Escenario político y económico: el viraje a la derecha de Chile

¿Podría este viraje de Chile cambiar sus perspectivas económicas? Varios indicadores apuntan a un escenario más optimista.

Jeannette Jara y José Antonio Kast
Candidatos. Jeannette Jara y José Antonio Kast.
Foto: AFP

Escribo esta columna desde Santiago de Chile en los días siguientes de sus elecciones nacionales 2025 que incluyeron la primera vuelta presidencial, la renovación completa de la Cámara de Diputados y la votación de la mitad del Senado.¿Qué puede concluirse? ¿Qué consecuencias políticas y económicas tendría para ese país?

Los resultados estuvieron mayoritariamente dentro de lo previsto, aunque con algunas sorpresas.

Como se anticipaba, en la presidencial pasaron a segunda vuelta José Antonio Kast (derecha, Partido Republicano, oposición) con 24% y Jeannette Jara (izquierda, Partido Comunista, oficialista) con 27%, en este caso algo menos de lo esperado.

La sorpresa la constituyó Franco Parisi del Partido de la Gente, que logró 20% con un discurso “ni facho, ni comunacho” que en muchos aspectos parece una centroderecha populista, pero que también reivindica algunas propuestas de izquierda. No es fácil asignar sus votantes, aunque si se distribuyeran 50-50, podría concluirse que las derechas habrían totalizado 60-65% en la primera vuelta al sumar los votantes de Johannes Kaiser y Evelyn Matthei, quienes rápidamente se cuadraron con Kast.

Todas estas cifras, además, son asimilables al rechazo del plebiscito del primer proyecto constitucional (62-38%), a los guarismos sistemáticos de desaprobación del presidente Gabriel Boric (cerca de 67%) y a las primeras encuestas para la segunda vuelta presidencial del 14 de diciembre (Kast 60-Jara 40).

Sin embargo, en el Congreso la mayoría de las derechas es más ajustada, ya que en el Senado exige el apoyo extra de algún senador independiente y en la Cámara de Diputados de dos representantes del resto del espectro político, probablemente del Partido de la Gente de Parisi.

De todo esto surgen varias consecuencias políticas que, a su vez, tienen implicancias para las políticas públicas y la economía.

Primero, en estas elecciones fueron nuevamente grandes perdedores el gobierno de Boric, el Frente Amplio, la generación de jóvenes asociada y sus planteos maximalistas refundacionales del país. Previsiblemente, se repitió la historia. Cada vez que se intenta o materializa una revolución social como la implícita en las movilizaciones de 2019, la reacción a la larga ha sido una reivindicación de “orden y progreso”.

Segundo, efectivamente estas elecciones estuvieron nuevamente centradas en temas de inseguridad ciudadana y otras fallas estatales en políticas públicas, en las consecuencias sociales del mediocre desempeño económico registrado desde 2015 y en los problemas de gestión de la masiva inmigración de la última década. Durante largo tiempo, estas han sido las principales demandas de la sociedad chilena, tal como lo reflejan los sondeos más estructurales.

Tercero, hay un claro viraje a la derecha del país, no necesariamente de las preferencias ciudadanas, que siguen en su mayoría en el centro, pero que esta vez se inclinaron hacia candidatos de derecha percibidos hoy como más eficaces para abordar esas demandas.

Cuarto, al igual que en Uruguay para Luis Lacalle Pou y en Argentina para Javier Milei, el mayor desafío político de un eventual gobierno de Kast será conducir una coalición fragmentada y asegurar la gobernabilidad.

Es más fácil ganar que gobernar, suele decirse. Es más fácil tener un buen candidato para ganar que buenos partidos para gobernar, suele repetirse.

Pues bien, el futuro gobierno de Chile exigirá buen liderazgo y mucha inteligencia emocional para conducir partidos relativamente jóvenes y diversos, que coinciden en diagnósticos, pero que difieren en soluciones específicas y que enfrentan otra vez, altas e impacientes expectativas ciudadanas. Más fracasos y frustraciones en estos planos fortalecerían probablemente la opción de Parisi, que —como outsider y populista— emergería en ese caso bien posicionado para las elecciones de 2029.

Pero antes: ¿podría este viraje de Chile cambiar sus perspectivas económicas? Varios indicadores apuntan a un escenario más optimista.

Por un lado, está la mejora de las expectativas de los agentes económicos, sobre todo a nivel empresarial, pero también a nivel del resto de la ciudadanía.

Por otro, están las fuertes alzas de las valorizaciones bursátiles y otros precios de activos, que sugieren mejores perspectivas para la inversión y cierta reaceleración de la actividad económica.

Chile tiene bases para concretarlo. Durante los últimos años ha corregido los principales desequilibrios económicos emergidos de la crisis social y la pandemia, con el retorno de la inflación a cerca de la meta de 3% y del déficit en cuenta corriente a niveles sostenibles. Eso ha permitido el relajamiento monetario del Banco Central y la caída de la tasa referencial al entorno de 4,5% nominal. Por su parte, si bien tiene desafíos de consolidación fiscal, los niveles de déficit (2% del PIB) y deuda neta (casi 40% del PIB) parecen manejables.

Teniendo las bases, habrá cierto impulso durante algunos trimestres, pero para que sostenga también necesitará, como Uruguay, Argentina y otros países, “buenas políticas, buena política y buena suerte”. Con predisposición a mejores reformas, sin control del complejo entorno externo, la calidad de la política será imprescindible. Allí se jugaría el éxito (o el fracaso) del nuevo futuro económico (y político) de Chile.

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