del personal local, pero no si a los locales se les hace correr mayores riesgos que a los expatriados porque se los considera más prescindibles.

¿Por qué instalarse allí si los riesgos son grandes? Hay buenos motivos para hacer negocios en tierras peligrosas. Hay personas que necesitan ayuda y países que reconstruir. Pero en el caso de las empresas, la atracción por lo general es la que llevó a los primeros colonos de Virginia a soportar las privaciones del continente americano o a los británicos a colonizar la India: si los riesgos son grandes, son igualmente grandes las recompensas. Lo que importa es que las recompensas no se generen a costa de colocar a los empleados en una situación que implica un riesgo que, una vez que se dispone de la información apropiada, es mayor que el que ellos hubieran elegido asumir.

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