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Energía y precios globales bajo presión

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

La escasez de fuel oil o el diesel, demandados como sustitutos del gas natural, se está intensificando alrededor del mundo, lo que es una alarma para los precios futuros.

En los últimos meses, muchos economistas y no economistas hablan (hablamos) de que la crisis energética ha disparado la inflación. Es cierto. Por ejemplo, el alza de los precios de la energía entre el segundo trimestre de 2021 y el segundo trimestre de 2022 en Francia, contribuyó 3,1 puntos porcentuales a la inflación observada (5,3%); es decir, casi tres quintos del total.

Sin embargo, no siempre explicamos por qué es así. En esta columna describo la relación entre energía y precios. Básicamente ¿cómo —vía qué “mecanismos”— se trasladan los precios de la energía a la inflación? Hay varias vías que se pueden agrupar en efectos directos e indirectos. Debajo describo las más importantes, mostrando cómo el aumento del precio del gas natural —un combustible que ha estado en el centro de la crisis energética— se va “derramando” por distintos lados.

Efectos directos

Un primer efecto es que, al subir el precio de un hidrocarburo como el gas —un combustible fósil muy utilizado en la industria, pero también para calefacción, en edificios residenciales, por ejemplo— eso impacta el nivel general de precios. El efecto es directo, en la medida que si yo uso gas natural para calefaccionar mi casa, entonces la suba del precio del gas sube mi factura energética, especialmente si (i) el invierno es frío y (ii) si la posibilidad de sustitución es baja (la demanda inelástica). De hecho, este es un gran problema de Europa hoy, pero también de otros países o industrias que usan gas como principal insumo. Dato: el gas natural representa casi un cuarto de la oferta de energía (23% en 2019), un poco por encima de la porción que representaba hace 20 años (21% en 2000) o incluso 30 años (19% en 1990).

Otro efecto directo es el efecto sobre el costo de electricidad, es decir, cuando el gas natural se transforma para producir electricidad y, por ejemplo, también calefaccionar la casa. Los precios altos del gas tienen un efecto directo en los precios de la electricidad, ya que en muchos sistemas eléctricos son la tecnología marginal que fija el precio en los mercados mayoristas, en Europa en particular. Dada una cierta demanda en cada momento, el operador del sistema satisface esa demanda empezando de las tecnologías con menor costo marginal a las de mayor costo marginal, hasta cubrir toda la demanda, formando así la oferta (esto se conoce como orden de mérito). En esa curva de oferta, el gas (la tecnología donde la oferta y la demanda se cruzan y por tanto la que define el precio) generalmente compite con el carbón y la hidráulica, ya que la energía nuclear y las energías renovables como la solar o la eólica son tecnologías que tienen costos marginales mucho más bajos o que el operador del sistema debe aceptarlas siempre (“must run” status). Por lo tanto, precios de gas altos significan precios de electricidad altos, al menos en el corto plazo (no es una relación perfectamente lineal pero bastante).

Efectos indirectos

También hay efectos indirectos. Cuando una fuente de energía se encarece, entonces hay incentivos a buscar —en la medida que sea posible (recuerde: hay una elasticidad de demanda)— sustitutos. Por ejemplo, un efecto de los altos precios del gas es que países que podían optar entre carbón y gas natural para generar electricidad han aumentado el uso, o recomenzado a usar carbón. Si bien el precio del carbón también ha subido, lo ha hecho mucho menos que el gas. Incluso incorporando costos de carbono —en jurisdicciones donde existe un impuesto o mecanismo similar— quemar carbón ha resultado más económico, debido a los precios récord del gas natural. Este fue el caso del Reino Unido por ejemplo.

Pero el efecto no termina acá. También puede aumentar la demanda por sub-productos sustitutos, como el fuel oil o el diésel (refinados del petróleo). Si bien Uruguay no consume mucho gas natural, sí consume fuel oil o diésel, cuyos precios también han subido bastante en los últimos meses, y queda ver cómo se mueven en los próximos meses. No olvidemos que Europa va a necesitar sustituir gas ruso y también, simplemente, sustituir gas. De hecho, la escasez de estos destilados se está intensificando alrededor del mundo, lo que es una alarma para los precios futuros.

Otro efecto indirecto es el hecho que la energía es un insumo importante de algunas industrias (las llamadas “energy-intensive industries”), como la minería, la construcción o la agricultura. La producción de fertilizantes es un ejemplo claro, donde los altos precios del gas (un factor que constituye una gran parte del costo variable de producción) han resultado en aumento de precios de fertilizantes y luego en productos finales que a su vez son intensivos en fertilizantes.

En la medida que un país depende mucho de productos importados que son intensivos en energía, también verá un aumento del precio de las importaciones (separado de los aumentos por tipo de cambio). Es el caso de Uruguay con los fertilizantes, pero también otros productos. De hecho, en nuestro país el impacto en los precios viene sobre todo por efectos indirectos.

La crisis energética no tiene toda la culpa de la subida de inflación de los últimos meses, aunque constituye una parte importante. Habrá que ver cómo se siguen moviendo las diferentes piezas, interconectadas del puzzle energético.

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