Opinión
“Los números dan sustento a los argumentos. Son contundentes en que el IASS y la pobreza no tienen vinculación alguna. Al menos, con la pobreza de sus contribuyentes".
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Hay numerosos ejemplos, a diario, en prensa y redes sociales, de la poca atadura que existe entre el manejo de temas y su fundamento en datos. Voy a referirme a tres casos que han estado sobre la mesa últimamente.
DEUDA.
En este caso es habitual que se manejen indicadores equivocados. Uno de ellos es dar la cifra de “deuda total” sumando al capital los intereses debidos hasta la cancelación del principal. El “argumento” consiste en que hay obligación de pagar esos intereses, que, por lo tanto, “se deben”. Claro, igual que las jubilaciones, los salarios públicos, las capitas del Fonasa y tantas otras cosas que se deben. De hecho, tiene mucho sentido hablar de la deuda implícita en el sistema previsional y sin embargo no se la suma a la deuda explícita del estado.
Otro indicador disparatado que ha cobrado impulso es la deuda per cápita donde se destaca a Uruguay en los primeros lugares de un grupo de países que, nada curiosamente, también destaca a Uruguay entre los de más PIB per cápita. Por esa correlación nadie usa aquel indicador y sí, en cambio, se usa la ratio entre deuda y producto.
Más recientemente se ha señalado a la deuda actual como la más alta de la historia y para ello se consideran cifras en dólares corrientes. Otro error habitual, porque los dólares de diferentes momentos no son comparables: por ejemplo, a precios de hoy un dólar de diciembre 2002 vale $ 92, uno de diciembre 2008 vale $ 53 y uno de diciembre 2015 vale $ 38.
Las últimas cifras de deuda, a septiembre pasado, muestran que la deuda bruta total del sector público ascendía a US$ 38.320 millones o 63,7% del PIB y que la deuda neta (sin contar a los encajes entre los activos de reserva) llegaba a US$ 24.074 millones o 40,0% del PIB.
TURISMO.
También acá vale lo anterior. Se compara al gasto de los turistas en la temporada o en el año con los de otras temporadas o años tomando cifras en dólares corrientes. Sin embargo, hay al menos otras dos formas más adecuadas de hacerlo. Una, llevando esos dólares a precios constantes y otra, expresándolos como proporción del PIB.
A modo de ejemplo, tomemos una caída (conservadora) de 20% en el gasto en dólares de los turistas en este año 2019 en comparación con el año pasado. Cifras de ese orden y mayores se manejan a nivel de diversos indicadores (públicos y privados, de ingreso de turistas, alquileres, y ventas de comercios, restaurantes y hoteles) de la temporada en curso y, en los hechos, a lo largo de todo el año pasado la caída interanual de aquel indicador fue creciendo hasta llegar a ese mismo 20% en el cuarto trimestre.
Si aquel fuera el dato de 2019, entonces este año sería el peor desde 2010 en dólares corrientes y a precios constantes, mientras que en términos del PIB habría que ir hasta 2006 para encontrar un año igual, siendo mejores todos los posteriores y hasta 2018. O sea que la presente temporada y este año serán muy probablemente de lo peor en muchas temporadas y en muchos años.
Todo muy previsible, por otra parte, porque el “ministro de turismo” es, en realidad, el tipo de cambio real bilateral con Argentina, que define cuatro quintos del gasto.
“Los números dan sustento a los argumentos. Son contundentes en que el IASS y la pobreza no tienen vinculación alguna. Al menos, con la pobreza de sus contribuyentes"
IASS.
Este tema es más complejo porque cuando se discute sobre su existencia no sólo se trata de considerar los indicadores adecuados, sino que hay también cuestiones de preferencias, por ideología o agenda política. Veamos primero algunos números.
En 2018, el IASS dio lugar a una recaudación de US$ 324 millones, algo más de 0,5% del PIB. Lo paga aproximadamente un quinto de los jubilados, obviamente los de mayores ingresos. La tasa media del impuesto para ellos, en el caso del decil 10, es de 10,7%. Por otro lado, los jubilados están ubicados en el tramo etario de menor pobreza.
En Uruguay la pobreza no es de los más viejos sino de los más pequeños. En 2017, sólo el 1,3% de las personas de 65 y más años de edad era pobre. Mientras tanto, en el promedio de la población lo era el 7,9% y en el caso particular de los menores de 6 años de edad, la pobreza alcanzaba al 17,4% de las personas.
Cada quien es libre de estar de acuerdo o no con un impuesto determinado y en todo caso eso revelará sus preferencias en materia de recaudación y asignación de recursos en la sociedad. Lo que permiten los números es dar sustento a los argumentos. Y en este caso, los números son contundentes en que el IASS y la pobreza no tienen vinculación alguna. Al menos, con la pobreza de sus contribuyentes.
No hay motivos para excluir de las rentas gravadas a las provenientes de pasividades. Se trataría de una perforación insensata del impuesto a la renta personal, que en este caso sólo tiene otro nombre. Sería por lo tanto injusto hacerlo.
La gravedad de la situación fiscal actual haría inconveniente prescindir de impuestos, pero aún en el caso en que fuera posible, y se pudiera disponer de 324 millones de dólares para determinada política pública, antes que dárselo (por ejemplo) a parte de la población de mayores ingresos, yo creo que sería preferible asignarlo a la parte de la población más rezagada, más pobre, la primera infancia. Pero como dije antes, esto es cuestión de ideas y de agenda y depende de cada quien. “Sobre gustos, …”
En mi opinión, derogar el IASS además de injusto e inconveniente, sería lo más regresivo que se podría hacer aquí y ahora.