Deuda externa brasileña: un animal en proceso de extinción

Fabio Giambiagi desde Río de Janeiro

Se atribuye a un famoso ex ministro de Hacienda brasileño, Mario Enrique Simonsen, la frase de que "la inflación duele, pero la Balanza de Pagos mata". Todos aquellos que estudiamos Economía en los últimos veinticinco años en Brasil escuchamos en boca de nuestros profesores del curso de Economía Brasileña dicha sentencia, reflejo de la importancia que el tema de la deuda externa ha tenido en la Historia del país en forma prácticamente continua desde el siglo XIX. El significado de la frase era que el aumento de los precios es un problema para cualquier gobierno, pero siempre es posible convivir con él, mientras que en presencia de una crisis externa, la economía simplemente puede dejar de funcionar. Eso tradicionalmente dejaba el destino del país en manos de los vaivenes de la economía internacional.

Sin ir excesivamente lejos en el tiempo y limitándonos a la posguerra, si uno toma el indicador de la relación Deuda externa neta/Exportaciones de bienes, se nota un aumento hasta un coeficiente de 2,7 en 1960, que justamente marca el fin de los "años dorados" de Juscelino Kubitschek -el responsable de la construcción de Brasilia- y una declinación de dicho indicador hasta un mínimo de 1,4 en 1973, cuando ocurre el primer shock petrolero. Luego, la razón entre aquellas dos variables se eleva nuevamente hasta un máximo de 4,7 a mediados de la década de los ochenta, conocidos justamente como los años de "la crisis de la deuda" -supongo que al lector uruguayo este relato le sonará familiar- tras lo cual el ajuste externo hace caer en los diez años siguientes el coeficiente a 2,3 en 1995. La bonanza de los noventa provoca entonces un nuevo ciclo de endeudamiento, que vuelve a llevar el índice a un pico de 3,9 en 1999, cuando Brasil casi decreta "default" y desde entonces el ratio viene cayendo, hasta estar actualmente en el menor nivel de los últimos cincuenta años, deberá ser de menos de 0,5 este año.

Al margen de la caída en dicho coeficiente asociada al crecimiento de las exportaciones, la deuda externa neta viene disminuyendo en dólares en términos absolutos sistemáticamente desde fines de la década pasada. Como se puede ver en el cuadro adjunto, en los últimos ocho años, la deuda externa bruta se redujo en U$S 50.000 millones, al mismo tiempo en que las reservas internacionales aumentaron nada más ni nada menos que U$S 73.000 millones. De esta manera, la deuda neta sufrió una contracción de U$S 123.000 millones en ese período.

La "pregunta del millón" que todos se hacen en el mundo actualmente es si el ciclo de prosperidad de los últimos años estará llegando a su fin y es evidente que, si las circunstancias internacionales cambian drásticamente, las condiciones que definen la dinámica de la economía brasileña serán de alguna manera afectadas. De cualquier forma, es importante señalar que, en caso de que el ritmo de los últimos meses se mantenga, Brasil podría llegar a una situación en la cual la deuda externa neta haya simplemente desaparecido durante el actual gobierno, que concluye a fines del 2010. La deuda externa de responsabilidad del Tesoro que vence en los próximos tres años es del orden de magnitud de U$S 10.000 millones. Considerando que la deuda externa neta se estima que sea en diciembre del orden de U$S 50.000 millones, para eliminar la deuda neta a fines del 2010 bastaría pagar esos compromisos y acumular reservas adicionales por valor de U$S 13.000 millones por año -o sea, unos U$S 40.000 millones en tres años- lo cual estaría muy por debajo del ritmo verificado en los últimos tiempos. Cabe recordar que, si se toma en cuenta específicamente la situación del sector público brasileño, el mismo es acreedor neto del mundo hace ya algún tiempo, en la medida que las reservas en poder del Banco Central superan holgadamente el endeudamiento externo de las tres esferas de gobierno, sumadas con las empresas estatales.

El tema del costo de la acumulación de reservas empieza a generar una serie de críticas en el país, bastante comprensibles si se tiene en cuenta que Brasil aplica sus reservas internacionales recibiendo cerca de 4,5% anual de intereses y esteriliza el efecto monetario de la acumulación de divisas emitiendo títulos de deuda interna por los cuales paga intereses de más de 12% anual.

Sin embargo, si bien dicha estrategia representa un dilema -exactamente por el efecto fiscal que genera la diferencia en las tasas de interés- en el mundo inestable en que vivimos, no deja de tener su aspecto positivo. Eso porque la acumulación de reservas funciona como una especie de "seguro", ante la posibilidad de eventuales crisis externas.

Como todo seguro, tiene un costo que no es menor. Por otra parte, así como quien paga un seguro elevado por tener un auto goza de la tranquilidad de que en caso de problemas, las pérdidas serán cubiertas, es evidente que el efecto que una crisis internacional tendría sobre la economía brasileña en caso de que se llegue a esa situación de "extinción" de la deuda externa sería mucho más limitado que si eso ocurriera en el marco de un elevado endeudamiento, como el que se vivía hasta hace pocos años. De esa manera, en contraste con lo ocurrido en 1995, 1997, 1998 y 2001, cuando las crisis mexicana, asiática, rusa y de las empresas "punto com" dejó a la economía brasileña al borde del "knock out", la repetición de ese escenario de crisis externa encontraría a un Brasil mucho más fortalecido que en otras oportunidades.

Para quien creció escuchando hablar de la deuda externa como una especie de "bola de nieve" que crecía en forma prácticamente continua, alcanzando más de 50% del PIB en un país que se había quedado sin reservas en los años ochenta, ese aspecto de la realidad actual se asemeja a una especie de "Nirvana". Todo indica que el país ha aprendido con la experiencia y que supo eludir la tentación de aprovechar la bonanza externa de los últimos años para volver a endeudarse alegremente, como lo había hecho en los años noventa. Es por ese tipo de elementos que, pese a que una serie de hechos de la realidad macroeconómica dejan aún bastante que desear en Brasil, el riesgo-país sigue bajando. En efecto, desde el punto de vista de un acreedor externo, el riesgo de prestarle al país parece ser hoy realmente muy modesto.

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