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Cosas que aprendí de economía con los niños

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Hay cuestiones que sólo las entendí cuando llegué a la universidad, pero las viví de niño.

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En esta columna de fin de año, con algo de espíritu veraniego de lectura liviana, me voy a tomar la libertad de compartir tres reflexiones sobre historias infantiles reales.

Monopolista que sobreproduce baja el precio

Nunca fui muy habilidoso con las manos. En la escuela todos jugaban a la bolita y yo no me lucía. Según recuerdo, las bolitas eran prácticamente todas iguales, de un vidrio transparente con colores en su interior. Había otras, de un color blanco sólido. Eran muy apreciadas, pero muy escasas, las llamábamos “bolitas porce”. Nunca supe bien porque, supongo que en nuestros ojos parecían porcelana. No había donde comprarlas. Quien tuviera una bolita “porce” podría cambiarla por diez bolitas comunes.

Por aquel entonces hicimos un viaje familiar a Argentina, que a la sazón estaba muy barata para los uruguayos. Con mis hermanos recorrimos cuanto quiosco pudimos buscando bolitas “porce”. Habíamos escuchado que las pocas que habían llegado a mi escuela eran de allí, pero no encontrábamos por ningún lado. Casi el último día, un quiosquero nos dice que no sabe lo que son las bolitas “porce” y que no sabe de nadie que juegue con bolitas de porcelana, pero nos muestra las que tiene. Saltamos de alegría, esas eran “nuestras porce” y mi padre nos compró toda la bolsa, teníamos unas cincuenta.

Al regreso en la escuela, con nuestro tesoro a recaudo, comenzamos a intercambiar una bolita “porce” por diez comunes, otra “porce” por diez comunes y más y más. Lo que el juego no nos había permitido ganar nos lo dio el comercio. Pero todo tiene fin, un buen día notamos que los chicos no nos querían cambiar más por diez bolitas comunes, no se podía obtener más que nueve, otro día bajó a ocho, luego a siete. No sé muy bien cuándo, pero en algún momento, ofendidos, dejamos de hacerlo.

No fue hasta que llegué a la universidad que entendí las virtudes del comercio, las oportunidades que brindan los productos diferenciados y cómo opera la competencia monopolística. Mis hermanos y yo éramos los responsables de nuestra propia ofensa, habíamos inundado la plaza.

La demanda afecta el precio

Recuerdo haber llenado pocos álbumes de figuritas, siempre había algunas difíciles que no se conseguían. Cuando mi hijo comenzó a interesarse en los álbumes noté con sorpresa que los de Panini solían tener este texto: “Importante: Las figuritas de este álbum fueron impresas y puestas a la venta en cantidades rigurosamente iguales. No hay por lo tanto aquellas que sean difíciles de conseguir”. Sin embargo, la última parte de esta expresión no era la experiencia vivida por mi hijo. En el álbum de la Copa América Brasil 2021 había distintas categorías de figuritas. Había que entregar dos jugadores “normales” para conseguir un jugador uruguayo.

Había que conseguir tres “normales” para conseguir una “brillante”. ¿Por qué? Mi hija creía que era injusto. Si había la misma cantidad de cada figurita, ¿por qué el intercambio no era una a una? La respuesta, obvia luego de pensarlo un poco, es que no es solo un tema de oferta, también importa la demanda. Por alguna razón, y no importa cuál esta sea, a los niños le gustaban más las figuritas con jugadores que estaban sobre un fondo brillante. Y les gustaban más las de uruguayos que las de otras nacionalidades. Y Messi, Suarez y Cavani todavía mucho más. Esto me permitió hablar con mis hijos de los emisores primarios (canalizados a través de los quioscos) y los mercados secundarios (en los que los niños intercambiaban lo obtenido en los mercados primarios) y explicar que en los precios hay temas de oferta y de demanda. El costo de dos cosas puede ser igual, pero si son requeridas de distinta manera, no valdrán lo mismo.

Distribución como derecho.

Mi hijo participa en un club de la comunidad judía (tnuá) en la que los propios jóvenes son responsables de todas las actividades. No hay casi adultos. Los mayores, de entre dieciocho y catorce años, se encargan de las actividades recreativas de niños de trece a cinco. Es formidable este voluntariado. Es formidable la experiencia de ser parte de una entidad mayor a uno. Es formidable lo que la educación informal ofrece a quien se preocupa de impartirla y a quien la recibe.

En la actividad central semanal se encuentran todos los participantes. Allí se anuncian los próximos horarios y se festejan los logros grupales e individuales. Casi al final, se distingue al chico destacado de la semana. Hace poco pude presenciar cómo le tocó a mi hijo. Obtuvo un muy preciado premio consistente en una bolsa de caramelos gelatinosos. De lejos pude ver, con orgullo, cómo, al terminar la actividad, mi hijo abrió la bolsa y se puso a repartir con los menores lo ganado. De inmediato, veo que lo rodean, y unos minutos después escucho quejas: ¿por qué me diste uno si el otro agarró dos? Así, de golpe, llegaron los reclamos por derechos percibidos que no existían un minuto antes.

Un acto de generosidad, de distribución de dulce riqueza, había sido transformado en una obligación y los beneficiarios estaban casi que ofendidos.

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